martes, 26 de junio de 2012

YO NO SÉ SI HE ESTADO AQUÍ. PERO HE SIDO MUY FELIZ.

Y el curso se acabó. Desgraciadamente, pues estábamos con fuerza y ánimo para haber continuado unos cuantos meses más. Puede decirse que era necesario haber continuado.

Como siempre, siento enorme pena por dejar atrás a un montón de niños con los que el cordón afectivo es casi un cordón umbilical. Pasar página a un paisaje y un tiempo vivido con intensidad es un acto tremendamente duro y esforzado.

Aún no sé qué haré con las contraseñas en las que escribo ansotano, aún no sé qué haré con tantos recuerdos y emociones, con el puñado de atardeceres y amaneceres, con las estrellas, los bosques y los saltos al río, con la escuela cercana e íntima. Dónde los meteré para que acompañen pero no duelan. Ayer encontré un papel que se escondía entre las páginas de un libro de misterio. Era la crónica de un viaje que intenté realizar en bici hace casi diez años hasta París. Un poco de hambre, algunas tormentas y varios tormentos aconsejaron la vuelta a mitad de camino. Ayer lo encontré y leí "hoy, diecinueve de julio de (...) he salido desde Galdakao (...)". Me quedé perplejo porque no tengo conciencia de haber estado jamás en Galdakao. Realmente no tengo conciencia de haber emprendido nunca ese viaje, aunque yo firmaba la hoja escrita en un albergue por la noche. Parece que hay que ser muy cuidadoso con lo que guardamos en el pasado, pues en muchos casos se evapora, en otros se transforma y, finalmente, uno no sabe dónde ha estado o qué ha sido. Y lo que es peor, si lo que es ahora, será realmente o habrá que esperar a que se transforme o desaparezca en unos años para acabar entendiéndolo. O entendiéndose, qué sé yo.

Escribo estas líneas desde la escuela. Aún quedan evidencias de lo que ha sucedido en los últimos diez meses: algunas fotos, algunas noticias, libros, dibujos, mapas, la colección de hojas, un craneo de zorro. Las mesas están vacías y el espacio está gobernado por un triste silencio sólo alterado por el sonido de las teclas que voy pulsando. Quería escribir este último pensamiento desde aquí, desde la escuela que ha moldeado y determinado el maestro que he ido siendo, e intentado ser, durante estos ya siete años.

Hace seis años me llevé la llave de clase asegurando que volvería. Y así ocurrió. Estuvo cinco años en un cajón de Zaragoza y ahora está en el llavero con el que he entrado hace unos minutos. En tres días cerraré por última vez y la llave volverá al mismo cajón. Quizá esté allí hasta la jubilación, dentro de cuarenta años.

martes, 19 de junio de 2012

MAESTRO Y NIÑOS EN CÍRCULO EMOCIONADO.

Hace unos días, los niños con los que compartí la mayor parte de las horas del año pasado acudieron a nuestra clase para regalarme unas cartas de despedida. Obviando a mi madre, padre y pareja, es uno de los regalos más bonitos que he recibido. Cada uno leyó su carta en voz alta y las palabras emocionadas que me brindaron forman ya parte de la colección de momentos memorables que me permiten mantenerme con vida.

Tras las cartas, pasamos la hora en un círculo hablando sobre la escuela, sobre la suerte de ser maestro con niños a los que quieres tanto, sobre la suerte de una escuela a la que acudes contento, sobre la suerte de ser ricos, multimillonarios, en afecto y cariño.

martes, 12 de junio de 2012

INESTABILIDAD EN EL MERCADO DE VALORES.


En la escuela hay tiempo primaveral: se alternan nubes oscuras y claros radiantes. Uno no sabe cuándo coger el paraguas y cuándo salir a disfrutar del sol. Nada nuevo, es la vida. Nos quedaremos con los días cálidos, aunque la prima de riesgo de los días grises se dispara. El diferencial de los días azules respecto a los oscuros pierde enteros en el agitado final de trimestre. El mercado de valores anda de capa caída: la responsabilidad, la dignidad, el esfuerzo, cotizan a la baja. Al alza la mediocridad, la insensatez y la sumisión.

La poesía es hoy material delicado y exquisito. Nos transporta a una realidad ajena a lo banal y superficial que nos invade cada instante. Nos permite recrearnos con el placer sensorial del momento y profundizar hasta emociones y sensibilidad inalcanzables de otro modo. La semana pasada acudí con mi clase hasta un bosque cercano para recitar en voz alta algunos de los poemas con los que hemos trabajado este curso. Este bosque se encuentra a cuatro minutos de la escuela y está formado por matorrales como majuelos y boj y, sobre todo, por altos y abundantes pinos. En su interior se encuentra paz y quietud dentro de una dimensión en la que nos sentimos diminutos. Por estas razones pensé en combinar, como actividad especial de estos días finales, el bosque con la poesía. Los niños estuvieron encantados con la actividad. Incluso en el sendero de vuelta hacia la escuela siguieron recitando en voz alta a costa de unos cuantos tropezones. En el blog Ansotanius pueden observar otra versión ilustrada de este asunto. Cambiaría casi todo por ser poeta. Pondría todos mis ahorros en una empresa del sector poético.

