Mis obsesiones fotografiadas
Escucho obsesivamente
Moldava, del músico checo Smetana y As Earth as it is in heaven, de Ennio
Morricone. Sus melodías están tejidas con melancolía, con montañas solitarias y
con noches bajo las estrellas.
Soy un maestro vacío,
fragmentado e incoherente: veo a los grupos cada tres o cuatro días, apenas
unos minutos y me observo atrapado en los mismos obstáculos sesión tras sesión.
Es tan escaso el tiempo que apenas podemos sistematizar el trabajo, los niños
que precisan mayor atención me provocan la sensación de estar atendiéndoles
insuficientemente, vivo las pérdidas de tiempo y el mal funcionamiento de
algunos grupos con auténticos remordimientos por la sensación de dejar de
cumplir con mi labor, surgen temas durante la clase que quedan sin abordarse
por no ser estrictamente fundamentales (¡pero sí lo son, probablemente!),
apenas puedo profundizar en el conocimiento personal de los niños, hablar con
ellos con calma. Cada semana comparto tiempo con más de doscientos niños y,
cuando llega la tarde del viernes, quedo con la sensación de haber realizado un
trabajo microscópico con cada uno de ellos. Un trabajo que una leve brisa puede
borrar y que nos hará comenzar prácticamente de nuevo en la siguiente jornada.
Creo que experimento el trabajo perfectamente opuesto al de un maestro tutor de
un grupo pequeño, donde sientes cada instante la responsabilidad de cada circunstancia
que ocurre a cada niño y conoces en detalle su personalidad. Donde puedes leer
una poesía o hacer una excursión de forma improvisada.
Quizá el principal problema
en mis clases este curso tenga que ver con el comportamiento de los grupos.
Nunca había trabajado con grupos tan numerosos, por lo que seguramente no
aplico los recursos adecuados para que la clase trabaje como debe. Con grupos
reducidos, el comportamiento es un aspecto que apenas requiere esfuerzo. En la
actualidad, creo que muchos niños aún no han hecho Educación Física, sino que
llevan siete meses donde lucho con ellos para que atiendan las explicaciones,
se ciñan al trabajo que les mando, no tengan conflictos y agresividad cada tres
minutos. Estoy atascado en muchos casos con estos problemas de comportamiento;
hasta tal punto que parezco con frecuencia maestro de este aspecto y no de EF,
pues las charlas y las medidas tomadas con los niños, con los tutores, con las familias, suelen girar
más hacia ello que hacia los contenidos propios de la asignatura. Intuyo que
este problema tiene que ver con un hecho sustancial: sigo trabajando bajo la
convicción de que el trabajo de los niños no puede estar condicionado por la
coacción, las amenazas, los premios o los castigos, que seguramente reportan un efecto vistosamente positivo a corto plazo. Al contrario, trabajar cada día
diciéndoles que confío en ellos, que no soy un policía, un vigilante, que si
acordamos un trabajo y unas condiciones hemos de cumplirlas, que el premio por
el trabajo en la escuela y en la vida es el mismo: la propia satisfacción de
haber cumplido, de haber trabajado por ser mejores… , tiene efectos mucho más
lentos y en el corto plazo muy poco agradecidos. Más aún considerando que la
educación de los niños parece estar cada día más condicionada por un sistema de
premios y castigos absolutamente externos y ajenos a la conducta. En relación a
esto, hace unos días una maestra me contaba sorprendida cómo cotizaban en su
clase los exámenes aprobados, los trimestres superados, etc: pagas extra,
viajes a parque de atracciones… hablábamos de niños de segundo curso de
primaria. Estoy seguro también de que lo descrito guarda alguna relación con la
desmotivación de los alumnos cuando son más mayores: en unos pocos años ya han
sido premiados y castigados con prácticamente todos los recursos al alcance de
las familias y los maestros. ¿Qué queda estonces para moverles a la acción y a la
responsabilidad personal?
En todo caso, como convencido
pesimista, echando un vistazo al mundo que encontramos al salir de la escuela, poco
parece importar lo que ocurre o deja de ocurrir dentro de la misma.