lunes, 16 de noviembre de 2015

LA AGONÍA DE LA ESCUELA, EL ESPLENDOR MEDIEVAL.

Hace unos días, en clase de Ciencias Naturales, unos cuantos niños soltaron las frases de "es que los humanos no somos como los animales", "es que eso es así porque Dios lo hizo...". A partir de ahí pasamos una hora discutiendo sobre el pensamiento que exige razones, argumentos, explicaciones, y el pensamiento que se cree las cosas porque sí, sin requerir justificación o prueba alguna. He pensado mucho en los días sucesivos y he llegado a la conclusión de que me equivoqué, no tuvo sentido dar tantas vueltas al asunto con niños muy pequeños que aún no tienen argumentos suficientes y madurez como para valorar ajustadamente este tipo de ideas. Pero precisamente aquí radica el gran desastre de la religión en la escuela: se cuela en la cabeza de los niños cuando no tienen espíritu crítico para juzgar la validez de lo que se les ofrece y, a partir de ahí, solo si se dan las circunstancias adecuadas, quizá algún día se replanteen algunas ideas, pero de entrada el sistema operativo ya está configurado de serie en el modo religioso. En la citada clase hablábamos de evolución, de fósiles, de descubrimientos sobre adaptaciones de distintos seres vivos. ¿Qué hacer cuando los niños tienen ya preconfigurado el pensamiento para atribuir las explicaciones a causas divinas y milagrosas? La batalla está perdida. A la vista de un niño de primaria, los argumentos con pruebas, con nombres de científicos, los frutos de décadas de estudio e investigación... poseen exactamente el mismo rigor que la última fabulilla que hayan escuchado en religión y que puede tratar sobre la creación del mundo hace 2000 años o sobre la creación de los humanos por intervención divina, en unos minutos y a partir de unos trozos de barro, para gobernar al resto de bestias naturales. Esto está así establecido en la cabeza de los niños que estudian religión. Queda establecido como verdadero o, al menos, con la misma veracidad que cualquier otro contenido que les trasmitimos en el resto de áreas. Es un crimen contra la razón permitir en la escuela la asignatura de religión que se imparte muchas veces a continuación de las Ciencias y que impide radicalmente el desarrollo de los contenidos propios de las áreas, como son todos los que tienen que ver con los seres vivos y su evolución, la astronomía, la historia de La Tierra, etc. Si los maestros, incluidos los que imparten religión, tuviéramos un poco de sentido común y rigor en lo que hacemos, clamaríamos contra esta situación.

Las materias que se imparten en la escuela están muy cerca de variados campos científicos y de conocimiento: biología, fisiología, matemáticas, anatomía, filología,  arte... Todos estos campos han experimentados desarrollos enormes durante su existencia, con especial incidencia en las últimas décadas. Por ejemplo, las ciencias biológicas y la tecnología caminan con pasos de gigante y se sitúan hoy en disposición de avances y descubrimientos que a los profanos nos parecen con frecuencia más propios de la ciencia ficción. Pero la escuela es ajena a cualquier avance. Avance y escuela solo pueden convivir en forma de palabras en un blog de un miserable maestro como yo, no en la realidad. Se habla de maestro innovador cuando un maestro actúa del mismo modo que ya actuaban otros hace ciento treinta años (¡imaginen las prácticas del no innovador!), los cambios que se producen son fruto del último ramalazo que ha sufrido el iluminado de turno, bien sean los estándares de evaluación, la inclusión o no de la religión en el currículo escolar, el desglose de Conocimiento del Medio en Ciencias Naturales y Ciencias Sociales, el mandar 2 horas de deberes cada día o no mandar nada, el tener a los niños de cursos inferiores de primaria trabajando al estilo de un campo de trabajos forzados o dejándoles directamente que se guíen por sus libres apetencias y hagan lo que les venga en gana... En la escuela no existe ningún avance en base a lo aprendido en el pasado, un avance fruto de la formación, fruto de expertos que marquen un camino claro según criterios avalados por sus resultados. Se llenan los currículos de palabras a las que, en la acción real, vaciamos de sustancia: ciudadanos libres, espíritu crítico, capacidad para pensar autónomamente... Palabrería hueca más cercana a los políticos que a un campo que quisiera avanzar hacia prácticas más acertadas, rigurosas y coherentes. La escuela actual está llena de centros y de maestros cuyo comportamiento se limita a leer el libro de texto, mandar los ejercicios, corregirlos y hacer exámenes que inciden únicamente en la capacidad memorística. Esta forma de actuar es simplemente una gran forma de perpetuar prácticas pasadas que nada tienen que ver con esas bonitas palabras que aparecen en nuestro currículo. Para mayor jolgorio, una buena proporción de las familias equiparan esa forma de enseñar con lo correcto, pues es lo que ellos vivieron y además es más fácil justificar el esfuerzo con la prueba de la memorización que con métodos que realmente trabajen hacia el esfuerzo en pensar, en entender, en expresar, en ser críticos. Incluso demandan explícitamente actividades repetitivas, mecánicas, más trabajo para casa y más exámenes. Un magnífico maestro de maestros solía repetir que hiciéramos lo que hiciéramos en el aula tuviéramos siempre muy claro por qué lo hacíamos, qué buscábamos con esa actividad. Esta norma no se cumple ni a nivel organizativo general en los que planean los currículos y definen las leyes educativas ni en los maestros que cada día abren las clases. Se actúa en base a ideologías, en base a lo que uno vivió en su escolaridad, en función de las mil modas que nos asaltan cada semana (salud, emociones, valores, inteligencias múltiples...), o directamente en función del mínimo esfuerzo, pero son siempre cambios y actuaciones que no obedecen a un plan rigurosamente planeado según unos conocimientos validados. Hace unos días leía a Gregori Luri; hablaba sobre diferencias en los entornos de aprendizaje de niños de distintos estratos sociales. Aportaba datos como las palabras que cada tipo de niño escuchaba cada día y lo que ello implicaba en su vocabulario, su lenguaje y el desarrollo de su pensamiento. Partía de datos claros y constatados, analizaba la situación y establecía propuestas orientadas a objetivos claros. Era magnífico leerlo porque no se suelen encontrar este tipo de planteamientos alrededor de la escuela.

Hace unos días, mientras visitaba a una persona querida en esos centros donde los ciudadanos de los países avanzados aparcamos a los mayores a la espera de que mueran y dejen de molestar en una estructura social donde no cabe ser lento y no productivo ni consumista, me encontré con una cita de Víktor Frankl, el eminente psiquiatra autor de El hombre en busca de sentido. Decía algo parecido a que nos pueden arrebatar absolutamente todo lo que poseemos, pero siempre seguiremos siendo dueños de nuestra actitud ante esa pérdida. Estaba dando vueltas a los temas sobre los que acabo de escribir cuando leí la frase... y entonces pensé en cuál debería ser la actitud ante una escuela religiosa, desorientada y en muchos casos con prácticas más cercanas al franquismo que al momento de modernidad y cambio en el que supuestamente vivimos. En principio, aunque no creo que el señor Frankl lo aprobase, frustración, desesperación y derrotismo. Buena semana.