jueves, 20 de diciembre de 2012

NEUROTRANSMISORES Y PROBLEMAS DE CULTURA CENTENARIOS.


Hace unos pocos días esperaba mi turno en la consulta del neurólogo. Eran más de las diez de la noche y aún quedaban otros pacientes después de mí, así que imaginé al doctor absolutamente loco o como un romántico de las neuronas y sus sinapsis. De esos que casi no quedan.

Tras pasar a la consulta, en unos pocos segundos certificó mi problema: con apenas cruzar un par de miradas comprendió que mis neurotransmisores no neurotransmitían de la manera exigible a estos cacharros internos. Calculó sus pócimas y brebajes y me las dio a beber. Eran ya casi las once y no había tiempo para negarme. Ahora vivo con los neurotransmisores aún averiados, con el colocón del brebaje y con una percepción de mi cuerpo de la que desconfío profundamente. Siempre había dudado de la existencia, de la realidad, del sentido de la vida y de esas cosas típicas con las que uno queda muy bien dudando, pero nunca de mi cuerpo. Siempre había creído en él con fervor. 

Bien, lo único que quería contar es que en la sala de espera me encontré con el querido cuadro que nos acompañó en clase de Peñarroya de Tastavíns durante dos años: el magnífico retrato de Ramón y Cajal junto a su microscopio. Esperando al neurólogo romántico en compañía de mis neurotransmisores averiados recordé cómo don Santiago ocupo el lugar del crucifijo y la foto del rey de España para aportar un poco de sensatez a ese lugar donde iban a pasar tanto tiempo menores indefensos ante símbolos difíciles de explicar. Lo bien que nos cuidó don Santiago durante esos dos años. El retrato también incluía la célebre cita sobre el cultivo del conocimiento (hace noventa años ya se intuía, imagino, nuestro afán enladrillador y expoliador), y que hoy está perniciosamente de actualidad al considerar el trato que nuestro país da a las personas que se forman e investigan para que nos podamos curar, suframos menos, tengamos una vida más cómoda, o nuestro planeta sea un poco mejor para los que vengan después. O dicho resumidamente, al observar el trato dado a la educación:

"Se ha dicho hartas veces que el problema de España es un problema de cultura. Urge, en efecto, si queremos incorporarnos a los pueblos civilizados, cultivar intensamente los yermos de nuestra tierra y de nuestro cerebro, salvando para la prosperidad y enaltecimiento patrios todos los ríos que se pierden en el mar y todos los talentos que se pierden en la ignorancia". Madrid 1º de Mayo de 1922.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

CLASES PARA WERT.

Anda por el ciberespacio un movimiento de defensa de la escuela pública que mantiene una postura enfrentada con la futura ley de educación del ministro estrella Wert. Una de sus iniciativas son vídeos donde diferentes maestros defienden sus posturas en torno a diferentes ámbitos curriculares. Pongo a continuación dos que me parecen llamativos. 

Hace unos años, en este blog, escribí sobre un preámbulo de una ley de convergencia europea en educación donde se hablaba de la educación como poderosa herramienta para el mantenimiento del sistema y el poderío económico europeo. Una vez más, todo es filosofía y todo depende de qué mundo vea, o quiera ver, cada uno a través de sus pupilas. A mí, una escuela convertida en herramienta al servicio de la economía me resulta difícil del aceptar. Lo terrible llega cuando esa economía predominante representa un sistema injusto, depredador, inmoral, que está generando dolor y daño en el planeta entero, a lo largo de cada uno de sus habitantes y lugares a los que no tocó la lotería de nacer o estar en el sitio afortunado. En fin, todo es muy difícil desde la mirada de un pesimista convencido.

 



Añado un tercer vídeo. Habla en este caso el pedagogo F. Tonucci. Criticado desde sectores de la pedagogía más tradicional, en cualquier caso sus reflexiones me parecen de valor.

martes, 11 de diciembre de 2012

LIGADURAS CON LO YA VIVIDO.


Como hemos escrito de su pueblo, ha pedido aparecer en el retrato

Hace unos pocos días pude continuar las visitas a los pueblos donde he trabajado y a los antiguos alumnos con los que en esos lugares compartí algún curso. Si sigo con el carácter docente nómada como hasta la fecha, dentro de unos pocos años tendré que invertir una buena cantidad de gasolina para mantener vivo el recuerdo. Quizá sea un problema de personalidad que apunte a la dificultad para romper vínculos y seguir hacia adelante. Quizá vuelvo a buscar esa parte de uno que inevitablemente se reparten como botín los niños de cada escuela cada año. Como siempre, quién sabe.

Por una parte me resulta terrible recorrer las calles de un lugar del que un día fui parte. Ver las calles que utilicé a diario, la casa en la que viví, las personas que fueron mis vecinos… con los ojos de un turista dominguero es desagradable. Me siento ajeno, un intruso que invade un territorio que ya no le pertenece.

Por otra parte, vuelve a ser magnífico encontrar cariño y complicidad en miradas que no se cruzan con la tuya desde hace años. En concreto, en Peñarroya de Tastavíns pude ver a familias y niños que no veía desde hace más de tres años. En ese pueblo fui oficialmente maestro por primera vez, después del año de prácticas ansotano, por lo que forma parte de muchos de los recuerdos más intensos, tanto para bien como para mal, de mi profesión. La viejera que sin esfuerzo se va acumulando permite también observar la evolución de los niños. Dar clase en la etapa de primaria significa la posibilidad de observar cambios vertiginosos en muy poco tiempo, en lo concerniente a lo físico y a lo mental. Dejar a unos niños de diez años y encontrarlos con catorce o quince, o recordar niños que finalizan primaria y observarlos ahora cercar de acabar bachillerato, es una experiencia bien curiosa. Recuerdo a los niños que conocí y los comparo con los adolescentes que son ahora: la niña que tantos problemas tenía y que ahora tiene más y más gordos (habiendo tenido la esperanza de que hubiera encontrado un poco de orden y claridad); el niño excelente que sigue teniendo la vida de cara; aquel que conserva similares intereses a los que tenía siendo un niño; la niña encantadora a la que se le ha cruzado un curso de la ESO, etc. En general, mi conclusión tiene que ver con el papel relativo, quizá confuso y ambiguo, de la escuela y los maestros, pues buena parte de las dificultades, o las bondades, apuntadas hace unos años no hacen sino confirmarse y aumentar.

Desde hace años he dejado constancia en este espacio de un asunto que me preocupa y que no comprendo en ninguna medida: los problemas cada vez mayores de los adolescentes en secundaria. Primera duda: ¿me ajusto a la realidad al decir “problemas cada vez mayores en secundaria” o simplemente es una percepción sesgada de la realidad por mi parte? Hace no demasiados años, en una clase de 30 alumnos una buena mayoría aprobaba todo, algunos suspendían unas pocas asignaturas y unos pocos alumnos suspendían la mayor parte de las áreas. Desde hace unos años, ¿diez o quince?, los alumnos que aprueban regularmente todas las asignaturas son minoría, y es sencillo encontrar a muchos alumnos que suspenden muchas asignaturas. Más aún, desde que tengo experiencia al otro lado de la barrera, en la docencia, me encuentro con alumnos que en primaria muestran un buen rendimiento, una gran capacidad, y en secundaria arrastran grandes problemas, pasando a ser alumnos mediocres en muchos casos e incluso repitiendo algún curso. No sé si este hecho acepta un enfoque simplista: falta de exigencia en primaria, falta de esfuerzo en secundaria, diferencias acusadas en la metodología, quizá incluso de las finalidades, entre primaria y secundaria, etc. No tengo la menor idea, pero resulta desolador recordar alumnos brillantes en sexto de primaria y encontrarlos atascados e incluso repitiendo en secundaria.

Al margen de lo anterior, palabras tuiteables: mientras el mundo sea tan extraño y confuso, admiraré a aquellos capaces de hacerse entender con diez o quince palabras. Si algunos no lo conseguimos en cien folios…

lunes, 3 de diciembre de 2012

NIÑAS SILVESTRES Y DIENTES DE CABRA.


Ya es diciembre de 2012. Seguimos con vida, así que debemos mantener el intento de aprovecharla.