En seis días cerramos el séptimo capítulo escolar.

miércoles, 6 de junio de 2012

LA POBRE ESCUELA PÚBLICA. CARIÑO Y SONRISAS PARA APRENDER JUNTOS.


Cuando la realidad es gris y mediocre resulta relativamente sencillo colorearla con palabras bonitas y frases sugerentes. Sin embargo, si la realidad es realmente espléndida puede resultar muy complicado que las palabras dibujen la situación con toda su intensidad y sus matices. Este es el caso y espero que las líneas que están a punto de nacer sean las que merece la experiencia vivida durante el fin de semana.

Son las tres y media de la madrugada del sábado. No me puedo dormir, decenas de imágenes me asaltan atropelladamente. Estoy en la escuela, sobre el suelo de madera. Levanto la cabeza y compruebo que los trece niños duermen. En la clase contigua hacen lo mismo ocho niños y otros tantos adultos. Hasta el momento, todo ha transcurrido a la perfección. Vuelvo a lanzar una mirada a través de la oscuridad y el silencio de la clase (espacio que difícilmente observamos de este modo); vuelvo a observar a los niños que descansan y me siento profundamente afortunado. Pienso que debo guardar esta emoción con la mayor nitidez posible para contarla en este diario, pues quizá condense la esencia de estos dos días. Vuelvo a cerrar los ojos e intento dormir. Mañana hay mucho por hacer. El filósofo y perro Tastavín duerme a mi lado. Igual que yo, es muy feliz en la escuela y le encanta estar con los niños.

El viernes recibimos a nuestros compañeros de la escuela Jean Piaget de Zaragoza. Nos devolvían la visita que el año pasado les hicimos nosotros. Ahora culminaríamos en nuestro pueblo los dos años de relación. Ejercían de anfitriones los niños de segundo, cuarto, quinto y sexto, que son los que han colaborado de un modo u otro con la escuela zaragozana. Durante toda la semana hubo muchos nervios e ilusión por el encuentro.

A la vista de algunas dificultades organizativas, decidimos realizar el encuentro durante el fin de semana, lo que exigía el esfuerzo de las familias que tenían que viajar con los niños y de las familias del pueblo que, de un modo u otro, debían atender a los visitantes.

Ha habido muchos momentos magníficos. Situaciones que dan sentido a un curso entero y al trabajo del maestro. Poder compartir una actividad con los compañeros piagetenses en un lujo incalculable, pues son ejemplos andantes de esfuerzo y entrega, de capacidad e ilusión por cumplir la frase de inicio de curso («toda acción estará destinada al máximo beneficio de los niños»). Comprobar el comportamiento exquisito de los niños, sentirse orgulloso de ellos por su actitud e interés. Observar una clase a las doce de la noche llena de colchones por el suelo y de niños contentos por dormir juntos en su escuela, volver a sentir el enorme cariño de los niños piagetenses, disfrutar de momentos donde en un corro improvisado y casi a oscuras los alumnos escuchan absortos las explicaciones de dos maestras luminosas. Valorar el esfuerzo de las familias y su colaboración por llevar a buen puerto este encuentro. La comida final, con los niños jugando, las familias charlando. La despedida intercambiando teléfonos, emociones y agradecimientos.

Ha sido un placer sentir estos dos días que la escuela es un lugar intensamente vivo, un espacio abierto a los niños y a sus familias. Un lugar de encuentro capaz de generar experiencias cargadas de aprendizajes valiosos para el proyecto personal de los alumnos y de los adultos que estamos con ellos. Creo que con experiencias como esta o similares tenemos un recurso pedagógico de valor incalculable y apenas utilizado. Hay mil escuelas en toda la comunidad que plantean el espacio ideal para que maestros con ánimo vayan un poco más allá de lo obligatorio.

Hoy hemos recordado todo lo vivido durante la convivencia, aprovechando que lo contábamos a la tutora de 5º y 6º que no pudo estar presente. Todos los niños tenían mil anécdotas llenas de sorpresa, curiosidad, emoción o afecto. Igual que el año pasado, todos han quedado marcados por la experiencia. He querido concluir dándoles las gracias y la enhorabuena por haber contribuido a un resultado final excelente. También les he dicho que aprender y huir de la ignorancia es el mejor remedio para una vida respetuosa con los demás. También el primer paso para disfrutar del Mundo increíble que tenemos delante de nuestra nariz. Que apostaría cualquier extremidad de mi cuerpo a que ellos ya nunca en su vida tratarían con desprecio a una persona discapacitada, sino que sabrían valorar las virtudes que, como cualquier otra, posee. Y solo esto último ya es mucho.