Nada, sólo un sueño.
Convirtamos en imagen el trayecto que recorre cada maestro desde su casa hasta la escuela cada mañana. Observemos cada uno de los elementos de la imagen: qué sentimientos se reflejan en su cara, cuánta luz hay en el ambiente, qué elementos aparecen en el paisaje, a qué huele en esos instantes, qué indumentaria viste, a qué velocidad avanza hacia su destino, qué medio de transporte utiliza, qué caras muestran las otras personas con las que comparte instantánea, …
Puedo describir con fidelidad absoluta mis cuatro experiencias docentes a partir de estos trayectos realizados cada mañana desde el lugar de dormir hasta el lugar de trabajar: recuerdo unos trayectos oscurísimos, negros y asustados; recuerdo trayectos verdes y sonrientes, en compañía de alegres caminantes, paseos empedrados hasta mi clase con olor a madera; recuerdo también otros desplazamientos más empinados, con solicitud de mayor esfuerzo, acompañado de niños y de gorriones, golondrinas y vencejos que anunciaban el prometedor comienzo de la vida un nuevo día; y ya comienza a formar parte de la memoria un nuevo camino extraño, confuso, en el que no acierto a observar las montañas, el cielo amplio, o los pájaros, y en el que comparto trayecto con algunos niños que se apresuran, aún dormidos, hacia su escuela cercana, mientras sus padres apuran el primer cigarro del día.
Quizá sean esos niños lo más significativo de mi foto. Son niños que se dirigen a una escuela contigua a la mía, y que cada día han de cruzar veinte carreteras, ir acompañados de un adulto para evitar peligros, caminar por una estrecha acera que cede el espacio urbano al dominante automóvil, y observar antes de comenzar su jornada un lienzo compuesto por edificios enormes, tiendas, coches y asfalto.
Pienso en los niños que me acompañan en cada una de las cuatro imágenes y creo que una diferencia sorprendente media entre las vidas de unos y otros. Permítanme indicar, al menos, que hay algunas maneras de comenzar el día más afortunadas que otras.
Convirtamos en imagen el trayecto que recorre cada maestro desde su casa hasta la escuela cada mañana. Observemos cada uno de los elementos de la imagen: qué sentimientos se reflejan en su cara, cuánta luz hay en el ambiente, qué elementos aparecen en el paisaje, a qué huele en esos instantes, qué indumentaria viste, a qué velocidad avanza hacia su destino, qué medio de transporte utiliza, qué caras muestran las otras personas con las que comparte instantánea, …
Puedo describir con fidelidad absoluta mis cuatro experiencias docentes a partir de estos trayectos realizados cada mañana desde el lugar de dormir hasta el lugar de trabajar: recuerdo unos trayectos oscurísimos, negros y asustados; recuerdo trayectos verdes y sonrientes, en compañía de alegres caminantes, paseos empedrados hasta mi clase con olor a madera; recuerdo también otros desplazamientos más empinados, con solicitud de mayor esfuerzo, acompañado de niños y de gorriones, golondrinas y vencejos que anunciaban el prometedor comienzo de la vida un nuevo día; y ya comienza a formar parte de la memoria un nuevo camino extraño, confuso, en el que no acierto a observar las montañas, el cielo amplio, o los pájaros, y en el que comparto trayecto con algunos niños que se apresuran, aún dormidos, hacia su escuela cercana, mientras sus padres apuran el primer cigarro del día.
Quizá sean esos niños lo más significativo de mi foto. Son niños que se dirigen a una escuela contigua a la mía, y que cada día han de cruzar veinte carreteras, ir acompañados de un adulto para evitar peligros, caminar por una estrecha acera que cede el espacio urbano al dominante automóvil, y observar antes de comenzar su jornada un lienzo compuesto por edificios enormes, tiendas, coches y asfalto.
Pienso en los niños que me acompañan en cada una de las cuatro imágenes y creo que una diferencia sorprendente media entre las vidas de unos y otros. Permítanme indicar, al menos, que hay algunas maneras de comenzar el día más afortunadas que otras.