Hace unos días concedieron un premio al proyecto de colaboración mantenido los dos años anteriores entre la escuela de Ansó y el CEE Jean Piaget. Seguramente servirá como estímulo para mantenerlo. También hace unos días recibí una carta de un querido alumno ansotano. La carta giraba en torno a unas experiencias que había vivido con el tema de la discapacidad de fondo. Este niño es magnífico: la sensibilidad ante cualquier circunstancia en una de sus grandes virtudes, pero considero que la escuela le ayudó a canalizar ese don hacia un contenido que de otro modo quizá no hubiera conocido. “Conduce, cocina, pinta, lee, escribe…, y siempre dice que la discapacidad no está en el cuerpo, sino en la mente y el corazón. (…) Me parece increíble la gran fuerza de voluntad que tiene porque, aún no teniendo pies, en vez de rendirse siguió luchando”. El verdadero reconocimiento del trabajo escolar se encuentra en el crecimiento personal de los niños.

En buena parte motivado por la carta anterior, acudí el fin de semana a ver a mis alumnos del año pasado. Habían pasado cinco meses y ya era momento para superar, o aparcar, el duelo por las montañas, los niños libres y la vida simplificada. En los dos días pude compartir múltiples situaciones. En sintonía con el párrafo anterior, los niños aludieron a libros, noticias, personas…, que de algún modo habían conocido en la escuela, lo que es un motivo de alegría, pues creo que la escuela tiene una notable función en ensanchar el mundo que se representa en su mente y dedico buen porcentaje de los esfuerzos pedagógicos a ello.

Por último, dejaré aquí escrita la memorable anécdota de la niña silvestre que, habiendo perdido su diente, intentó engañar al Ratoncito Pérez con un diente de cabra primero y otro de jabalí después. Lógicamente el pobre ratón escapó anunciando el cese del negocio.

Que tengan una saludable semana.

martes, 27 de noviembre de 2012

ESCRIBE, QUE ALGO QUEDA.


Llevo toda la tarde escribiendo. A una familia en apuros pedagógicos, a un niño, exalumno, magnífico, y ahora que me siento frente al blog y tecleo estas letras. Hay miles de vídeos y sentencias variadas que explican las razones de la escritura. Como en casi todo lo demás, yo creo que nadie lo sabe a ciencia cierta. Ocurre que nos encanta dar razones y explicaciones para todo. Hace un tiempo escuché una de estas explicaciones y me gustó, pues al menos resultaba tremendamente emocionante: la aportaba un escritor de prestigio y contaba la historia de un submarino a cuyos tripulantes les quedaban unos minutos de vida a causa de una grave avería. El capitán, me refiero al jefe del asunto, pues no domino la escala jerárquica submarinil, en una de sus últimas acciones vitales anotó en un pedazo de papel la situación del momento. Algo así como “6:53. El submarino no aguanta. Falla la válvula equis y la turbina jota. En unos minutos todos estaremos muertos”. ¿Para qué carajo busca papel y Boli un hombre al que le faltan cinco minutos de vida? Esto se preguntaba el escritor para posteriormente afirmar que justamente ahí encontraba él la semilla de la escritura, en el movimiento interior irrefrenable, irracional, que nos lleva a contar. En todo caso, después de ocho años, aquí sigo tecleando sin saber por qué. Lo hago y nada más, esperando que no me queden, ni siquiera hoy, tan sólo cinco minutos de vida. Espero que siempre me queden, en el peor de los casos, quince minutos. Qué menos, con todo lo que hay que hacer.

viernes, 16 de noviembre de 2012

AMENAZAS, CASTIGOS, CÓMO CONSEGUIR LA SALVACIÓN DEL ALMA EN LA ESCUELA.


Un niño en clase, un instante de nuestras vidas.

Del modo en que intento desarrollar las sesiones de Educación Física, son frecuentes las pausas para la reflexión colectiva que nos conducen hacia las nuevas situaciones de trabajo y hacia los aprendizajes de cada contenido. En algunos casos, apuntamos brevemente en el cuaderno algunas de estas reflexiones o algunas reglas de acción para aplicar en las situaciones prácticas posteriores. En concreto, hoy había pedido a un grupo que analizara unas marcas obtenidas en unas carreras. Debían encontrar, en la medida de nuestras posibilidades, algo parecido a la mediana y la moda de cada serie de tiempos. Sobre esos datos construiríamos una parte importante de las sesiones siguientes. Planteé a los alumnos la necesidad de hacerlo en casa en unos minutos para no restar aún más tiempo al exiguo margen de acción que suponen dos o tres horas de clase a la semana.

Hoy, al consultar al grupo sobre la tarea cuando iniciábamos la clase, ha resultado que apenas seis o siete alumnos habían cumplido con el trabajo. Teniendo el tiempo tan limitado, estoy intentando priorizar el tiempo de trabajo específico de la asignatura, y no embarcarme en tratar asuntos variados que surgen en la sesión y que difícilmente puedo abordar adecuadamente desde mi humildísima asignatura. De todos modos, he creído necesario tratar el problema y hemos hablado un buen rato. Algunos indicaban falta de tiempo por exámenes, por extraescolares, por obligaciones varias, otros simplemente no se habían acordado. Por mi parte les he indicado, entre otras cosas, que yo estoy allí para ayudarles, que si les propongo un trabajo en casa es para avanzar más rápido y que una vez acordado dicho trabajo, yo confío en ellos. Parece ser que este argumento suena muy romántico para muchos. ¿Dónde se aprende a mirar la vida? ¿Cómo surgen miradas tan distintas?

Al acabar las clases he acudido a hablar un momento con el tutor del grupo sobre lo sucedido. Mientras he sido tutor los años pasados, siempre he sentido a mi grupo como una gran responsabilidad en lo concerniente a cualquier cosa que les ocurriera; recibir información de cualquier otro compañero era útil, necesario y muy de agradecer. En este caso el tutor no me ha prestado demasiada atención. Pero lo importante ha sido el consejo posterior de “castigarles y amenazarles, pues es lo único que entienden”.

Imagino que he llegado de lugares ideales donde trabajaba en escuelas fabricadas con algodón de azúcar y los niños levitaban con una gran sonrisa cuando un maestro les pedía trabajo y esfuerzo. Vuelvo a mis asuntos recurrentes: todo es filosofía. ¿Qué tipo de niños queremos?, ¿responsables, racionales, honrados, críticos?, ¿podemos favorecer este tipo de niños desde la consideración de la amenaza y el castigo como un buen sistema de motivación para la acción y el trabajo?, ¿es estúpido intentar favorecer una relación de confianza con un grupo numeroso?, ¿es mejor obtener resultados de un grupo coaccionado por el castigo o, al contrario, son preferibles resultados menores conseguidos desde la creencia del alumno en su propio trabajo y desde la confianza del maestro en sus alumnos?, ¿qué poso dejará cada una de estas opciones en la vida de los niños?

Me quedo con mi postura, apenas tengo dudas. No las hay desde el respeto absoluto a los niños y desde la motivación de intentar ayudarles a convertirse en la mejor versión posible de sí mismos. Es complicado convivir a diario con otras posturas tan diferentes. En cualquier caso, ya hay acumulados dos meses de trabajo tras los que me siento afortunado de estar cinco horas diarias con los alumnos, lo cual es raramente alcanzable con castigos y amenazas.

martes, 13 de noviembre de 2012

CABALLOS SIN OPINIÓN FORMADA, SORPRENDENTES VIAJES, Y LAS COSAS DEL DÍA A DÍA.


El platanero fue un poco radical, su estómago lo pagará, pero realmente solucionó el problema.

Llevo las manos con tierra. Hace un momento arrancaba ya a oscuras una pocas acelgas y espinacas. ¿El mundo es complicado o es sencillo?, ¿coordinaciones, comisiones, índices macroeconómicos, huelgas generales, o rabanitos que crecen entre estiércol que hace meses un caballo cagó? Para empezar, responder a estas pregunta parece bien complicado, ¿o no? Quizá todo sea una regresión infinita, una divertida paradoja. El caballo ni siquiera tiene una opinión sobre algo que le atañe tan directamente.

