viernes, 3 de abril de 2009

ESCAPANDO DE UNO MISMO.

Antes de despertar leía sobre la muerte. Aquí la vemos.

Existen unos aborígenes australianos que consideran un sinsentido celebrar cada cumpleaños. ¿Dónde está el mérito de ser un año más viejo”, preguntan. Cuando el occidental despistado les pregunta qué celebran entonces ellos, contestan: “hacemos una gran fiesta cuando podemos celebrar que somos mejores”.

Doce y media de la noche. Comienza el tres de abril. A saber qué deparará. Llevaba setenta minutos en la cama, pero no era buen momento para conciliar el sueño. Era un muy mal momento, de hecho. Creo que escribir será lo mejor. Para esos que no entienden el sentido de un blog de alguien anónimo: qué mejor argumento necesitan que éste, el de tener que levantarme de la cama de propio para escribir, para entenderme, y para sentir el efecto narcótico de cada palabra susurrada en la oscuridad del salón.

Mañana concluirá el segundo trimestre del curso. Entre dudas y tropezones han pasado ocho meses de curso. Nada más acabar pondré rumbo a las montañas. Si algo define mis últimos meses son las nuevas sensaciones. No juzgaré ahora si buenas o malas. Nunca, por ejemplo, había sentido la necesidad de escapar, y ahora la siento en el interior del tuétano de cada hueso, allí donde se forma la sangre que luego fluye por el corazón y el cerebro. Siento la inaplazable obligación de subir muy alto, muy sólo, hasta la cabecera de un valle lleno de aire limpio, sentarme y pasar allí dos o tres horas simplemente estando.

A los ya numerosos problemas que tengo para adaptarme y hacer lo mejor posible mi complicado trabajo de este curso, he de sumar el de la salud: ya he superado con creces este año el número de días ausente en el trabajo por enfermedad durante los cuatro cursos anteriores. Estas ausencias me generan una enorme ansiedad, puesto que siento estoy fallando a mi obligación con las aulas en las que ese día trabajo (con los niños y con su tutor), me resulta, por otra parte, un obstáculo importante para la necesaria continuidad en el trabajo cotidiano (aunque sólo falte un día, al volver ya he perdido cosas importantes), y, finalmente, no aporta nada positivo a la imagen que ofrezco al resto de compañeros. Tras descartar varios males y en búsqueda de otros, hoy he confirmado mi alergia a seres tan fantásticos como los ácaros o los olivos.

Parece que mi cuerpo, en un alarde de autonomía insólito, considera a estos dos organismos, entre otros, como importantes amenazas, y no considera mejor opción que enfermar. Qué vergüenza, cuando uno cree que no está ya para estos asuntos. Qué falta de modales para envejecer.

Así pues, en unas horas marcharé muy lejos, apagaré el sistema tan lleno de virus y agentes extraños y escucharé a la naturaleza en busca de serenidad.

Que tengan buenos días y sonrían con frecuencia.