viernes, 24 de noviembre de 2006

NUEVOS MUNDOS

Hoy hemos disfrutado enormemente de nuestras redacciones sobre los reptiles misteriosos, de sus lecturas en voz alta, y de nuestra lectura diaria del libro que ya me leía Don Gustavo. Sólo perturbada esta felicidad por la posibilidad de encontrar a la salida de la escuela a la terrorífica lagartija del tamaño de un burro.

Ayer, junto a la maestra de educación especial y la psicopedagoga, acudí al Centro de Educación Especial Gloria Fuertes de Andorra. El objetivo era conocer formas de trabajo y recibir ideas nuevas para poder aplicar en nuestra clase. También debíamos conocer criterios y referencias para decidir el futuro inmediato de un alumno con discapacidad: la escuela ordinaria con las adaptaciones oportunas, o un centro específico.

Yo tenía claro hasta ayer que el lugar de este alumno no era la escuela ordinaria, considerando básicamente que en un centro de educación especial podrían darle una atención mayor y mejor que la escasa que yo le ofrezco cada día. Sin embargo, hoy pienso lo contrario.

En el centro nos atendieron dos personas amabilísimas, que nos transmitieron gran sensación de profesionalidad y de claridad de ideas. Nos explicaron cómo funciona el centro, qué niños hay allí, qué futuro les espera, conocimos las instalaciones, etc. Una idea clave sobre nuestro caso consistió en que se debía mantener al niño en la escuela ordinaria el mayor tiempo posible. Básicamente hasta que hubiera indicios por parte del alumno o de los compañeros de que la convivencia no era posible.

Nos señalaron que las auténticas prioridades educativas de este niño se referían a su autonomía personal (cambiarse de ropa, comunicarse de la mejor manera posible, respetar turnos y otros hábitos de carácter social, etc.) y que la escuela ordinaria era el medio idóneo para estos aprendizajes, dado que disponía a cada momento de ejemplos de los que aprender. En el centro de educación especial este aprendizaje por imitación era prácticamente inexistente. También aconsejaron retirar esas fichas de repasar, recortar, pintar, letras de los contenidos de trabajo preferentes con nuestro alumno.

La reunión concluyó con el acuerdo de que el niño asista a una sesión de evaluación para poder contar con datos objetivos que permitan un informe y unas recomendaciones más precisas.

Desde otro punto de vista, debo decir que la visita fue una difícil experiencia, puesto que supuso un acercamiento brusco a un mundo que desconozco completamente. Entrar y observar a los niños, los distintos grados de discapacidad, los más pequeños, los más afectados, sus juegos, sus palabras, obliga, ipso facto, a pensar en algunas cosas sobre la vida. En varias ocasiones salí de alguna clase con un complicado nudo en la garganta.

En cualquier caso, me quedo con el reconocimiento a los maestros que allí trabajan, en unas condiciones que a mí me resultan tan complicadas, consiguiendo auténticos milagros con sus alumnos.