Tras dos meses y medio de trabajo ya puedo mirar atrás y ver un poco del recorrido. De hecho, creo que ya está a punto de acabar este curso y el próximo; pronto estaré empezando en otro sitio. Tengo la costumbre últimamente de acabar los cursos con mucha antelación. Uno de los problemas nuevos a los que me enfrento este año es el de no llegar a todos los niños en la medida de lo deseable. Con ocho o diez niños en la tutoría, veinte horas a la semana mediante, era sencillo controlar cualquier asunto, revisar el progreso, el trabajo diario, etc. En estas semanas he comprobado que con dos o tres horas semanales y grupos de veinticinco niños hay multitud de factores que no puedo controlar a mi gusto y que dependen directamente de la voluntad de los alumnos. Hay contenidos donde unos alumnos acceden, disfrutan, progresan, y donde otros se van quedando al margen. Supongo que es lo natural, pero nunca lo había visto desde la impotencia de mi poco margen de acción, siempre había algo, aún poco efectivo, por hacer para evitarlo. Como ejemplo de ir por casa, algunos alumnos están olvidando reiteradamente el cuaderno de trabajo. Trabajan en hojas sueltas y les pido que lo pasen al cuaderno en casa. Al cabo de unas sesiones las hojas sueltas están medio rotas o directamente perdidas. Hasta el año pasado, al segundo día con el problema, la relación tan directa con los niños y con los padres solía conducir a una solución. Ahora es diferente, y voy viendo como muchos niños van acumulando problemas, mientras otros disfrutan y aprovechan cada oportunidad que se presenta.

Hace unos días formalizamos un grupo de trabajo en torno a la Educación Física. Es un grupo clandestino. Totalmente al margen de la ley, por lo que tampoco se puede contar demasiado. Lo más importante son las ganas de juntarnos para ayudarnos y ser un poco mejores cuando cada mañana estemos delante de los alumnos. Y haciendo cada acción y esfuerzo porque nos da la gana: sin puntos, sin reconocimientos externos, sin indicadores burocráticos de ningún tipo: simplemente por el convencimiento de que debemos intentar hacerlo bien con los niños, ayudarles todo lo posible siendo mejores maestros.

Hoy el blog de EF de la escuela recibía este comentario: “Es muy chulo ir en velero y ojalá yo hubiera podido ir en velero”. Otros años el blog adquiría pleno sentido en torno al trabajo de la comunicación: escritura, lectura, contacto con otras personas, “motivación por contar”, etc. Este año, el blog de EF tiene una naturaleza diferente. El caso es que el comentario de este niño me ha llevado hacia atrás unos meses, donde la capacidad expresiva de los chicos me atañía directamente. Entonces hubiera leído sus palabras, me hubiera alegrado enormemente por su participación voluntaria, por su interés en agradar a la compañera que escribió el artículo. Hubiera creído atisbar una intención expresiva un poco atascada en la repeticiones y en algunas carencias de vocabulario. Hubiera pensado qué proponer a este niño para que pudiera expresar mejor las ideas que hay en su cabeza. Hoy apenas puedo quedarme con la fortuna que supone que un alumno dedique unos minutos de la tarde a leer lo que una compañera ha preparado voluntariamente para el blog de la humilde Educación Física y, además, aporte con unas pocas palabras su opinión. 

viernes, 2 de noviembre de 2012

RURALIZACIÓN DE ENTORNOS URBANOS POR MEDIO DE NIÑOS.

Una vez más, justo antes de dormir tuve una idea muy importante sobre la escuela, sobre la que escribir y reflexionar. Una idea objetivamente importante. La fijé en la mente y me entregué a los sueños. Ahora escribo atormentado por el olvido de semejante idea. ¿Sería realmente importante o lo fue únicamente en el espejismo del instante anterior al sueño? Tendré que vivir con esta nueva carga, otro pensamiento muerto apenas recién nacido.

En un pueblo pequeño es normal que los niños de la escuela acudan a casa de alguno de sus maestros durante la tarde, tras la escuela. Que suceda en la ciudad es bastante más difícil e implica una exagerada puesta en escena. Hace unos días, más de treinta niños vinieron a saludarme y a pedir algunos caramelos. En un piso urbano, el jaleo de treinta y pico niños subiendo por las escaleras hasta un cuarto y llamando a la puerta fue colosal y realmente sorprendente para muchos. Pedí disculpas por los altercados, pero realmente me encantó el suceso.

También es normal en un pueblo pequeño salir a pasear, encontrarte con alumnos y compartir unas palabras y parte del camino. En la ciudad esto tampoco suele ocurrir, pero también sucedió hace unos días, pues yo salía a caminar con el perro filósofo Tastavín, ahora en período nihilista, y me encontré con varios niños de la escuela que apuraban los últimos minutos de juego de la tarde. Mi amigo perro accedió a hacer un poco de comedia para ellos, por lo que pasamos un buen rato en esa situación con tan cercano e intenso recuerdo rural para el perro comediante y filósofo y para el humano paseante. De momento, parece que ruralizar el entorno urbano próximo puede ser una solución temporal válida.

martes, 23 de octubre de 2012

EL INSPECTOR DE EDUCACIÓN Y EL CARNICERO.


Se cuenta que un inspector educativo, gran pedagogo de su época, intentó extender sus métodos a otros oficios y comenzó con un carnicero. Era un gran aficionado a las chuletas a la brasa, por lo que se asoció con su carnicero de confianza y apostó por optimizar las ventas con sus técnicas burocráticas.

Tras una evaluación preliminar, el inspector concluyó que los métodos del carnicero estaban equivocados. Había demasiados aspectos que el carnicero resolvía a su antojo, sin documento de apoyo alguno. Era urgente una objetivización del proceso de venta cárnica en aras de una mayor calidad en la relación cortador de carne-cliente.

Así, el carnicero fue obligado a redactar un proyecto ideológico del negocio, un reglamento de régimen interno para él y los clientes, con la tipificación pertinente de las consecuencias de cada conducta que se pudiera presentar en el espacio de venta, una secuenciación de sus objetivos para cada día de la semana, distribuidos por franjas horarias, una programación de contenidos alimenticios en función de la especie animal que sirviese en cada momento, y unas breves indicaciones sobre la metodología empleada en cada corte. Igualmente, debía prever las posibles adaptaciones para las carnes más duras de cortar y también para los clientes impertinentes, no olvidando a los clientes especialmente educados que también debían recibir una atención individualizada que no obviara sus necesidades y características diferenciales. Cada documento debería revisarse trimestralmente para optimizar su aplicación. En el menor tiempo posible, el carnicero tenía que explicitar e implementar los instrumentos para evaluar cada parámetro del proceso de venta y qué criterios emplearía para definir el grado de cumplimiento de los objetivos definidos en primera instancia.

El carnicero quedó un tanto desorientado, pensando que siempre había atendido a sus clientes del mejor modo posible sin necesidad de tanto tecnicismo ni papeleo, confiado a la simple voluntad de hacer bien su trabajo, para lo que se había formado durante varios años de su juventud. En todo caso, así lo hizo: el inspector educativo era su mejor cliente, solía hablar con palabras de gran profundidad y difícil articulación, por lo que parecía lógico hacerle caso.

No sin problemas, el tiempo fue pasando. Un día el carnicero, ya cansado de los documentos que se repartían por los expositores de su negocio impidiendo prácticamente la presencia de la carne, se permitió ciertas libertades al cortar un solomillo de ternera. Lo hizo bien, llevaba 40 años en el gremio y no cabía duda de su capacidad, pero el inspector le exigió que justificara semejante acto de rebeldía con el solomillo. El pobre carnicero apenas pudo balbucear que lo cortó así “porque mi formación como carnicero me permite discernir entre un buen y un mal corte, un buen servicio y un mal servicio al cliente”. El inspector entró en cólera, pues los más básicos preceptos programáticos habían sido mancillados. “¿Quién es ese miserable para actuar con libertad y por encima de lo indicado en las órdenes oficiales?”, “¡lo justifica con su voluntad de haber buscado siempre una buena formación como carnicero!, como si eso importara al sistema de burocratización que defiendo y represento”, gritaba lleno de rabia y amargura.

