Martín pescador, halcón peregrino, andarríos chico, garza real, pinzón común, pito real, tuercecuellos, …; gracias por el bonito paseo.
Me escriben Raúl y María Pilar. Personas por cuyas vidas pasé hace años, en calidad de maestro (o sucedáneo), que me escriben unas palabras, me recuerdan, me cuentan, me preguntan. Creo que algunas, como María Pilar, sí lo saben: ellas son la explicación de lo que uno es ahora.
Ya he acabado con la Rubia, y, aunque sólo sea un libro, de nuevo se han removido las poquitas certezas que tenía sobre esta vida.
Su último capítulo aborda asuntos relacionados con la conciencia. En primer lugar me asombra que, tras varios capítulos en los que se abordan asuntos sobre robótica, física cuántica, agujeros negros, teletransporte, etc., y uno apenas alcanza a comprender el increíble nivel de complejidad en el que se halla la ciencia, en lo que se refiere a la conciencia existe total disparidad de líneas de investigación. Quizá sea uno de los principales puntos de desorientación científica actual. ¿No es incomprensible saber tanto del mundo sin saber siquiera qué alcanzamos a conocer, qué significa conocer?; o directamente, ¿conocemos lo que conocemos?, ¿conocemos?.
Existen ramas que avanzan hacia el estudio de los procesos hormonales, nerviosos, inmunológicos, que suponen generan esa especie de “darnos cuenta de que somos”; otras defienden los campos electromagnéticos cerebrales como fundamento de dicha sensación; también hay quienes defienden la conciencia como una mera ilusión perceptiva; o aquellos que la tratan como un avance evolutivo fruto de la aparición del lenguaje, y que supone una ventaja en la supervivencia frente a otras especies.
Por otra parte, he descubierto por qué cuando comencé a ser novio de Paula llegaba hasta el semáforo de la Plaza Europa, por la noche, sin darme cuenta del trayecto realizado desde que la dejaba en su casa hasta allí. Parece que la percepción visual sigue dos vías: una hasta un centro de procesamiento consciente, y otra hasta un punto arcaico del encéfalo, de naturaleza inconsciente. La cuestión es que la carretera y el tráfico seguían en ese tiempo vías perceptivas inconscientes, puesto que las conscientes estaban ocupadas “pensando” otras cosas. A este respecto, hay un experimento estremecedor: un tipo con el área cerebral encargada de “tomar conciencia de lo visto” dañada fue capaz de pronosticar con un 99% de aciertos donde estaba una señal que él no era capaz de “ver conscientemente”.
Hay otras muchas cosas, como el asunto de la percepción diferida de la realidad, pero no es lugar. El libro es Cómo Clonar a la Rubia Perfecta, crónica de la ciencia del siglo XXI. Recomendado si uno quiere escalar un poco, y asomarse a contemplar parte del horizonte de la realidad, o de la ilusión de lo real.
Y luego, otra vez, pienso en la escuela, y me planteo si el 95% de las cosas que allí hacemos tienen algo de sentido, o realmente no sirven para nada, y estamos justo dejando de hacer lo más importante. De sesenta euros para seis meses, ¿cuánto habría que gastar en témperas?.
Me escriben Raúl y María Pilar. Personas por cuyas vidas pasé hace años, en calidad de maestro (o sucedáneo), que me escriben unas palabras, me recuerdan, me cuentan, me preguntan. Creo que algunas, como María Pilar, sí lo saben: ellas son la explicación de lo que uno es ahora.
Ya he acabado con la Rubia, y, aunque sólo sea un libro, de nuevo se han removido las poquitas certezas que tenía sobre esta vida.
Su último capítulo aborda asuntos relacionados con la conciencia. En primer lugar me asombra que, tras varios capítulos en los que se abordan asuntos sobre robótica, física cuántica, agujeros negros, teletransporte, etc., y uno apenas alcanza a comprender el increíble nivel de complejidad en el que se halla la ciencia, en lo que se refiere a la conciencia existe total disparidad de líneas de investigación. Quizá sea uno de los principales puntos de desorientación científica actual. ¿No es incomprensible saber tanto del mundo sin saber siquiera qué alcanzamos a conocer, qué significa conocer?; o directamente, ¿conocemos lo que conocemos?, ¿conocemos?.
Existen ramas que avanzan hacia el estudio de los procesos hormonales, nerviosos, inmunológicos, que suponen generan esa especie de “darnos cuenta de que somos”; otras defienden los campos electromagnéticos cerebrales como fundamento de dicha sensación; también hay quienes defienden la conciencia como una mera ilusión perceptiva; o aquellos que la tratan como un avance evolutivo fruto de la aparición del lenguaje, y que supone una ventaja en la supervivencia frente a otras especies.
Por otra parte, he descubierto por qué cuando comencé a ser novio de Paula llegaba hasta el semáforo de la Plaza Europa, por la noche, sin darme cuenta del trayecto realizado desde que la dejaba en su casa hasta allí. Parece que la percepción visual sigue dos vías: una hasta un centro de procesamiento consciente, y otra hasta un punto arcaico del encéfalo, de naturaleza inconsciente. La cuestión es que la carretera y el tráfico seguían en ese tiempo vías perceptivas inconscientes, puesto que las conscientes estaban ocupadas “pensando” otras cosas. A este respecto, hay un experimento estremecedor: un tipo con el área cerebral encargada de “tomar conciencia de lo visto” dañada fue capaz de pronosticar con un 99% de aciertos donde estaba una señal que él no era capaz de “ver conscientemente”.
Hay otras muchas cosas, como el asunto de la percepción diferida de la realidad, pero no es lugar. El libro es Cómo Clonar a la Rubia Perfecta, crónica de la ciencia del siglo XXI. Recomendado si uno quiere escalar un poco, y asomarse a contemplar parte del horizonte de la realidad, o de la ilusión de lo real.
Y luego, otra vez, pienso en la escuela, y me planteo si el 95% de las cosas que allí hacemos tienen algo de sentido, o realmente no sirven para nada, y estamos justo dejando de hacer lo más importante. De sesenta euros para seis meses, ¿cuánto habría que gastar en témperas?.