martes, 3 de octubre de 2006

ESPÍRITU CIENTÍFICO Y FILOSÓFICO.

¿Quién dijo que el halago debilita?. Escuchar unas palabras agradables y bonitas ha sido hace 5’ toda un empujón para mantener la ilusión, y darme cuenta que, efectivamente, los niños son niños en todas partes.

En una conversación rápida con una madre de un niño me ha comentado que están sorprendidos en casa con las veces que nombra la escuela al cabo del día: lo que ha hecho, lo que ha descubierto, lo que ha aprendido, lo que ha leído, los juegos, las bromas, las…

Leo en el prólogo de “Cómo Clonar a la Rubia Perfecta” (panorámica de la situación científica actual), a cargo de Manuel Toharia, que el espíritu científico, la curiosidad, el interés, la alegría y el gusto por descubrir, tiene su semilla en la infancia, y que los filtros de la escuela, la familia, el entorno general (véase TV, playstation, …) se encargan de pisotearlo y tirarlo a la basura. Eso mismo leí sobre el espíritu filosófico, que al final es lo mismo que el anterior, en “El Mundo de Sofía”: la sociedad va haciendo que nos conformemos con vivir en nuestro mundo, y ya nadie se arriesga a subir trepando por el pelo del conejo y asomarse al universo…; estamos demasiado acomodados.

Pues en este punto me hace enormemente feliz encontrar signos, indicios, huellas y señales (ya sabes Jaime…) de que, en alguna medida, consigo cierta tendencia a que alguno intente trepar por dicho pelito y asomarse al universo. Vivir la emoción de sus descubrimientos, de las bocas abiertas cuando se produce la conexión en esa tarea que consigue el milagro, …, paga sobradamente las demás, abundantes por otra parte, tonterías que le tocan a uno vivir en el día a día.

Por cierto, ayer volví a tener una de esas ilusiones mentales que me dejan maltrecho. Vivir con la incertidumbre constante de no saber qué soy ni por qué estoy aquí me resulta agotador. Es un zumbido constante en el cerebro, y hasta en las tripas. Busco respuestas que no existen.