Dicen que el carnicero retomó su actividad normal, vendiendo como toda la vida: intentando hacer bien su trabajo como había aprendido en sus inicios e incluso esforzándose por aprender con su ya avanzada edad. El inspector intentó aplicar su sistema de objetivización de la realidad a numerosos gremios: carpinteros, actores de cine erótico, desatascadotes de tuberías, médicos y biólogos especializados en ornitología, pero todos rehusaron sus servicios. Finalmente tuvo que volver a la escuela, pues los maestros eran el único colectivo que asumía con alegría y dicha su presencia. Las malas lenguas cuentan que el inspector acabó sus días manteniendo relaciones deshonestas con muchos de los documentos sin utilidad que había generado a lo largo de su vida, dándoles, por fin, un uso.

Este documento de dudosa procedencia está dedicado a todos aquellos que sufren al comprobar que el oficio de maestro es el único que tiene que rendir cuentas constantemente sobre cada una de las decisiones que se toman en el aula y que está supeditado a documentos oficiales que desprecian por completo la labor y la formación del docente. También a aquellos que están convencidos de que, afortunadamente, la realidad no se puede objetivizar, que la vida es complejísima, milagrosa, imprevisible, maravillosa, y que todos los que inventan procedimientos y palabras tan feas deberían estar bien lejos de las escuelas.

domingo, 21 de octubre de 2012

NOCHE DE SÁBADO FRENTE AL FUEGO.

En estos siete u ocho años de escritura he realizado de vez en cuando descripciones de algunos alumnos con los que he tenido una relación especial. Me acuerdo de algunos a quienes me referí con los apodos de Sonrisas, Saltarina, Martinillo. Estas semanas atrás, releyendo lo escrito en este tiempo, encontraba especial alegría y nostalgia al pasar por los escritos dedicados a estos niños.

Este curso estoy descubriendo un nuevo placer: el de conocer de golpe a más de doscientos alumnos. Si otros años apenas compartía la semana con una par de docenas de alumnos, ahora comparto cada día con más de cien niños. Y esto implica que tengo acceso a un ilimitado número de formas de ser, de formas de mirar, de acercarse, de dar las gracias, de enfadarse, de hablar, de escribir… mil y un matices que me encanta conocer y que me dan la oportunidad de aprender y de esforzarme por hacer mejor cada clase a base de atender a cada uno de ellos de la mejor manera posible.

Igualmente, también estoy conociendo a algunos tipos de niños que no había conocido otros cursos en centros rurales pequeños. Silvestre llegó hace pocas semanas a la escuela. Traía con él una fama poco favorable y unas condiciones de vida muy difíciles. A mí me gusta encontrarme con niños con problemas de comportamiento. Suelo llevarme bien con ellos y ayudarles siempre supone un reto y una motivación. Hace unos días salía de la escuela al mediodía y el niño Silvestre estaba con otras personas dentro de un contenedor de basura buscando algo aprovechable. Le saludé, no había venido ese día a la escuela. Me sorprendió que con una rápida respuesta me indicara que se les había caído un estuche al contenedor y lo estaban buscando. Me entristeció comprobar como, además de la tragedia de buscar en los contenedores de basura, se añadiera la carga moral de la humillación al ser observado por un conocido y tener que buscar la primera excusa que pudiera explicar su situación.

Cada día recibimos miles de niños en las escuelas. Algunos han hecho la tarde anterior equitación y otros han rebuscado entre las basuras. Algunos se han dormido entre susurros y lecturas con la voz materna y otros se han dormido viendo una serie de la MTV. Quizá constatar estas diferencias parezca demasiado obvio, pero ser muy consciente de ello me ayuda cuando intento valorar en su justa medida muchos de los sucesos que ocurren en clase cada día para actuar de un modo adecuado. Si no lo tengo muy presente es muy fácil malinterpretar o no comprender algunos comportamientos de los niños. Especialmente en el caso de los niños con grandes problemas de comportamiento, conocer sus circunstancias vitales ayuda a establecer empatía con ellos, a comprender mejor los porqués, y a enfocar la intervención de una forma diferente. 

sábado, 13 de octubre de 2012

VIAJES INTERIORES.


Autorretrato

De igual modo que en anteriores ocasiones, un periodo de enfermedad se ha convertido en un periodo cultural excelente. Semana cultural de la gripe y el catarro, podría decirse. El no poder hacer apenas nada que implique cierto esfuerzo físico me abre de par en par las puertas de libros y películas que llevan esperando su momento largo tiempo.

Los libros no me han provocado la conmoción que esperaba. Quizá me faltaba poner de mi parte un poco de fiebre para alimentar las calderas de la ensoñación. En cualquier caso, sí he quedado profundamente afectado por el documental Human planet. Supe de él hace bastantes meses gracias a un blog amigo; la mera visión del trailer y la firma de la BBC eran buenas garantías. El trabajo, de unos tres años de duración, realiza un recorrido a través del planeta buscando los exponentes más espectaculares de la compleja y rica relación del hombre con el ecosistema en el que vive, dando lugar a ocho capítulos que consideran distintos entornos: mar, praderas, montañas, desiertos, etc. Hace mucho que no hago ninguna recomendación en el blog, por lo que está obra representa una inmejorable razón para romper la costumbre.

Como en los libros, es usual que veamos aquello que estamos preparados para ver, o más aún: aquello que deseamos ver. Por ello el dicho de que la obra, el libro o lo que sea, la concluye el consumidor final. En cualquier caso, el documental muestra una riqueza desbordante de vida y diversidad que se contraponen en el último capítulo a la vida urbana y homogeneizadora de la cultura globalizada occidental. Quizá muchos espectadores hayan tenido el pensamiento mientras lo veían de algo similar a “¿qué estoy haciendo con mi horario de oficina diario y mis compras semanales en el centro comercial?”. Recuerdo ahora tres momentos: el primero en el que unos niños de siete u ocho años salen de la escuela y acuden con absoluta normalidad a buscar enormes arañas para la merienda de ese día, finalizando entre risas mientras tuestan sus capturas en una hoguera; el segundo es el de dos niños nepalís que se enfrentan junto su padre a un viaje de ochenta kilómetros siguiendo un enorme cauce en pleno deshielo para comenzar el trimestre escolar. Y el tercero es el de uno de los cámaras que, tras concluir el trabajo de campo en una de las localizaciones y después de haber convivido con unas personas alucinantes, se plantea el sentido de su vida y medita sobre el hecho de vivir veinte o treinta años menos si tu vida es plena en cada uno de los instantes que la componen.

Ya puestos a recomendar, en tres o cuatro meses estará a la venta el libro de Jean Béliveau, el canadiense que respondió a la pregunta de hace doce líneas con un viaje de once años andando alrededor del mundo. Andar y andar siempre es un buen remedio.

jueves, 4 de octubre de 2012

NOTAS DE COLOR ALUMBRAN LA CADENA DE MONTAJE.


El perro Tastavín, ahora perro urbano, junto al inquilino problemático, un inadaptado.

Pasan las semanas sin que ocurra apenas nada interesante en este lado de océano, o del Ebro, que para el caso es lo mismo. Me desarrollo en el papel de maestro industrial que supervisa el cumplimiento de parámetros de calidad educativa, o como quiera que lo llamen. O al menos actúo de ese personaje. Lo mejores momentos ocurren con los niños, cuando puedo ser un poco del maestro de pueblo que disfruta con su trabajo y al que le encanta estar con los alumnos. Buena parte de los buenos momentos suceden mientras incumplimos algunas de las normas propias de un megacentro, y que pueden tener que ver con correr por el pasillo, jugar donde no se puede, hablar de asuntos extraoficiales o estar donde no deberíamos a la hora inapropiada. Ya sé el nombre de los doscientos y pico niños a los que doy clase. Es algo bueno, pues llamar a cada niño por su nombre me parece la primera muestra de respeto e interés hacia ellos.

