No deberíamos culpar al pobre obispo. Bastante tiene ya. En todo caso, gran respeto le debo por se el jefe espiritual de mi tierra. El problema, me temo, es el mismo de siempre: el de no saber qué hacemos aquí. Y cada uno busca la solución que puede.
Ha sido un fin de semana ideológicamente complicado. No me agrada participar en actos tan contrarios a mis principios como esta oposición. No hablo ya de esa romántica idea de hacer sólo lo que uno ha soñado antes, como el arquitecto. Sólo hablo de no hacer aquello que antes sí vislumbré, pero en una pesadilla. Con relativa frecuencia he tenido problemas por defender las convicciones hasta las últimas consecuencias, y ello me proporciona gran sosiego en el cuerpo, que quizá sea más importante. Calma, para variar, pero con cierta pena y decepción de mi comportamiento acomodado y gris. Finalmente, seguro que es mejor así.
Recibo paquete desde Fraga, o desde Labuerda, no recuerdo. Como siempre, grandes regalos, grandes ideas, grandes ilusiones, motores de cinco mil caballos para mover ilusiones y personas. Los artículos del Heraldo Escolar ya los guardaba. Hoy Paula me los ha quitado y se los ha llevado a casa para leerlos porque le han gustado los que le he ido leyendo mientras paseábamos por la calle: el zooilógico, las preguntas y respuestas sorprendentes, las coplas humorísticas, etc. Cuando tengamos un hijo le llevaremos a la escuela de Mariano (mandaremos al zagal en vuelo chárter, o en bici).
Como dice el Obispo Jesús Sanz Montes, el de mi tierra, “quiera el Señor darnos fortaleza y sabiduría para, sin pedir privilegios, saber luchar por la libertad”. Ay.