martes, 3 de diciembre de 2013

MALDICIONES.

En la filosofía canina, la falta de respeto no es siquiera una opción posible. En este campo de la ciencia la vida es más sencilla y valiosa. De ahí el prestigio del señor perro como pensador pragmático.

Estoy contrariado. No es novedad, por otra parte. Quizá la permanencia ilimitada en la contradicción sea nuestra mayor certidumbre y constancia.

Mientras charlaba con un compañero a las puertas del centro donde acudo cada día en el intento de aprender el oficio, una madre se ha acercado hasta nosotros y ha nombrado una charla que tuve con los alumnos sobre igualdad de sexos, respeto, etc. No he recordado inicialmente a qué se refería. Ocurrió hace semanas cuando empezaba con los alumnos de 4º la unidad de gimnasia rítmica. Algunos chicos suelen quejarse porque creen que es de chicas, etc., así que aprovecho para tratar durante unos minutos el tema, nombrarles un par de películas y, en definitiva, recordarles que si ellos, futuros adultos y jefes de la sociedad, tienen ya semejantes prejuicios e ideas retrógradas es muy probable que en quince años formen parte de las juventudes del pepé, tengan un póster en su cuarto de don José María Aznar (lo escribo rápido, me pinchan los dedos) o peor, quizá sean alcaldesas de Madrid. Como decía, la madre ha agradecido el esfuerzo y el objeto de la charla, etc. El halago debilita, como todo el mundo sabe, pero es una sensación maravillosa sentir reconocimiento de vez en cuando. En esas estaba cuando un compañero ha venido corriendo para avisarme sobre una familia profundamente enfadada conmigo. "Ten cuidado no te los encuentres ahora por la calle". Su hijo mantiene un muy mal comportamiento durante las sesiones, yo lo comuniqué a la tutora y ella lo ha comunicado hoy a los padres. En primera instancia han negado la posibilidad de tal comportamiento, directamente lo que yo decía no podía ser cierto. Al irse, se han dado la vuelta y han preguntado si “estos de gimnasia han hecho magisterio o qué narices han estudiado”.

El contrapunto a la familia agradecida ha llegado pronto, he pensado. Es nuestro trabajo, una caricia y una bofetada, todo seguido, encaja como puedas. La frase y la actitud de la segunda familia dan para un postgrado entero:

-         ¿Cómo puede una familia con un hijo en quinto no tener clara la formación de los profesionales que trabajan en el centro?
-         ¿Qué papel sigue atribuyendo una parte importante de la sociedad y de la comunidad educativa al pobre maestro de gimnasia? No tienen claro qué formación tenemos, por lo que existe para ellos la posibilidad de que tengamos una formación nula, o al menos inferior a la de otros maestros. Y en tal circunstancia, ¡no se quejan! (imaginen cómo valoran entonces el área)
-         No se puede hacer educados y respetuosos a todos los maestros, familias, etc. Hay que asumir un porcentaje de maleducados, pero esto no cura la herida que sufrimos cada vez que alguna de estas personas decide elegirnos como el blanco de su frustración, carácter agrio, mal momento o razón cualesquiera. No tengo muy clara la actuación hacia ellos, pero cada vez estoy más convencido de que no merecen ni una pequeña migaja de atención por parte del centro.

Pronto me reuniré con estas personas, estarán muy enfadadas, pondrán en duda mis aportaciones, creerán que el mundo no les comprende y buscarán una instancia más elevada en la que denunciar su desgracia y mi incompetencia. Quizá entonces alguien me pida, para evaluar la situación, criterios de evaluación, indicadores de nosoqué, registros de nosecuál y demás elementos de la pedagogía-ficción que vivimos. Yo tendré que pasar una tarde inventándolos para presentarlos al día siguiente. Quizá incluso descubran mi comportamiento al margen de lo prescriptivo y me expulsen del gremio. Desearé durante unos minutos ser forestal, estar haciendo un censo de sarrios y buscando parejas de perdices nivales. Probablemente al poco tiempo entraré en clase con los niños y disfrutaré de nuevo de mi suerte. Hasta el siguiente halago y la siguiente queja.