Y el curso se acabó. Desgraciadamente, pues estábamos con fuerza y ánimo para haber continuado unos cuantos meses más. Puede decirse que era necesario haber continuado.
Como siempre, siento enorme pena por dejar atrás a un montón de niños con los que el cordón afectivo es casi un cordón umbilical. Pasar página a un paisaje y un tiempo vivido con intensidad es un acto tremendamente duro y esforzado.
Aún no sé qué haré con las contraseñas en las que escribo ansotano, aún no sé qué haré con tantos recuerdos y emociones, con el puñado de atardeceres y amaneceres, con las estrellas, los bosques y los saltos al río, con la escuela cercana e íntima. Dónde los meteré para que acompañen pero no duelan. Ayer encontré un papel que se escondía entre las páginas de un libro de misterio. Era la crónica de un viaje que intenté realizar en bici hace casi diez años hasta París. Un poco de hambre, algunas tormentas y varios tormentos aconsejaron la vuelta a mitad de camino. Ayer lo encontré y leí "hoy, diecinueve de julio de (...) he salido desde Galdakao (...)". Me quedé perplejo porque no tengo conciencia de haber estado jamás en Galdakao. Realmente no tengo conciencia de haber emprendido nunca ese viaje, aunque yo firmaba la hoja escrita en un albergue por la noche. Parece que hay que ser muy cuidadoso con lo que guardamos en el pasado, pues en muchos casos se evapora, en otros se transforma y, finalmente, uno no sabe dónde ha estado o qué ha sido. Y lo que es peor, si lo que es ahora, será realmente o habrá que esperar a que se transforme o desaparezca en unos años para acabar entendiéndolo. O entendiéndose, qué sé yo.
Escribo estas líneas desde la escuela. Aún quedan evidencias de lo que ha sucedido en los últimos diez meses: algunas fotos, algunas noticias, libros, dibujos, mapas, la colección de hojas, un craneo de zorro. Las mesas están vacías y el espacio está gobernado por un triste silencio sólo alterado por el sonido de las teclas que voy pulsando. Quería escribir este último pensamiento desde aquí, desde la escuela que ha moldeado y determinado el maestro que he ido siendo, e intentado ser, durante estos ya siete años.
Hace seis años me llevé la llave de clase asegurando que volvería. Y así ocurrió. Estuvo cinco años en un cajón de Zaragoza y ahora está en el llavero con el que he entrado hace unos minutos. En tres días cerraré por última vez y la llave volverá al mismo cajón. Quizá esté allí hasta la jubilación, dentro de cuarenta años.