sábado, 31 de diciembre de 2011

LAS AFUERAS (DE LA IRREALIDAD)

Mientras veía el amasijo de edificios desde lejos, bañado por un rumor oceánico e incandescente, pensaba que quizá lo mejor de una ciudad sean sus afueras. Precisamente esas que te permiten salirte antes de ser devorado por sus agitadas prisas, ruidos, olores y neones.

Las afueras, si son de buena calidad, permiten salirte de la cacerola en apenas cinco minutos. En trescientos segundos estás en lo alto de una loma agradeciendo tu fortuna por haber conseguido escapar con vida durante unos instantes, al menos.

Si además haces uso de las afueras durante la noche aún es mejor, pues las tinieblas acrecientan la sensación de haber pasado a otro mundo. Un trocico de luna y el reflejo de las millones de luces que pretenden deshacer la noche permiten percibir el entorno de una forma razonable. Incluso el camino, de yesos muy claros en medio de matorrales oscuros, parece guiarte hacia algún lugar. Y en esa irrealidad, con la ciudad latiendo frenética a un lado y la oscuridad llamándote hacia el otro, sigues el camino como si una especie de pulsión irracional te empujara a hacerlo.

Hay que tener un poco de cuidado con el corazón, pues late quince o veinte veces más cada minuto para mantenerte preparado por si un tigre o un oso intentara comerte. El pobre no sabe que tales bellezas han sido ya aniquiladas y que lo más peligroso con lo que puedes cruzarte es con otro de tu especie, que, por otra parte, a esas horas da más miedo que un jabalí.

Debo parar, pues hay que tomar las uvas y esos otros asuntos. Ahora estoy en la otra parte de la realidad, que no sé si es la buena o no. En cualquier caso es mucho menos divertida.

Que tengan buen día.

martes, 27 de diciembre de 2011

PAJARICOS Y MONOPOLY.

No me digan que han visto hoy algo más bonito...

El sábado, temprano por si hubiera dios y quisiera ayudar, estaba escondido en el monte. La situación era perfecta por su sencillez, pero aún así la mente no dejaba de lanzar ideas que aparecían y desaparecían jugueteando entre los primeros rayos solares del día.

Pensaba en buena parte de lo visto y leído el día anterior sobre la crisis. Apartando el enrevesado lenguaje económico y las opiniones interesadas de unos y otros, consideré que el denominador común en las opiniones de todos era claro: codicia y egoísmo. También llamado “el mal de querer siempre más aunque ya se tenga mucho”. Allí estaba agazapado pensando en la pena de no ser capaces de plantarnos y considerar que, llegados a un punto, ya no necesitamos nada más para tener una gran vida. Una gran vida que, por otra parte, no sabemos qué demonios significa. Podría añadirse que querer más siempre significa para otros tener menos cuando ya se tiene muy poco.

Uno de los seres más felices que conozco, entre los vivos e incluso los inertes, es mi amigo el perro Tastavín. Y es un gran ejemplo, pues basa tamaña felicidad en cuestiones como la comida, el descanso, la actividad física y mental diaria, subir una gran montaña y contemplar un estupendo atardecer y, por supuesto, el cariño y las caricias que todos los seres vivos precisamos, ya seamos anélidos o antropomorfos.

Todo es cuestión de filosofía, por eso creo que debería impartirse en las escuelas desde infantil. Dentro de unos días propondré a los alumnos más mayores una charla muy oportuna sobre las drogas y en el documento que estoy elaborando trato fundamentalmente sobre filosofía. Incluso sobre el milagro que representa estar vivos y la obligación consiguiente de aprovechar tal estado viviente. Ya les contaré más adelante. Todo es lo mismo. Bertrand Russel introduce su autobiografía con una impactante e inquietante pregunta: “Para qué he vivido”. Quizá la mera costumbre de repetirnos esta pregunta con frecuencia daría solución a una buena cantidad de problemas.

Mientras todos estos asuntos codificados en cargas eléctricas atravesaban los supuestamente reales canales neuronales que hay dentro de mi cabeza, sonó un “Chhhrrrrrrr…”, o algo similar, al que no estaba acostumbrado. En un instante apareció el magnífico ejemplar con el que ilustro esta entrada. Antes de pedirle permiso para retratarlo, volví a considerar todo lo anterior y tuve claro que el mundo adquiere sentido cuando delante de tus ojos aparece, y eres capaz de apreciar, un ser de semejante belleza. Lo demás, por mucho que algunos se empeñen en dotarlo de seriedad y grandilocuencia, simplemente es la versión adulta y cruel del monopoly, donde se muestra la cara terrible del ser humano que está generando tanta pobreza, destrucción y sufrimiento en nuestro planeta.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

APENAS ES MIÉRCOLES.


