martes, 3 de agosto de 2010

CUATRO PALABRAS A PARTIR DE LA VISITA DE UN GORRIÓN.

Ahí le tienen: un buen motivo para estar contento


La imagen que hoy acompaña al texto no es demasiado espectacular. Las de otros días probablemente tampoco, pero esta lo es menos. No presenta una composición adecuada, apenas se consideró la luz al tomar la fotografía, y casi no se ve el motivo principal, que está justo en el centro de la imagen, sobre la roca. Si les digo que es un gurrión quizá no les entre un ataque de alegría irrefrenable, y si añado que es un maravilloso gorrión alpino seguramente no correrán por el pasillo dando gritos en busca de su pareja para levantarla por los aires y darle el mejor beso de sus vidas a causa de la alegría. Les entiendo. El caso es que a mí este gorrión me alegró el fin de semana. Existe una curiosa costumbre entre los amantes de la vida de estar felices un buen rato cuando observan una nueva especie (bimbo, dicen los pajareros), e incluso una subespecie (vean que los senderos del placer son ciertamente recónditos e intrincados), y esta era la primera ocasión en la que observaba a esta preciosidad alada. Ya ven qué extraño es todo: la felicidad en un pequeño pajarico. Para redondear la extraña satisfacción también disfrutamos de acentores alpinos, decenas de gritonas marmotas, verderones serranos, orquídeas y edelweiss, sarrios, tritones pirenaicos en faena reproductora, dos noches con sendos cielos que señalaban nuestra ridícula dimensión, una buena compañía, y algunos otros placeres. El trípode también se animó a venir para iniciarnos en el difícil asunto de la fotografía de nuestro universo, pero, tan cansados como estúpidos, dormíamos cuando las estrellas más brillaban.


Ayer antes de dormir dije que sentía tristeza y miedo ante la inminente llegada del uno de septiembre. No sé si cuando lleguen los niños a clase sabré ser maestro. No sé si sabré qué contarles. No sé si nos miraremos y nos entenderemos. Abracen y besen a sus parejas aunque no hayan visto nunca un gorrión alpino.