domingo, 8 de mayo de 2011

DIEZ NIÑOS Y SU MAESTRO ESCUCHAN QUÉ SIGNIFICA COMUNICACIÓN.


Quizá alguien recuerde el comienzo de alguno de los libro de lógica de Raymond Smullyan (¿Cómo se llama este libro?, por ejemplo), en donde se preguntaba algo así como qué ocurriría si un obús infalible se estrellara contra una guarnición indestructible. Este simple juego-pregunta ha estado olvidado en algún rincón de la memoria durante años hasta que hoy, hace siete u ocho minutos, ha vuelto al pensamiento presente. De repente, mientras me lavaba la cara y veía en el espejo la que supongo es mi imagen, he percibido que mi vida se va pareciendo cada vez más a esa pregunta donde se debaten dos imposibles y tratas de avanzar páginas para encontrar la solución que el autor nunca escribió. Me quedo sin saber si la olvidó, la omitió a mala idea o simplemente es una pregunta que nunca ha encontrado respuesta. Esto pensaba hace ocho o nueve minutos y ahora lo estoy escribiendo.

El sábado por la mañana la escuela se abrió para realizar una actividad de aprendizaje sobre educación especial. Iba a escribir “sensibilización” (creo que ya lo escribí hace unos días), pero no, creo es más justo decir “aprender” y eso ya nos llevará a la sensibilización, al respeto, al compartir, o a lo que sea necesario.

La educación especial se llama así porque en un número de casos elevadísimo, hasta donde conozco, las familias, niños, maestras y otros profesionales son profundamente especiales. Y en este caso tuvimos la suerte de recibir a una de esas maestras. La jornada avanzó en torno a explicaciones, lecturas, actividades para ponernos en lugar de otros niños, dinámicas para reflexionar en torno al lenguaje, la comunicación y las relaciones con los demás. Los niños acudieron voluntariamente rozando el pleno de asistencia, lo que suscita algunas reflexiones: Profesor en la secundaria comentaba por aquí y en su blog en distintas ocasiones qué ocurre en el camino de los adolescentes que hace tan difícil motivarles, moverles desde la voluntariedad, estimular su curiosidad y ganas de aprender; el dato de asistencia también ayuda a sentirse bien a los que creen que los niños son buena gente y que el mundo es tan fascinante que intentar aprenderlo y enseñarlo es algo magnífico.

Recuerdo ahora mismo a esos adolescentes que cruzaban frente a la puerta de la escuela de educación especial y hacían burlas grotescas sobre los niños que allí estudiaban. Y hago revisión también del curso que está cerca de finalizar: soy nítidamente consciente de varios apartados en los que he realizado de forma desastrosa mi trabajo; en la otra cara de la moneda, pensando qué he podido aportar a los diez niños con lo que he pasado tantas horas, cómo les he ayudado a ser mejores, estoy casi convencido que nunca realizarán las bromas ignorantísimas y crueles de los adolescentes mencionados. Creo que realmente mis jefes no me pagan por ello, pero a mí me deja muy contento.

Cuando acabábamos con cierta prisa porque rondábamos la hora de comer en la que las familias se preguntarían qué demonios hacían sus hijos en la escuela un sábado a esas horas, una niña preguntó, esperando una afirmación, si íbamos a seguir la actividad por la tarde. Sirva esta imagen de resumen de la actividad y de agradecimiento para quienes nos ayudaron a llevarla a cabo.