viernes, 23 de abril de 2010

UN INSTANTE DEL JUEVES ANTES DE DORMIR.

El cuarto del maestro del pueblo que le hizo comprender que uno es de donde se siente. Y ella se hizo de Gistaín.

Acabaremos el curso en buena forma.

Está a punto de ser una gran semana. Todas las clases de cada uno de los días han sido buenas clases, lo que no había ocurrido aún. Así pues, mañana será un gran viernes al que llegaré habiendo entregado casi todas las fuerzas con que contaba al empezar la semana.

También cada noche de la semana los sueños han visitado la escuela: creando algunas ilusiones, experimentando algunos conflictos, repasando alguna actividad realizada durante la mitad real (¿real?) del día, o previendo ciertos contenidos complicados.

Programar los contenidos no es sino organizar de qué manera la energía que uno tiene el domingo acaba siendo repartida a cada uno de sus sesenta alumnos durante la semana. Ser maestro no es sino participar en primera línea del intercambio de energía que gobierna el funcionamiento de nuestro planeta y de la vida en el mismo.

Así, uno llega al viernes ligero, absorbido, deshinchado, pero con la sensación bien presente de una semana donde hemos bailado en siete u ocho fiestas, hemos metido los pies en el lago de un parque, hemos subido a las montañas más altas de la ciudad, hemos visitado una casa-cueva, y, una vez más, hemos contemplado cientos de sonrisas y sido testigos privilegiados de la vida floreciente de nuestros alumnos.

Que tengan buen viernes.

LO CONSEGUÍ.

Nieve, roca, vida.


Trabajar en un centro de educación especial no sólo ha supuesto una ingente cantidad de nuevos conocimientos, lecciones, o amistades, sino que ha cambiado completamente la concepción previa que tenía de los distintos tipos de discapacidad. Como sucede en toda escuela y, supongo, con todo maestro, unos cuantos niños frecuentan con asiduidad mis pensamientos, pues reúnen distintas cualidades que me llaman la atención. En este caso, en la escuela Jean Piaget ocurre que muchos niños representan hermosos ejemplos de valores tan ensalzables como la superación, el esfuerzo, o la alegría. Valores tan pasados de moda, por otra parte.

Hoy deseo escribir sobre una de esas niñas. La llamaremos Sonrisas. Sonrisas tiene unos pocos años, siete u ocho imagino, se desplaza en silla, pues tiene una afectación importante en la movilidad de brazos y piernas, posee un nivel cognitivo muy bueno, encantándole jugar y hacer todo tipo de bromas. Quizá lo que mejor caracterice a Sonrisas sea su espíritu de superación, su atrevimiento para probar todo tipo de actividades y para superar difíciles retos. Sonrisas es una alumna ejemplar en educación física y un ejemplo magnífico para comprender que el mayor condicionante en nuestra contradictoria área de trabajo no es el apartado motriz, sino el cognitivo.

(acabo de atender una llamada telefónica y aprovechando el paseo he dado un abrazo a la humana con la que vivo; supongo que los sentimientos despertados en estos abrazos son los que ponen el sentido que le falta a la vida)

Sigo con Sonrisas. Imaginen su cuerpo (el suyo, el que sujeta los ojos que están leyendo esto) pesado, entumecido, con escasa agilidad. Imaginen ahora ese cuerpo en uno de esos viajes espaciales que por unos cuantos dólares permiten sentir la ingravidez. ¿pueden imaginar el cambio sentido, la libertad de movimientos recuperada? Ahora imaginen un cuerpecito en una silla durante todo el día, la dependencia casi absoluta para la mayor parte de las tareas del día. Ese cuerpecito, con la ayuda necesaria, desarrolla los contenidos de educación física en sala de manera perfecta, pero lo que quiero es que imaginen la sesión semanal en la piscina: Sonrisas se pone unos manguitos de flotación y comienza a realizar su particular viaje ingrávido. Puede flotar y mantener la posición sin mediación del adulto, realiza algunos desplazamientos, y, en resumen, adquiere un gran control corporal y experimenta un abanico magnífico de sensaciones. Sonrisas, como todo animal parlanchín, tiene algunas frases que suele repetir: “quiero más”, “otra vez”, “ahora yo, …”, y que dan ejemplo de su carácter.

En la piscina, Sonrisas está aprendiendo a bucear. “Coge aire, cierra la boca, aprieta los labios, no respires, muévete cuando quieras que te saque, muy bien aunque esa tos es porque has tragado agua, insensata, …”. Ya saben. Sonrisas sale casi siempre tosiendo y echando agua por la boca y la nariz, pero el primer oxígeno que inspira no lo utiliza para los pulmones y todo ese asunto del intercambio gaseoso, sino para pedir “OTRA VEZ”. Ahora Sonrisas se ha empeñado en superar retos más difíciles, como cruzar la piscina buceando, o aguantar buceando mientras la sumerjo para que toque con su cuerpo el fondo de la piscina y la vuelvo a subir. Hace unos días, tras dos intentos y sendos tragos de agua que le harían visitar el baño muchas veces durante la mañana, Sonrisas tocó por fin el fondo con su cuerpecillo. Al salir, cogió una buena cantidad de aire que esta vez utilizó para gritar con su voz atrevida: “LO CONSEGUÍ”. Querida Sonrisas, lo conseguiste y me regalaste uno de esos momentos poéticos que ya tengo guardado en el zurrón de las experiencias maravillosas que mi trabajo me brinda.

El próximo día quizá les cuente por qué es verdad que lo más importante en la escuela suele suceder al margen de lo oficial y curricular.