Montañas pasean por mi habitación cada noche
Lo que comenzó como un blog pedagógico fue, poco a poco, compartiendo contenidos con otros intereses personales y, desde el cambio de denominación del lugar y la pérdida de uno de sus pilotos, creo que ni un artículo ha abordado la cuestión educativa.
Es probable que la intensidad emocional del año escolar me haya dificultado notoriamente escribir sobre ello. Es posible. Es posible que la terrible desorientación de estos meses pasados no haya permitido hablar de casi nada con criterio o con ilusión.
Dos cambios sustanciales están ocurriendo:
Por una parte, tras ocho meses de clases (ocho meses sin saber qué hacer), estoy comenzando a atinar en las sesiones. Al menos, voy atisbando qué puedo hacer con cada grupo, lo que significa que la clase funciona y yo vuelvo a recuperar el placer en mi trabajo. En algunos casos, lo aprendido en este tiempo significa aceptar con calma el exiguo margen de acción que algunos grupos permiten (escasas o nulas posibilidades motoras, grandes discapacidades sensoriales, etc.) y trabajar pacientemente sobre tal margen. En algunos casos comienza a surgir cierta complicidad que otros años ha constituido el origen de un buen porcentaje de la felicidad escolar.
Por otra parte, una persona especial ha comenzado a trabajar en mi colegio. Con quien he compartido ya un tercio de vida trabaja ahora en la sala contigua. Supongo que se está gestando una historia curiosa, bonita y extraña, que tendré que contar si alguien me consulta acerca de mi trabajo una vez esté jubilado, mientras ajusto las tomateras, observo el nogal, y recojo los huevos de las gallinas.
Lo que comenzó como un blog pedagógico fue, poco a poco, compartiendo contenidos con otros intereses personales y, desde el cambio de denominación del lugar y la pérdida de uno de sus pilotos, creo que ni un artículo ha abordado la cuestión educativa.
Es probable que la intensidad emocional del año escolar me haya dificultado notoriamente escribir sobre ello. Es posible. Es posible que la terrible desorientación de estos meses pasados no haya permitido hablar de casi nada con criterio o con ilusión.
Dos cambios sustanciales están ocurriendo:
Por una parte, tras ocho meses de clases (ocho meses sin saber qué hacer), estoy comenzando a atinar en las sesiones. Al menos, voy atisbando qué puedo hacer con cada grupo, lo que significa que la clase funciona y yo vuelvo a recuperar el placer en mi trabajo. En algunos casos, lo aprendido en este tiempo significa aceptar con calma el exiguo margen de acción que algunos grupos permiten (escasas o nulas posibilidades motoras, grandes discapacidades sensoriales, etc.) y trabajar pacientemente sobre tal margen. En algunos casos comienza a surgir cierta complicidad que otros años ha constituido el origen de un buen porcentaje de la felicidad escolar.
Por otra parte, una persona especial ha comenzado a trabajar en mi colegio. Con quien he compartido ya un tercio de vida trabaja ahora en la sala contigua. Supongo que se está gestando una historia curiosa, bonita y extraña, que tendré que contar si alguien me consulta acerca de mi trabajo una vez esté jubilado, mientras ajusto las tomateras, observo el nogal, y recojo los huevos de las gallinas.