Comienza el instante.
No sé bien cuando comenzó la fascinación; quizá en los atardeceres por los caminos oscenses cercanos a la Ermita de Salas, en las apuradas últimas horas del día refugiado en los Galachos de Juslibol, probablemente en los senderos encantados de Ansó, entre hayas y hadas, o también en el ocaso de muchas tardes en Peñarroya, embrujado por el magnético ulular del cárabo. No lo sé, pero existe una hora del día en la que algo de dentro entra en íntima conexión con algo de fuera: en la naturaleza (es un milagro de tipo campestre), cuando el sol ofrece sus últimas luces, surgen unos instantes efímeros donde los elementos del paisaje parecen fundirse, el tiempo parece aminorar su ritmo, y el silencio representa el sonido dominante. El rojo, el azul, el marrón y el verde se adueñan de los pinceles, y combinándose ofrecen un espectáculo onírico. El frescor que anuncia la noche se une a los olores puros y nítidos de los vegetales y la tierra. Sensaciones cálidas y envolventes. Entonces me siento parte de algo magnífico, siento una gran calma y armonía.
Ya saben que no sé mucho de nada, y nada de casi todo, siendo generosos, por lo que las dudas me asaltan en cada pensamiento, especialmente si surge de profundos abismos, pero…¿No es esa luz, ese instante, una razón suficiente para ir en su búsqueda, para sentirlo cada tarde?, ¿realmente existen razones más poderosas para gobernar nuestras vidas que aquellas razones profundamente ligadas a las emociones, los sentimientos, las ilusiones y los sueños?. Creo que la mayor parte de las cosas que hago durante el día obedecen a consensos sociales, a dinámicas establecidas, a obligaciones de distinto tipo, y cada vez menos a cuestiones que, simplemente, me cautivan y dan sentido a esto del vivir.
Pablo cumple dieciocho años; edad que le sitúa en un cruce de caminos muy interesante que le permitirá guiar su vida a través de nuevos parajes. Ojalá que, una vez elegido el sendero, puedas apreciar esa luz magnífica en cada uno de sus tramos. Y felicidades.
Marciano Ansotano.
No sé bien cuando comenzó la fascinación; quizá en los atardeceres por los caminos oscenses cercanos a la Ermita de Salas, en las apuradas últimas horas del día refugiado en los Galachos de Juslibol, probablemente en los senderos encantados de Ansó, entre hayas y hadas, o también en el ocaso de muchas tardes en Peñarroya, embrujado por el magnético ulular del cárabo. No lo sé, pero existe una hora del día en la que algo de dentro entra en íntima conexión con algo de fuera: en la naturaleza (es un milagro de tipo campestre), cuando el sol ofrece sus últimas luces, surgen unos instantes efímeros donde los elementos del paisaje parecen fundirse, el tiempo parece aminorar su ritmo, y el silencio representa el sonido dominante. El rojo, el azul, el marrón y el verde se adueñan de los pinceles, y combinándose ofrecen un espectáculo onírico. El frescor que anuncia la noche se une a los olores puros y nítidos de los vegetales y la tierra. Sensaciones cálidas y envolventes. Entonces me siento parte de algo magnífico, siento una gran calma y armonía.
Ya saben que no sé mucho de nada, y nada de casi todo, siendo generosos, por lo que las dudas me asaltan en cada pensamiento, especialmente si surge de profundos abismos, pero…¿No es esa luz, ese instante, una razón suficiente para ir en su búsqueda, para sentirlo cada tarde?, ¿realmente existen razones más poderosas para gobernar nuestras vidas que aquellas razones profundamente ligadas a las emociones, los sentimientos, las ilusiones y los sueños?. Creo que la mayor parte de las cosas que hago durante el día obedecen a consensos sociales, a dinámicas establecidas, a obligaciones de distinto tipo, y cada vez menos a cuestiones que, simplemente, me cautivan y dan sentido a esto del vivir.
Pablo cumple dieciocho años; edad que le sitúa en un cruce de caminos muy interesante que le permitirá guiar su vida a través de nuevos parajes. Ojalá que, una vez elegido el sendero, puedas apreciar esa luz magnífica en cada uno de sus tramos. Y felicidades.
Marciano Ansotano.