jueves, 15 de diciembre de 2005

Con la llegada de la navidad, las prisas para poner las notas, de preparar el teatro, de preparar postales para otros municipios, de corregir controles, etc., voy retomando esas sensaciones del opositor de llegar a la noche con el pensamiento centrado en poder descansar.
Hoy, por fin, han llegado unos libros encargados para la biblioteca de la clase hace unas semanas. En una reunión del claustro, en Puente la Reina, acudió un representante de una editorial, con un montón de libros y de catálogos, y allí, cual mercadillo de domingo, fuimos mirando qué nos interesaba. A mí, novato en todas estas cosas, me pareció una sorprendente maravilla: te llevan los libros hasta allí para que los veas, te hacen un descuento considerable, y te los mandan al colegio. Así que estos días podremos leer 1000 Cuentos sobre Fantasmas, ogros, y otros bichos, comprender algunos dichos y refranes, o adentrarnos en la enigmática Isla del Tesoro.
Por cierto, leí anoche a Reverte evocando su infancia en el campo, entre juegos en la calle, lecturas fantástica sobre piratas, expediciones, ..., de cómo esto es difícil de observar en un niño playstation-ordenador-100extraescolares de hoy. Y no hizo nada más que recordarme algunas ideas que se comenzaron a formar hace ya un tiempo relacionadas con cosas como la Ciudad de los niños de F. Tonucci, medidas para recuperar las calles como espacio de juego para el niño, etc. En Ansó compruebo esto cada día, establezco comparaciones a menudo con las infancias tan distintas de los niños que observé el año pasado en la ciudad. En qué pocos años han cambiado tanto las infancias de los niños. ¿Qué cambios implicará esto en su edad adulta?.
Por cierto, esperamos ansiosos más opiniones, más sugerencias, más aportaciones. Como dice muchas veces la Bala del Ebro (personaje de la mitología aragonesa): "den, si pueden, señales de que hay alguien al otro lado".