miércoles, 10 de enero de 2007

SOPAS DE AJO, GALLINAS, JUGAR EN LA PLACETA Y EN LOS PINOS. TOMAR LA FRESCA.

Quizá en el lugar adecuado, algunos maestros debieran tener su Avenida de la Fama, y dejar allí impresa su huella en un molde de escayola, que cemento ya casi no queda. Por su compromiso, altura moral, y sabiduría.

En unos de esos pensamientos de vaivén que tengo, hace meses exclamaba que maldita mi estampa, para, sin embargo, afirmar hace unas semanas que no, que no era para lamentarse; que uno, si quiere, puede estar bien en cualquier sitio, y que con Internet, cierto esfuerzo e interés, etc., se puede estar cerca de quien se quiera, aprender, y todas esas cosas.

Pues no. Cojo mis palabras, las envuelvo en el preceptivo envase biodegradable y al contenedor. Parece estudiado y aceptado que cuando un joven en época de crecimiento (fase sensible del desarrollo, nos hacían decir) sufre algún problema grave (dos años de hambruna, verbigracia), su citado crecimiento se verá significativamente alterado. Pues esto debe ser similar. Lo siento compadre, pero estamos acogotando el pobrecico estirón que podría haber dado nuestro cerebro. Nos estamos quedando mentalmente raquíticos.

Quico me manda un correo, y, como todos los anteriores, me provoca una enorme alegría. Hay veces que un te echamos de menos desencadena, además de pena, un torbellino de recuerdos, de sentimientos de deuda y gratitud. Espero, cuando menos, estar siempre a la altura de algunas personas con las que he podido compartir caminos. Y, ante todo, espero que ese maldito camino vuelva a coincidir. Un camino con el olor y color debido, evidentemente.

Me dicen las dos que mejor me conocen que no lloro nunca, que eso es malo, y que alguno de esos nudos algún día me ahorcará el espíritu. Recuerdo mis lloros con la misma claridad, por su escasez, que los nombres de las novias, por idéntica razón. Tranquilas, que me reservo para los grandes momentos, los especialmente amargos. Me parece terrible observar como, despacio y en silencio, una flor se marchita poco a poco. Como justo cuando puede echar la vista atrás y pensar serenamente lo hecho, lo sufrido y disfrutado (más de lo primero), los pétalos se van cayendo uno a uno, hasta que la flor contempla con miedo y angustia que poco queda por hacer. Bien, pues con poco o mucho por hacer, obsérvese, al menos, que el ejemplo de algunas vidas ayuda a uno a navegar con cierta dignidad y sacrificio. Las mejores sopas de ajo, la mayor bondad.