Miren qué majo
Dicen que la TV es un gran aparato. Ayer pude observar mientras cenaba un espectáculo memorable: unos hombres pagaban grandes fortunas para viajar hasta Canadá. Allí les esperaban sus guías para acercarles hasta unos animales que en cuestión de minutos recorrerían el oscuro espacio que diferencia un ser con vida de un objeto inerte. Aún caliente, pero inerte. Los viajeros realizaban el viaje de sus vidas para que les pusieran frente a un caribú, un lobo, o un oso, apretar el gatillo, acercarse al animal muerto, abrazar a sus amigos, saltar de alegría, cortarle la cabeza o los cuernos, volver felizmente a sus casas.
Supongo que no les aportará mucho que les diga que los humanos somos muy diferentes. En la situación en que unos seríamos plenamente felices pudiendo admirar y contemplar la vida, otros buscan simplemente la muerte y llevar a casa un trozo de hueso de premio. Así, en el, para mí, extrañísimo mundo de la caza internacional, el dinero suficiente puede permitir a cualquier animal humano acabar apareciendo en una foto junto a un oso, un león, un rinoceronte, o lo que se le antoje al señor vestido de caqui impoluto.
Como les decía, contemplar con alegría desbordante los últimos temblores de un cuerpo formidable y moribundo me parece algo profundamente extraño. Al contrario, para otros, en ausencia de osos y otros seres grandiosos, un simple petirrojo a un escaso metro y medio de distancia puede hacer de un sábado tedioso un gran día donde la vida ha latido bien cerca.
Si aman la caza, no coloquen, al menos en las fotos, a sus niños pequeños entre su enorme sonrisa y el animal recién muerto. Luego las ve cualquiera y queda muy feo.