Desde hoy y hasta dentro de unos días no estará la foto que tanto me gusta poner junto con el escrito, puesto que el equipo fotográfico murió hace cinco días en acto de servicio pedagógico. Se sumará así al escáner, la otra cámara, las decenas de libros, y otros cacharros que dieron su vida en arriesgada misión educativa de terrible final. En este caso un niño, quizá contrario al auge actual de la fotografía o quizá interesado en las pruebas de resistencia a los golpes, optó por dar a la cámara unas cuantas vueltas en el aire y finalmente lanzarla. El equipo describió una sensacional y poética trayectoria curva para finalmente detenerse con cierta brusquedad en el cemento. Con tanto megapixel y chip vanidoso no supo asumir el golpe y allí murió, con la paradoja del estabilizador temblando de puro miedo, en la solitaria frialdad del recreo en que tantas veces enfocó brincos y sonrisas.
Hoy quería contarles brevemente sobre la experiencia que realicé con mi clase y en colaboración con la escuela Jean Piaget de Zaragoza. Les hablaré únicamente de las reflexiones de los niños en clase, considerando qué supuso para ellos ese viaje de tres días. Les diré que llegamos a uno de esos momentos de conexión mística en la que los niños y el maestro sentimos algo especial en el cuerpo, algo que nos une y que nos acerca a una sensación profunda e impactante, que se traduce con palabras que brotan poco a poco cargadas de sentido y de emociones. Vivimos unas circunstancias que recordaremos quizá para siempre. En todo caso, si tienen interés, mejor que lean directamente las impresiones de los protagonistas (aquí la versión zaragozana) Finalmente indiqué a los niños que si el tinglado montado les ha servido para conocer mejor el mundo de la discapacidad y así generar conductas apropiadas (de comunicación, respeto, sensibilidad, ...), damos por muy bien empleado el esfuerzo realizado.
El curso ya ha finalizado. Han pasado diez meses casi sin avisar. Hace muy poco nos presentábamos e indagábamos en las miradas que se cruzaban con la nuestra. Ahora las miradas se cruzan también, pero ya apoyadas en un buen sustento de trabajo, lecturas, descubrimientos y vida compartida. Ya sabemos mucho de cada uno. Ha sido probablemente el mejor curso de mi vida, y lo mejor, como siempre, han sido los niños.
Que tengan un buen final de la penúltima semana de este sorprendente curso.