En la escuela hay tiempo primaveral: se alternan nubes oscuras y claros radiantes. Uno no sabe cuándo coger el paraguas y cuándo salir a disfrutar del sol. Nada nuevo, es la vida. Nos quedaremos con los días cálidos, aunque la prima de riesgo de los días grises se dispara. El diferencial de los días azules respecto a los oscuros pierde enteros en el agitado final de trimestre. El mercado de valores anda de capa caída: la responsabilidad, la dignidad, el esfuerzo, cotizan a la baja. Al alza la mediocridad, la insensatez y la sumisión.
La poesía es hoy material delicado y exquisito. Nos transporta a una realidad ajena a lo banal y superficial que nos invade cada instante. Nos permite recrearnos con el placer sensorial del momento y profundizar hasta emociones y sensibilidad inalcanzables de otro modo. La semana pasada acudí con mi clase hasta un bosque cercano para recitar en voz alta algunos de los poemas con los que hemos trabajado este curso. Este bosque se encuentra a cuatro minutos de la escuela y está formado por matorrales como majuelos y boj y, sobre todo, por altos y abundantes pinos. En su interior se encuentra paz y quietud dentro de una dimensión en la que nos sentimos diminutos. Por estas razones pensé en combinar, como actividad especial de estos días finales, el bosque con la poesía. Los niños estuvieron encantados con la actividad. Incluso en el sendero de vuelta hacia la escuela siguieron recitando en voz alta a costa de unos cuantos tropezones. En el blog Ansotanius pueden observar otra versión ilustrada de este asunto. Cambiaría casi todo por ser poeta. Pondría todos mis ahorros en una empresa del sector poético.
En seis días cerramos el séptimo capítulo escolar.