Como decía, todo transcurre en el ambiente de lo industrial, ajeno a las emociones e intensidad de los años anteriores. Cada día pienso en escribir en el blog, pero me parece que no tengo nada que contar. Hasta hace unos minutos. He pasado la tarde poniendo en orden cajas llenas de libros, poesías, producciones escritas de los niños, noticias, y un sinfín de materiales acumulados en los cursos precedentes. En un momento dado he encontrado un diario del verano de 2011 que sugerí realizar a mis alumnos. Es de una niña que lo realizó con dedicación y cariño. Ella me lo prestó y el diario desapareció hasta hoy. Le he escrito diciéndoselo e indicándole que se lo llevaré si lo quiere conservar, aunque me gustaría quedármelo como ejemplo de trabajo de una gran alumna para poder mostrar a otros maestros. Me ha respondido “bueno, es que me gustaría tenerlo porque ha sido un verano muy importante para mí... pero no sé... si no se podía hacer una fotocopia... no sé”. Lógicamente se lo entregaré. Porque es suyo y especialmente porque en unas pocas líneas ha mostrado lo que, a mi juicio, es la esencia de la escritura y uno de los lugares más felices a los que puede llegar un maestro: “ha sido un verano muy importante, sentí la necesidad de explicarlo con palabras escritas y lo hice del mejor modo que fui capaz”. Creo sin duda que este espíritu es el que ayuda a conseguir que los niños progresen y sean mejores. Y creo también sin duda que estos asuntos sutiles de la educación nunca estarán recogidos en un puñetero formulario. Afortunadamente.

jueves, 13 de septiembre de 2012

MAESTRO EN LA CADENA DE MONTAJE.


Con seguridad, es un maestro de pueblo

Ya han pasado tres días de clase con los niños. Es una fortuna recuperar un tiempo ocupado en su mayoría en hacer clases y estar con los alumnos en detrimento de las reuniones de coordinación y otras zarandajas burocráticas.

He conocido en estos tres días más niños que durante los anteriores siete años en los que he trabajado como maestro. Esto supone, por ejemplo, que probablemente no aprenderé sus nombres hasta dentro de unas largas semanas. Hace un rato he pensado en la evaluación del primer trimestre. Me pregunto qué podré decir de cada niño con un conocimiento tan exiguo de cada uno de ellos. Inevitablemente, el comienzo en un nuevo lugar lleva a establecer comparaciones con el pasado. Así, pienso en el conocimiento profundo que tenía de los niños siendo tutor. Más aún, pienso en que desconocía mucha información sobre ellos incluso pasando tantas horas con ellos. En dos o tres semanas de tutoría compartíamos las mismas horas que este año compartiré con cada grupo en tres meses o cuatro meses. Apenas nos conoceremos.

La rutina del día a día está llena de momentos de impersonalidad. Entre los veinticinco niños de cada aula se esconden alumnos con los que apenas intercambiaré unas palabras de forma directa y personal. Cada jornada trabajo con cinco grupos. Hoy ha sido el primer día en que he dado clase con normalidad y al finalizar la jornada he sentido la impresión de ser un profesor de una cadena de montaje, un profesor industrial. En otros cursos he sido un maestro rural, un maestro novato, un maestro emprendedor, u otras variedades del oficio. Ahora maestro industrial de cadena de montaje. Muchos inspectores y sus secuaces estarían orgullosos. Recojo al grupo, doy la clase intentando aprovechar al límite el escaso tiempo, devuelvo al grupo y vuelta a empezar. Sin tiempo para la relación más cercana y personal que encontraba en el pueblo. Intento acostumbrarme también a las inevitables pérdidas de tiempo que impone el tamaño: decenas de filas, prioridad de unos grupos sobre otros para subir o bajar, tiempos de espera hasta que llega el turno, largos desplazamientos hasta la zona de educación física, largos desplazamientos del material. Un porcentaje notable de las clases se diluye en este tipo de asuntos, lo que constituye un tiempo importantísimo al cabo de los meses.

Intento aprender a cumplir con obligaciones absurdas, hacerlas en el menor tiempo posible y poder volver pronto al lugar donde creo se encuentra la vida real, o una buena aproximación a la misma: en las clases con los niños. Supongo que no es bueno pensar varias veces al día que nuestro oficio es, en muchas ocasiones, una auténtica broma.

Así concluye este pequeño relato descriptivo del inicio de curso de un maestro grisáceo.

martes, 4 de septiembre de 2012

MAESTRO DE PUEBLO ENCUENTRA CIUDAD.

Comenzando por séptima u octava vez. En unos pocos minutos de curso he confirmado un hecho que apenas requería confirmación: soy maestro rural. Desconozco qué haría la administración, esa a la que le ha dado por objetivizar la vida (equiparable a acciones como perseguir la sombra de uno mismo), si descubriera mi naturaleza pueblerina desempeñando el trabajo en un ambiente urbano.

Tan enloquecidamente amante de lo sencillo, quedo perplejo al conocer los tremendos protocolos propios de un centro mastodóntico. Existen trámites laboriosos para asuntos como entregar los niños a las familias al acabar la jornada, para hacer las filas, para salir al recreo o para solicitar una grapadora. Tengo muy recientes imágenes de Ansó donde actuábamos de forma simple y espontánea, donde la vida no se basaba en protocolos de actuación. Una tarde con buen tiempo y cielo esplendoroso en la que dábamos la clase en el campo, o un niño que me llamaba a casa para pedirme que le abriera la escuela para recoger algún material olvidado.

Comenzar en un nuevo centro permite la posibilidad de no caer en algunos errores cometidos en el pasado. Una de las principales enseñanzas que debo recoger de los años precedentes consiste en no luchar en asuntos improductivos e intentar cambiar aspectos que no dependen de mí. Es un aspecto en el que actúo tremendamente mal y que suele concederme la fama de revolucionario y chiflado. Espero que estar en una escuela tan grande me sirva para aprender a pasar totalmente desapercibido y centrarme en lo único importante: las clases con los niños.

Contemplo pasillos inabarcables, multitud de aulas, ventanas que muestran únicamente carreteras y edificios, decenas de personas que aún no conozco y que van de un sitio para otro cargadas de papeles e intenciones. El siguiente aprendizaje consiste en sentirse afortunado y aprovechar lo que la vida depara en cada momento (o conseguir cuatrocientos veintemil euros, aunque es más sencillo lo primero).

miércoles, 18 de julio de 2012

MACROECONOMÍA PARA APICULTORES INTRÉPIDOS.


Uno de tantos...

Hoy buscaba un libro por la ciudad, pero sólo encontraba bares. Dada su abundancia, he pensado que quizá en alguno de ellos pudieran tener, junto a los tabacos o las cervezas, el ejemplar que buscaba. El camarero me ha mirado malhumorado, así que no he insistido. Supongo que no le gustaba la literatura de viajes. Supongo que si hubiera tantas librerías como bares Rajoy no gobernaría y seguro que un librero amable sí nos pondría un vino o un gin tonic.

«La apicultura intensiva hace los oportunos ciclos de recolección en la montaña y, cuando llega el momento de descanso del enjambre, lo trasladan hasta la playa para que siga trabajando y haga nuevos ciclos de producción. Por otra parte, retiran hasta la última gota de miel para la venta. Esta miel, que es el alimento del enjambre para pasar el invierno, es sustituido por jarabes y preparados azucarados industriales. Pienso para abejas, en definitiva.»

Hace unos días un hombre me recogió en la carretera y me habló sobre la política internacional y sobre las abejas. Aproveché para comer el bocadillo de tortilla que me habían regalado y escucharle atentamente. Afirmaba que estamos haciendo con las abejas lo mismo que hacemos con nuestra sociedad (o quizá al revés): buscar el máximo rendimiento a toda costa y olvidarnos de aspectos esenciales. De ser trabajadoras y colaboradoras estrechas de nuestra especie, cambiamos la relación hasta hacerlas esclavas firmemente explotadas. Se reía de las enfermedades y penalidades que afectan a las abejas en los últimos años. ¿Qué esperamos cuando las maltratamos de tal modo? Mi amigo pasiego decidió hace tiempo apartarse de la locura y vivir en un pequeño pliegue de la realidad.

Le escuchaba hablar sobre sus abejas, sobre la apicultura industrial, sobre la economía nacional, y no dejaba de estremecerme al observarme como esa pobre abeja que dobla turno de trabajo y recibe en recompensa un sucedáneo azucarado que elevará su rendimiento. De hecho, el avispón tropical ya nos está comiendo.

