Carroñero sin traje ni gomina, pero bien bonito.
Ando liado con el blog. No sé si tanto tiempo enredado con él puede ser bueno. Quizá algún obispo considere que esta tecnofilia (pasajera, eso sí) me acabará llevando al cálido infierno.
El obispo de educación, o ministro, según se mire, nos ha propuesto la subida de alumnos por clase. Dicen que es por ahorrar unos durillos y esas cosas, y que, bien visto, es incluso bueno, pues no perjudica en ninguna medida la calidad del proceso y mejora la socialización de los niños. Aunque un ministro deba cuidar mucho lo que dice a los medios, guardándose lo importante o lo que pueda perjudicar a su partido, parece vergonzante el nivel del discurso que nos dedica.
Puesto que la medida no perjudica y mejora los aspectos sociales, como dice nuestro jefe, ¿por qué conformarnos con ratios tan bajas entonces? Puestos a ahorrar, volvamos a clases de otra época, con cien alumnos por aula. Si apostamos por la socialización, apostemos con decisión.
En todo caso, como maestro urbano que seré el próximo curso, más alumnos tendremos para disfrutar de nuestro trabajo. Más alumnos para compartir la perplejidad ante la vida. Más alumnos para sentirnos felices de ser maestros. Más alumnos y más contentos a pesar de vivir tiempos de decadencia moral absoluta.
Los vecinos tampoco están de fiesta, como pueden leer aquí: a Maurice Cukierman, que da clase de Historia cerca de París, le toca jubilarse en julio, y está feliz: “Amo este trabajo, pero la degradación es tan grande que ha dejado de gustarme; ya no servimos para crear ciudadanos libres y responsables. La ola reaccionaria ha llegado y solo creamos gente sumisa que será mano de obra barata en el futuro”.