Un médico escasamente competente (podemos pensar que
simplemente atravesaba una mala época, se le torció el matrimonio, perdió la
vocación, etc.) es el encargado de establecer un protocolo de actuación en su
unidad hospitalaria. Al cabo de un par de años cambia de lugar de trabajo y
llega un nuevo profesional. Al observar los protocolos establecidos comprueba
que no son eficaces, incluso irreales e inaplicables, y lo traslada a sus
superiores. Le informan que su obligación es cumplir el protocolo y que se estudiará
para el siguiente año. Hasta entonces los pacientes sufrirán las consecuencias
de un procedimiento previo mal elaborado, pero los profesionales estarán
tranquilos porque están cumpliendo con lo oficialmente impuesto.
Un cirujano amigo del doctor de la historia anterior tiene
que realizar una operación importante. Para prepararla sus superiores le mandan
leer Crimen y Castigo y reparar las molduras de la sala de espera del centro. Por
otra parte, debe realizar un trabajo indicando los objetivos de la operación,
las técnicas que utilizará, en qué conocimientos se apoyará para realizarla,
cómo evaluará el resultado, etc, justificando cada apartado pormenorizadamente.
Al principio se muestra incrédulo y trata de justificar que estas loables
tareas no implican un mejor desempeño en la operación. Sus superiores indican
que ellos son los encargados de la tarea intelectual, que no se complique con
pensamientos que no le atañen.
Estos primeros días de curso he hablado con compañeros de
varios centros y el elemento común es el desasosiego antes los cambios
legislativos impuestos de forma apresurada. En principio el cambio supone en
muchos elementos un simple cambio en la terminología, pero en cualquier caso
está obligando a rehacer cientos de papeles con sus tablas y justificaciones.
Muchos acabamos el junio pasado peleando contra documentos que nos imponían,
cuyo sentido pedagógico casi ningún maestro consigue vislumbrar. Ahora, dos
meses después, buena parte de esos documentos son inservibles y se deben rehacer
para dentro de dos o tres años tirarlos también a la basura. Incluso una
compañera se mostraba desconcertada porque en su centro la prioridad del
comienzo de curso era rellenar algunos de estos papeles, obviando que en unos
pocos días los niños estarán en el aula y otras tareas parecen las
prioritarias.
Ya he escrito otras veces que nuestro oficio es uno de los
pocos, realmente no encuentro otro, en el que nuestra formación no sirve para
nada a los ojos de los superiores, pues buena parte de nuestra jornada semanal
se invierte en justificar cada una de nuestras acciones: ¿por qué este
contenido?, ¿por qué esta evaluación?, ¿por qué…? Porque SOY MAESTRO parece que
no sirve a estas personas, que entienden que nuestra formación no nos capacita
para absolutamente nada (quizá no sea demasiado falso, pero este es otro
problema). Incluso en algunas publicaciones sobre currículum y acción docente
redactado por alguno de los citados superiores se indica de manera muy clara, a
mi entender, que tantas imposiciones y trámites son necesarios porque buena
parte de los maestros no sabemos hacer nuestro trabajo. Siguiendo con la
analogía médica, que me parece tan evidente, es inimaginable que un médico
invierta una buena parte de su carga profesional semanal a redactar
justificaciones y protocolos sobre su trabajo, siendo buena parte de ellos
irreales o irrealizables. La cuestión me parece muy clara: se confía en la
formación del médico, que le habilita para su desempeño profesional, y no se
confía en la formación del maestro, que debe ser fiscalizado en cada uno de sus
pasos y armado con miles de protecciones burocráticas para “cubrirle las
espaldas” en el caso de que cometa algún despropósito, cosa probable dada su
incompetencia general. ¿Por qué no cargar el esfuerzo en una formación inicial adecuada
que nos permita la necesaria autonomía en el desempeño de este oficio?