Parece sencillo entender que hay que respetar los ciclos y los ritmos naturales, que lo contrario lleva a situaciones difíciles, sin solución favorable en muchos casos ¡Los niños de primero de primaria lo entienden! Pero la realidad parece demostrar que no es tan sencillo, y quien necesite una prueba sólo tiene que echar un vistazo a las abejas, a las vacas, a la agricultura, al telediario o a su ciudad.

Si recorren algún trozo de España en su variante rural, observarán que buena parte de las escuelas exhiben carteles pidiendo un poco de clemencia, ayuda, o simplemente decencia. La ecuación es bien sencilla: la escuela rural exige más recursos por niño que la escuela urbana, englobando además una porción de votantes no muy grande. Añadamos que la educación y la cultura no están entre las prioridades de los que gobiernan el país. La escuela es el alma de los pueblos pequeños, por lo que el golpe es tremendo.

Después de despedirme del apicultor, en un momento de la travesía en que caminar hacia adelante dejó de ser posible, probé a caminar un tiempo hacia atrás. Tras unos pasos, consideré que quizá caminando de este modo a los humanos nos iría mejor. Algo tendremos que hacer.

domingo, 1 de julio de 2012

LA LUNA Y LOS NIÑOS.


Es la una de la madrugada. Conduzco hacia Zaragoza con mi casa metida en el coche. El perro Tastavín está acurrucado entre varias cajas de libros y una rueda de bici. Hace un par de horas he cerrado la puerta de la casa y he dicho adiós a siete u ocho niños que han esperado hasta el final paras despedirme. Algunos lo han hecho mientras lloraban. Les he dado un abrazo y he partido con un nudo en la garganta y otro en la cabeza.

Está sonando la radio. Se alternan las noticias sobre la destartalada economía, las cumbres de alto nivel donde gente muy lista decide quién pasa hambre y quién vive entre lujos, y las de fútbol, que tratan sobre sentimientos y emociones trascendentes, según parece.

Estoy aturdido. He dejado mi centro en medio de un revuelo terrible por la reciente noticia de la reducción de diez maestros. Un tercio de la plantilla. La situación para los niños será terrible. El trabajo de los maestros se multiplicará hasta hacerlo realmente difícil. Muchos maestros anticipan resignados el abandono de proyectos: la revista de la escuela, las actividades internivelares, las excursiones. Será difícil hacer horas extra por voluntad propia cuando los superiores muestran tal desprecio. Niños agrupados con sus compañeros del ciclo que pasarán a estar con compañeros de toda la etapa, clases atendidas por multitud de maestros que entran unas pocas horas hasta completar el horario. La escuela rural queda herida de gravedad. Por extensión, también los pueblos, cuya capacidad para atraer y mantener población con servivios básicos cada día más menguados y viviendas a precio inalcanzable (con medios decentes, se entiende) queda reducida drásticamente.

La radio sigue diciendo que las instituciones públicas son insostenibles, que hay que reducir, ahorrar, racionalizar. Que hemos vivido por encima de no sé qué posibilidades. Que los bancos no sé qué, que las agencias de calificación no sé cuál. Rápidamente otro cambio: el equipo de fútbol mantiene a todo un país ilusionado, repiten hasta que todos acaabamos por creerlo. Me sorprendo por mi frialdad, pues no consigo dar con la ilusión desmedida. Al contrario, espero que acaben cuanto antes para que algunas miradas puedan enfocar hacia el mundo real.

Ya estoy cerca de casa. En el cielo aparece una Luna casi llena radiante. Se muestra espectacularmente nítida. Tan nítida que me hace sentir vértigo. Me mareo al mirarla y sentir que estamos en frente de ella, en otro pedazo de roca y agua que viaja por el Universo. La radio sigue con sus cosas y me acuerdo del memorable Carl Sagan, cuando a la vista de la Tierra desde una lejanísima sonda espacial reflexionaba sobre las guerras, odios, atrocidades…, cometidas en ese diminuto y lejano pixel azul con la finalidad de controlar un pequeño fragmento de su superficie.

Continúo mirando la Luna hasta llegar a casa. Pienso en los niños de los que me he despedido hace unas horas y espero que las personas que organizan y determinan sus vidas sean capaces de mirar más hacia el cielo y menos hacia sus pies.

martes, 26 de junio de 2012

YO NO SÉ SI HE ESTADO AQUÍ. PERO HE SIDO MUY FELIZ.

Y el curso se acabó. Desgraciadamente, pues estábamos con fuerza y ánimo para haber continuado unos cuantos meses más. Puede decirse que era necesario haber continuado.

Como siempre, siento enorme pena por dejar atrás a un montón de niños con los que el cordón afectivo es casi un cordón umbilical. Pasar página a un paisaje y un tiempo vivido con intensidad es un acto tremendamente duro y esforzado.

Aún no sé qué haré con las contraseñas en las que escribo ansotano, aún no sé qué haré con tantos recuerdos y emociones, con el puñado de atardeceres y amaneceres, con las estrellas, los bosques y los saltos al río, con la escuela cercana e íntima. Dónde los meteré para que acompañen pero no duelan. Ayer encontré un papel que se escondía entre las páginas de un libro de misterio. Era la crónica de un viaje que intenté realizar en bici hace casi diez años hasta París. Un poco de hambre, algunas tormentas y varios tormentos aconsejaron la vuelta a mitad de camino. Ayer lo encontré y leí "hoy, diecinueve de julio de (...) he salido desde Galdakao (...)". Me quedé perplejo porque no tengo conciencia de haber estado jamás en Galdakao. Realmente no tengo conciencia de haber emprendido nunca ese viaje, aunque yo firmaba la hoja escrita en un albergue por la noche. Parece que hay que ser muy cuidadoso con lo que guardamos en el pasado, pues en muchos casos se evapora, en otros se transforma y, finalmente, uno no sabe dónde ha estado o qué ha sido. Y lo que es peor, si lo que es ahora, será realmente o habrá que esperar a que se transforme o desaparezca en unos años para acabar entendiéndolo. O entendiéndose, qué sé yo.

Escribo estas líneas desde la escuela. Aún quedan evidencias de lo que ha sucedido en los últimos diez meses: algunas fotos, algunas noticias, libros, dibujos, mapas, la colección de hojas, un craneo de zorro. Las mesas están vacías y el espacio está gobernado por un triste silencio sólo alterado por el sonido de las teclas que voy pulsando. Quería escribir este último pensamiento desde aquí, desde la escuela que ha moldeado y determinado el maestro que he ido siendo, e intentado ser, durante estos ya siete años.

Hace seis años me llevé la llave de clase asegurando que volvería. Y así ocurrió. Estuvo cinco años en un cajón de Zaragoza y ahora está en el llavero con el que he entrado hace unos minutos. En tres días cerraré por última vez y la llave volverá al mismo cajón. Quizá esté allí hasta la jubilación, dentro de cuarenta años.

martes, 19 de junio de 2012

MAESTRO Y NIÑOS EN CÍRCULO EMOCIONADO.

Hace unos días, los niños con los que compartí la mayor parte de las horas del año pasado acudieron a nuestra clase para regalarme unas cartas de despedida. Obviando a mi madre, padre y pareja, es uno de los regalos más bonitos que he recibido. Cada uno leyó su carta en voz alta y las palabras emocionadas que me brindaron forman ya parte de la colección de momentos memorables que me permiten mantenerme con vida.

Tras las cartas, pasamos la hora en un círculo hablando sobre la escuela, sobre la suerte de ser maestro con niños a los que quieres tanto, sobre la suerte de una escuela a la que acudes contento, sobre la suerte de ser ricos, multimillonarios, en afecto y cariño.

martes, 12 de junio de 2012

INESTABILIDAD EN EL MERCADO DE VALORES.


En la escuela hay tiempo primaveral: se alternan nubes oscuras y claros radiantes. Uno no sabe cuándo coger el paraguas y cuándo salir a disfrutar del sol. Nada nuevo, es la vida. Nos quedaremos con los días cálidos, aunque la prima de riesgo de los días grises se dispara. El diferencial de los días azules respecto a los oscuros pierde enteros en el agitado final de trimestre. El mercado de valores anda de capa caída: la responsabilidad, la dignidad, el esfuerzo, cotizan a la baja. Al alza la mediocridad, la insensatez y la sumisión.

