viernes, 14 de diciembre de 2007

LA MUJER DE SÓCRATES TE PONE A PRUEBA.

Hoy hemos celebrado en el CRA la reunión dedicada a analizar las actuaciones con los alumnos que requieren algún tipo de actuación especial. En esta reunión, aproximadamente, se expone qué se ha hecho durante este tiempo con el alumno en cuestión, y posteriormente cada persona que entra en el aula (tutor y especialistas) describe su situación particular. Estas reuniones suelen hacerme sentir mal generalmente, puesto que no consigo encontrar soluciones para las importantes problemáticas que allí se tratan. O peor, puede resultar que sí se vislumbren posibles soluciones para algunos casos, pero la falta de tiempo, de recursos, de competencias en determinados ámbitos, etc., impliquen no poder aplicarlas. Por otra parte, también vuelve a ser muy patente la disparidad de concepciones sobre la escuela, sobre los niños, sobre la evaluación, la educación. Ya sé que la variedad de criterio y opiniones enriquece, y todas esas cosas, pero hay aspectos en los que la disparidad de opiniones afecta de modo manifiesto a la toma de una decisión. Por poner un ejemplo, me parece que la evaluación es una especie de comedia. Una especie de comedia donde los maestros, o yo, para que nadie se enfade, ponemos juntos unos cuantos personajes que se mueven al ritmo del guión que también nosotros, o yo, hemos escrito. Si la obra sale mal o bien, culpamos o felicitamos a los personajes, que no han hecho otra cosa que seguir nuestras pautas. Y ya no diré qué pasa por mi cabeza al pensar en la estupidez que me parece evaluar tan escrupulosamente una parte tan limitada del conjunto de facetas humanas, una parte tan ridícula de lo que significa estar vivos en este planeta. Me resulta complicado expresarme inteligiblemente en este asunto. Y a esta idea o posición se contraponga ahora la postura que entiende la evaluación para un niño que no llega a los dos dígitos de edad similar a la universitaria, con unos pocos exámenes que deciden la nota que poner en la frente de cada niño. En algunos cruces de caminos cuesta coger la dirección adecuada.

Hace un par de días cambié la disposición de la clase. Ahora los niños se sientan en tres grupos, teniendo cada uno las mesas unidas en forma de cuadrado. Esta aparente tontería parte de tener en clase el mayor índice de enfados de Europa y una preocupante capacidad para tolerar molestias causadas por los compañeros. Con la citada disposición pretendo cambiar también numerosos procedimientos de trabajo y fomentar en la mayor medida posible unas relaciones equilibradas entre los niños. Al estar juntos en grupos de cuatro o seis resulta bastante sencillo realizar numerosos trabajos de manera colectiva, de modo que tengan que poner en juego, entrenar, o intentarlo, diferentes habilidades sociales.

Como comenté hace unos días, el blog Palabras Mágicas sugirió la idea de realizar una revista. Manos a la obra, explicamos la idea a las otras clases para que participaran del algún modo, realizamos un concurso para seleccionar una portada, y todo está listo para que nuestro diario trimestral vea la luz. Pretende ser una buena manera de explicar a los vecinos desconectados qué hacen los niños en la escuela, de motivar a estos últimos gracias a un material que es fruto de su buen trabajo, y de recaudar unos pequeños fondos para comprar libros y otros materiales para la clase. Esto último no acabo de tenerlo claro, su idoneidad o legitimidad; veremos.

El concurso semanal de historias ha comenzado a todo ritmo, aunque aún debo animar a algunos niños perezosos. Tras las dos primeras semanas hoy me he dado un atracón de lecturas para valorar los trabajos presentados y me he sorprendido por la dedicación y calidad de los escritos. He leído trabajos realmente cuidados, ingeniosos y elaborados. No deja de ser una muestra pequeña de las grandes posibilidades del trabajo escolar que piensa en unos alumnos contentos y felices, con ganas de hacer y conocer, al margen de obligaciones y limitaciones adultas.

También he hablado a los niños de Sócrates. Les he explicado que el pobre hombre se bebió la cicuta aún sabiéndose inocente, como muestra de su inquebrantable apoyo a la justicia, a la que había defendido toda su vida; y les he explicado que se cuenta que se casó con Jantipa, arquetipo de mujer de mal carácter, gruñona y maleducada, para precisamente practicar con ella el arte de la paciencia y la dialéctica, puesto que tal mujer siempre creaba un ambiente de crispación y argumentos extremos (como Acebes y Zaplana). A todos les ha hecho gracia la peculiar vida de este filósofo griego.