viernes, 5 de enero de 2007

RUINAS Y CANTOS, JUNCOS Y MANDARINAS.

Da igual. Como siesta ya está bien.

Nunca había sufrido pesadillas en blanco y negro. Quizá está variedad de la enfermedad nocturna tenga que ver con un exceso de brillo diurno. Quizá tenga que repartir el color, o guardar un par de colores, al menos, para la noche. O peor, quizá se esté acabando el bote de pintura, y ya apenas llegue para adornar un par de viejos decorados de exteriores. Quizá deba llamar a un profesional del color. Quién sabe.

El otro duerme ahora. En ese estado no se queja de mis ajetreos. Quizá también tenga pesadillas sin color. En cualquier caso, descansa de mis peticiones. Seguro que sabe perdonarme. Tiene, o casi, parte de culpa, así que no le quedan muchas alternativas al pobre.

También sueño con juncos. Con goteras. Goteras que forman un charco. Y este charco, además de no tener color, va robando, inmisericorde, el color, poco a poco, a las paredes, a cada mueble, a los pocas palabras que se mantienen en el aire. Y el rumor de fondo que todo lo complica: una especie de canto de sirena, pero fea, sucia, y afónica. Aunque esto aún debo soñarlo mejor, que aún no sé dónde he de clasificarlo, qué lugar darle. Dar final a un final.

Y también, aunque este sueño no lo tuve yo, sino que me invitaron a soñarlo la otra tarde, cosas de trenes. Edificios rotos por el tiempo, y por la barbaridad humana. Otro lugar de los que tenían la capacidad de detener palabras, frases, emociones, despedidas, y que el progreso moderno, que todo lo puede, como el Señor, va apartando ante su poca rapidez, su poco glamour, su escaso rendimiento para estos tiempos grandiosos, de crecimiento, de golf y circo. Y ahí está, esperando la ruina total, y, a la vez, evocando imágenes en la mente de perturbados.

Ya es hora, iré a despertarme.