La poesía es hoy material delicado y exquisito. Nos transporta a una realidad ajena a lo banal y superficial que nos invade cada instante. Nos permite recrearnos con el placer sensorial del momento y profundizar hasta emociones y sensibilidad inalcanzables de otro modo. La semana pasada acudí con mi clase hasta un bosque cercano para recitar en voz alta algunos de los poemas con los que hemos trabajado este curso. Este bosque se encuentra a cuatro minutos de la escuela y está formado por matorrales como majuelos y boj y, sobre todo, por altos y abundantes pinos. En su interior se encuentra paz y quietud dentro de una dimensión en la que nos sentimos diminutos. Por estas razones pensé en combinar, como actividad especial de estos días finales, el bosque con la poesía. Los niños estuvieron encantados con la actividad. Incluso en el sendero de vuelta hacia la escuela siguieron recitando en voz alta a costa de unos cuantos tropezones. En el blog Ansotanius pueden observar otra versión ilustrada de este asunto. Cambiaría casi todo por ser poeta. Pondría todos mis ahorros en una empresa del sector poético.

En seis días cerramos el séptimo capítulo escolar.

miércoles, 6 de junio de 2012

LA POBRE ESCUELA PÚBLICA. CARIÑO Y SONRISAS PARA APRENDER JUNTOS.


Cuando la realidad es gris y mediocre resulta relativamente sencillo colorearla con palabras bonitas y frases sugerentes. Sin embargo, si la realidad es realmente espléndida puede resultar muy complicado que las palabras dibujen la situación con toda su intensidad y sus matices. Este es el caso y espero que las líneas que están a punto de nacer sean las que merece la experiencia vivida durante el fin de semana.

Son las tres y media de la madrugada del sábado. No me puedo dormir, decenas de imágenes me asaltan atropelladamente. Estoy en la escuela, sobre el suelo de madera. Levanto la cabeza y compruebo que los trece niños duermen. En la clase contigua hacen lo mismo ocho niños y otros tantos adultos. Hasta el momento, todo ha transcurrido a la perfección. Vuelvo a lanzar una mirada a través de la oscuridad y el silencio de la clase (espacio que difícilmente observamos de este modo); vuelvo a observar a los niños que descansan y me siento profundamente afortunado. Pienso que debo guardar esta emoción con la mayor nitidez posible para contarla en este diario, pues quizá condense la esencia de estos dos días. Vuelvo a cerrar los ojos e intento dormir. Mañana hay mucho por hacer. El filósofo y perro Tastavín duerme a mi lado. Igual que yo, es muy feliz en la escuela y le encanta estar con los niños.

El viernes recibimos a nuestros compañeros de la escuela Jean Piaget de Zaragoza. Nos devolvían la visita que el año pasado les hicimos nosotros. Ahora culminaríamos en nuestro pueblo los dos años de relación. Ejercían de anfitriones los niños de segundo, cuarto, quinto y sexto, que son los que han colaborado de un modo u otro con la escuela zaragozana. Durante toda la semana hubo muchos nervios e ilusión por el encuentro.

A la vista de algunas dificultades organizativas, decidimos realizar el encuentro durante el fin de semana, lo que exigía el esfuerzo de las familias que tenían que viajar con los niños y de las familias del pueblo que, de un modo u otro, debían atender a los visitantes.

Ha habido muchos momentos magníficos. Situaciones que dan sentido a un curso entero y al trabajo del maestro. Poder compartir una actividad con los compañeros piagetenses en un lujo incalculable, pues son ejemplos andantes de esfuerzo y entrega, de capacidad e ilusión por cumplir la frase de inicio de curso («toda acción estará destinada al máximo beneficio de los niños»). Comprobar el comportamiento exquisito de los niños, sentirse orgulloso de ellos por su actitud e interés. Observar una clase a las doce de la noche llena de colchones por el suelo y de niños contentos por dormir juntos en su escuela, volver a sentir el enorme cariño de los niños piagetenses, disfrutar de momentos donde en un corro improvisado y casi a oscuras los alumnos escuchan absortos las explicaciones de dos maestras luminosas. Valorar el esfuerzo de las familias y su colaboración por llevar a buen puerto este encuentro. La comida final, con los niños jugando, las familias charlando. La despedida intercambiando teléfonos, emociones y agradecimientos.

Ha sido un placer sentir estos dos días que la escuela es un lugar intensamente vivo, un espacio abierto a los niños y a sus familias. Un lugar de encuentro capaz de generar experiencias cargadas de aprendizajes valiosos para el proyecto personal de los alumnos y de los adultos que estamos con ellos. Creo que con experiencias como esta o similares tenemos un recurso pedagógico de valor incalculable y apenas utilizado. Hay mil escuelas en toda la comunidad que plantean el espacio ideal para que maestros con ánimo vayan un poco más allá de lo obligatorio.

Hoy hemos recordado todo lo vivido durante la convivencia, aprovechando que lo contábamos a la tutora de 5º y 6º que no pudo estar presente. Todos los niños tenían mil anécdotas llenas de sorpresa, curiosidad, emoción o afecto. Igual que el año pasado, todos han quedado marcados por la experiencia. He querido concluir dándoles las gracias y la enhorabuena por haber contribuido a un resultado final excelente. También les he dicho que aprender y huir de la ignorancia es el mejor remedio para una vida respetuosa con los demás. También el primer paso para disfrutar del Mundo increíble que tenemos delante de nuestra nariz. Que apostaría cualquier extremidad de mi cuerpo a que ellos ya nunca en su vida tratarían con desprecio a una persona discapacitada, sino que sabrían valorar las virtudes que, como cualquier otra, posee. Y solo esto último ya es mucho.

miércoles, 30 de mayo de 2012

TODOS DUERMEN.


Una de las opciones para evitar el suicidio cuando lanzamos una mirada crítica alrededor consiste en involucrarse en un sinfín de actividades que ocupen plenamente las energías y la atención. Otra se refiere a vivir de los pequeños detalles, a ser feliz con cada uno de ellos. Así vamos pasando.

Estamos a punto de celebrar el asunto escolar más difícil que he manejado. Los niños lo esperan con enormes ganas. Esperamos estar al nivel merecido. La escuela está contenta.

sábado, 26 de mayo de 2012

MÁS DE PUEBLO QUE LA REMOLACHA FORRAJERA.


El título es una frase repetida con frecuencia por un buen hombre al que queremos mucho.

Quedan un puñado de días para concluir otro capítulo de la vida. Cada capítulo concluido nos aporta una satisfacción, pero nos acerca al final de libro. ¿Cómo sonará nuestro libro cuando se acabe y sea cerrado por última vez? ¿qué cara tendrá el lector al finalizarlo?

Bien sea colgado de la rama de un haya, paseando con el perro filósofo o hablando con los muchos niños que en las largas tardes de mayo se acercan a casa para hablar, intento aclarar qué he hecho bien en mi trabajo y qué me deparará lo que comenzará en unos pocos meses.

No siento excesiva preocupación por trabajar en un gran centro urbano, con cientos de alumnos, decenas de profesores, burocracia supervitaminada, paisajes circundantes grises y feos, niños que comienzan la jornada en un atasco. No son asuntos que me hacen saltar de alegría, pero quedan empequeñecidos por el que se está mostrando en el pensamiento como el principal obstáculo: creo que solo sé ser maestro de pueblo. Incluso en educación especial fui un maestro de pueblo (la cercanía a los niños y las familias, las dosis necesaria de cariño y afecto… eran aspectos muy cercanos a la escuela rural). Siento enorme pena al pensar que dejaré de ser el afortunado personaje que pasa muchas horas al día durante un año con unos cuantos niños en un tiempo maravilloso de sus vidas. Siento tristeza por las lecturas que dejaremos de compartir, por los paseos improvisados al bosque, por la poesía que ya no sonará en el ambiente, por la complicidad ganada en el día a día. El llegar a mayo, mirar a mis alumnos al comenzar la mañana y saber muy bien cómo están, qué sienten y piensan.

Tal como va nuestro mundo desarrollado, es fácil que mi jubilación, en caso de estar entonces vivo (sería otro milagro que añadir), se produzca a los setenta u ochenta años, lo cual me permite más posibilidades de hacer entender a las personas necesarias mi sentimiento y necesidad rural en torno a este oficio.