Sobre hoy apenas puedo contar que ha sido miércoles. Ha sido un muy mal día en la escuela. Después de borrar tres veces lo escrito, me conformo con dos referencias a la maestra Palmira Pla:

“¿Qué sentido tiene la vida si no trabajas por mejorar el mundo en el que vives?"

“El verdadero valor de la escuela reside en la educación de la responsabilidad”

El día veinticuatro, si las crisis y los langostinos se lo permiten (a ustedes, se entiende, no a la Luna, que es ajena a las agencias de calificación), podrán disfrutar de la última luna nueva del año. El cielo estrellado infinito. La precisión astronómica contrasta con el absoluto desorden humano.

sábado, 17 de diciembre de 2011

IMPROVISACIÓN DE MEDIA TARDE.

Después de tratar cada contenido de conocimiento del medio, los niños se agrupan para realizar algún tipo de trabajo colectivo, que en este caso consistía en un análisis del parque natural en el que nuestro pueblo se integra. Los alumnos debían buscar información y confeccionar un mural con lo más relevante sobre fauna, flora, recorridos, mapas, normas de gestión , etc. Completamos el proceso realizando una exposición a cada una de las restantes clases de la escuela.

Cuando el primer grupo finalizó su comunicación y subíamos a la siguiente aula, un niño dijo a otro: “eh, Samuel, ha habido una parte en la que has improvisado”. Así había sido durante unos buenos segundos en los que no recordaba qué tenía que decir y realizó una de sus primeras divagaciones orales, esas que después, versión oral o interior, van conformando la vida adulta.

La cuestión es que el primer niño decía lo de la improvisación justo al tiempo en que yo abría la puerta de la segunda clase y, súbitamente, tuve la sensación de que la vida entera era una improvisación. Sentí que improvisaba al girar la manivela y que debería improvisar cuando los dieciséis ojos que me aguardaban al otro lado de la puerta se dirigieran hacia nosotros esperando la explicación de nuestra visita.

Y así, mientras improvisaba las palabras para los dieciséis ojos y sus cuerpos, pensaba que cada día es la primera vez que vivimos ese día, que cuando ya estamos bien preparados para vivir un instante, el instante ya se ha ido. Finalmente, pensé que cuando mejor podré afrontar la vida, cuando ya la haya practicado al menos una vez, justo en ese instante estaré muerto por primera vez. Sólo nos queda improvisar y dar las gracias a Millás por sus Articuentos.

lunes, 12 de diciembre de 2011

LEJANAMENTE REAL.

Perro mira la Luna y duda que sea la misma de otros lugares

Hace cinco días preparé la mochila con un poco de comida y ropa y me dirigí hacia el monte.

Comencé ligero, pues el atardecer llegaría a una de las horas más tempranas del año. Conforme ascendía los ritmos se iban acompasando: el latir del corazón, la respiración, la disminución de luz, la sucesión de paisajes (bosques, prados, canchales…), las sensaciones visuales que la altura ganada ofrecía, …todos los elementos se acompasaban y se entremezclaban formando una sustancia mental pastosa e intensa. Y necesaria. Estas semanas ando buscando argumentos que incluso no existen y creo que esta narración es uno de ellos.

Justo cuando la luz entraba en el tiempo mágico entre la claridad y la oscuridad llegué a mi destino. El crepitar de la nieve bajo los pies era el único obstáculo para el silencio inmenso entre moles colosales de piedra. Ya sólo quedaba preparar un poco de comida y disfrutar de una noche en la que entre la nariz y las estrellas únicamente mediaban la atmósfera y un pedazo de Universo. Sin techos, molduras, ni lámparas de araña. La noche fue fría y clara, por lo que el pausado y circular baile de las estrellas resultó magnífico. Las manos no reunieron el calor ni el coraje necesario para intentar captar esta danza.

Una vez concluida la noche, quedaba captar otro puñado de emociones en el amanecer, abrir los ojos y contemplarse uno mismo en medio de un paisaje extraño, ajeno y propio a la vez. Y tras algunas vueltas, bajar y volver a la vida que cada día me resulta más difícil considerar real.

En un punto de las alturas, abarcando una gran amplitud visual, estuve un buen rato intentando entender qué hacía allí. Mi vista alcanzaba grandes cumbres, pero también valles con pueblos donde la vida comenzaba un nuevo día. Miles de historias en cada ángulo de visión.

En unas pocas horas cogería mis papeles y caminaría un centenar de pasos para abrir la puerta de la escuela a los niños. Hablaríamos de poesía, de videoconferencias con los niños del CEE Jean Piaget, y practicaríamos unos finales de ajedrez. También observaríamos unos vídeos de mimo e intentaríamos hacer cosas parecidas con nuestro cuerpo.