Hace unos días tuve la enorme suerte de conocer al maestro Miguel Calvo. Como otras veces, salí con las ganas de que llegara el día siguiente para reencontrarme con los niños e intentar ser mejor maestro. Algo parecido al maestro que este señor nos mostró: apasionado por su trabajo y por la vida, sorprendente, generoso, sensible hacia cada detalle de la escuela.

martes, 22 de mayo de 2012

LA ESCUELA EN MEDIO DE LA TEMPESTAD. RUIDOS Y SILENCIOS.


Vivimos en la era del ruido. Ruido e interferencias que nos rodean y nos aturden cada uno de los sentidos. El silencio es, cada vez más, un acto de rebeldía. Dada la agitación que nos rodea es difícil no dejarse llevar, no ser arrastrado por una bronca, una polémica, una reivindicación más o menos justa.

El curso pasado tuvimos una magnífica experiencia cuando visitamos la escuela Jean Piaget de Zaragoza. Este curso hemos seguido manteniendo la colaboración y en unos días vamos a poner la guinda final recibiéndoles en nuestro pueblo. Vendrán los niños del aula con la que hemos mantenido el contacto más fluido: cartas, videoconferencias, etc.

Si el año pasado nos resultó muy sencillo coger el autobús regular desde Jaca, esta vez no es tan sencillo para una clase donde varios alumnos utilizan silla de ruedas. Así, acudirán con sus familias en coches particulares cuando acaben las clases del viernes. Aquí surgen dos consecuencias: la necesidad de reconocer el esfuerzo y la colaboración de las familias y, por otra parte, la posibilidad que se genera para implicar a los padres en las actividades.

La tarde del viernes estará dedicada a realizar actividades diversas. Tenemos la suerte de la coincidencia con el festival de final de curso de música (extraescolar), donde participan casi todos los alumnos de la escuela, por lo que aprovecharemos para invitar a los compañeros piagetenses al acto y a la cena posterior. Por la noche dormiremos, o lo que sea, todos juntos en la escuela. Seguro que será una noche memorable. Para el sábado los alumnos de secundaria se han ofrecido para preparar las actividades de la mañana. Mientras, las familias del pueblo guiarán a las de Zaragoza en un recorrido para mostrarles nuestro entorno y poder hablar tranquilamente. La convivencia finalizará con una gran comida para nada más y nada menos que setenta personas, que son justamente las que hacen posible todo este lío.

La organización de los dos días me está provocando no pocos problemas, pero finalmente aparece la idea de que será uno de esos acontecimientos que quedarán grabados en la memoria de los niños. Una experiencia que evocarán con una sonrisa al recordar sus días escolares y que también les generará un buen número de reflexiones y experiencias para, como he leído hace unos minutos en un hermoso texto, avanzar en su principal proyecto: el de persona.

martes, 15 de mayo de 2012

OTRA ETERNA PROMESA DEL REGRESO.

Ellas, mientras escribimos y leemos, seguirán buscando entre la arena

Seguimos con vida. Es asombroso.

El maestro de primavera tiene connotaciones muy especiales. Cada tarde, al acabar las clases y el trabajo posterior, hay grupos de niños esperando. Esperando para, esencialmente, compartir un poco de tiempo. Así, pueden darse las nueve de la noche levantando piedras para buscar luciones y reptiles variados, pueden acompañarte al río, o un tramo de carrera o de bici. A mí me encanta esta parte de la relación con los niños. Por eso tengo este oficio, porque me gusta compartir el tiempo, o la vida, con ellos. Además, algunos de estos niños expresan en este tiempo extraescolar dudas y sentimientos que no comentan en clase y que me permiten el privilegio de ser testigo y poder colaborar en momentos importantes de sus vidas. Después de comprobar que el maestro que intenté ser hace siete años tenía diversas virtudes que el intento de maestro actual ya no tiene, me alegra observar que las rasgos esenciales del maestro primaveral sí se mantienen.

Miro por la ventana y veo un paisaje que el año que viene seguirá estando pero ya no será contemplado. La vida sigue sucediendo aunque no la miremos. En el estado indio de Orissa, en el centro médico de Panchabati, habrá quizá ahora un par de familias con sus hijos enfermos de malaria y en los poblados los habitantes seguirán mirando el horizonte esperando simplemente la llegada de otro día; en Peñarroya los niños estarán tomando una casqueta de calabaza mojada en la leche, pensando quizá en las clases que tienen en media hora. Incluso mis alumnos estarán ya desperezándose para comenzar el día. Ustedes estarán ahora ocupados en labores diversas. Casi todo sucede al margen de nuestra mirada, lo cual es insólito y sorprendente. El próximo curso ya no estaré en este pequeño pueblo, sino que trabajaré en un centro urbano. Son las cosas del amor, que a veces duelen. De ese modo obtendré una completa visión de la escuela aragonesa, pues habré trabajado en escuelas de todos los tamaños posibles, en las tres provincias e incluso en educación especial. Es la contrapartida a no poder conseguir nunca resultados a medio y largo plazo. Al eterno comienzo. Maestro migratorio, como las queridas grullas. La eterna promesa del regreso.

Hace unos días, tras una actividad de clase relacionada, regalé a los niños una hoja con las normas que regían la vida familiar de Harpo Marx. La puse aquí hace algún tiempo. Eran normas llenas de ingenio, humor, respeto y amor. Las entregué porque intento en la medida de lo posible favorecer los lazos entre la escuela y las familias, plantear actividades sencillas que las conecten. Un niño al día siguiente comentó que las empezó a leer a sus padres, pero le dijeron que se callara y que no molestara. Es una simple anécdota, pero también una enorme pena.

La visita que el año pasado realizamos a la escuela Jean Piaget de Zaragoza, y que fue un acontecimiento memorable en nuestras vidas, tendrá su continuación en la visita que en unas semanas harán ellos a nuestro pueblo. El asunto presenta un importante grado de complejidad e incertidumbre, pero será otra de las actividades que todos recordaremos cuando con sesenta o setenta años dirijamos la vista al pasado. Y de esto vivimos.

Ahora, a clase.

lunes, 7 de mayo de 2012

EL ORDEÑO MACROECONÓMICO

Rodrigo Rato llevando ramas a su banco

Definitivamente el mundo se está poniendo muy difícil de entender. Más aún de explicar. Igual lo mejor sería no pretender ni una cosa ni otra. Mi abuela murió sin saber leer ni escribir, su comprensión del mundo se limitó a trabajar y a querer a los que tenía cerca. Y creo que tuvo una gran vida. Quizá sirva con eso y el problema radica en que lo complicamos demasiado.

A grandes rasgos el mundo lo diseñó un ganadero. El concepto clave en el día a día del planeta es el de ordeñar. El entramado macroeconómico es una gran máquina succionadora que extrae el líquido aprovechable al despistado que pasa cerca. Por eso es también importante despistar. Ordeña en la mayor medida posible, pues el ganadero suele tener prisa por ordeñar en otros lugares y a otras personas. El sistema muestra su perfección cuando el ordeñado debe pagar con su esfuerzo, una vez más, las reparaciones de la máquina succionadora. Es el gran circuito cerrado y perfecto del ordeño. Además la máquina puede succionar de modos inverosímiles: igual le da exprimir una teta, que cobrar dos veces por lo mismo, que pagarte cada vez menos por hacer cada día un poco más.

Si se añade un poco de aletargamiento general, miedo, fútbol y televisión variada, un campo de golf o un casino, información ingente de efecto despiste, el organismo ordeñado casi acabará dando gracias por su suerte o se enzarzará en ardua pelea con los ordeñados por otras máquinas.

Hoy nuestro presidente ha dicho que está mintiendo, pero que y qué; en Grecia el partido neonazi avanza, da una rueda de prensa llena de gritos y miedo y anuncia que sus medidas para el control de la inmigración pasan por minar las fronteras. He comprobado la afirmación en varios lugares porque no podía creerlo. Minar, tal cual, poner minas en el suelo.

No sé qué añadir. Los que nos creemos con un poco de dignidad deberíamos hacer algo. Digo yo.