Hay noticias que resultan llamativas.
José Luis Sampedro: tecnobárbaros. ¿Qué es?. Llegar por la carretera de Castellón al cruce de Mediana a las doce de la noche y encontrarte el ir y venir de mil camiones removiendo tierras y echando cemento bajo la luz creada por treinta focos del tamaño de un elefante. Tener una carretera que une un punto con otro mediante cinco kilómetros con cinco curvas y organizar una escabechina en el pinar para hacer ese tramo en dos kilómetros, con una carretera de anchura infinita y en perfecta línea recta. Montar un complejo mastodóntico de absoluta complejidad tecnológica, bajo un lema absolutamente falso, y con una finalidad …¿existe finalidad?. Resumiendo a Sampedro: occidente ha basado su evolución en un desarrollo tecnológico que ellos mismo observan como la cima del progreso, pero que carece de un sustento racional, de una integración en una forma de vida armónica y que acaba por adueñarse del control del propio proceso (me recuerda la idea filosófica de la alienación que Marx expresó en torno al trabajo y los procesos industriales). Por su parte, parecen existir otras formas de vida donde este desarrollo tecnológico (en su versión occidental) es entendido como un desbarajuste del comportamiento humano, se observa como innecesario (no necesario, al menos) para la vida feliz, y no se comprenden los excesos (…) a los que nos está conduciendo. La humanidad al servicio de la tecnología. Las bombas ya se activan por videoconferencia.
Me parece que este blog, mi parte, y quizá mi vida, se está convirtiendo en un lugar para las causas perdidas. Un lugar para los alfareros, para Cipriano Algor, para los Martinillos que escuchan el sordo crepitar de la madera de un barco perdido. El otro día le veía cortar, atender, unas manos guiadas en cada movimiento por mil años de experiencia, el trabajo repetido del mismo modo desde hace cuarenta años. Los carteles de ofertas con rotulador, sin trajes ni corbata, sin publicidad, sin marketing moderno y agresivo, sin relaciones públicas. Lo he visto así toda la vida, y quizá por ello nunca lo había mirado bien. Los trabajos tradicionales se pierden, se extinguen como las águilas imperiales y los lobos, y por las mismas razones: nuestro ritmo de vida, nuestras crecientes necesidades de comodidad, el horario laboral, la ferocidad de las grandes superficies, …, no dejan espacio a los pequeños comercios, al tendero, al alfarero, al carnicero, …, que dedican mimo y profesionalidad a su labor. Ellos no pueden, ni quieren, trabajar con traje, tampoco pueden trabajar catorce horas (a veces sí), ni abrir los domingos. Para ellos no siempre es primavera, como en el Corte Inglés. Dentro de unos años apenas quedarán, y con ellos se perderá otra porción de la vida en la que yo creo. Por ello la foto (en breve, que el cable se ha perdido), dedicada al trabajo de mi padre y de los que cada día ponen su vida en sus pequeños trabajos, en sus trabajos cada día más alejados de la vida moderna.
Si alguien aún cree en mi pertenencia a este mundo, que se olvide. Si por mí fuera, lo paraba y lo lanzaba a la papelera. La noticia de la muerte de los diez o doce inmigrantes me parece aterradora. Me parece suficiente para casi cualquier cosa. Vida insostenible, hambre, guerra, miedo, no poder atender a hijos ni mayores, los ahorros de una vida, una barquita ridícula frente al mar, un viaje oscuro, compañeros muertos, sed. Llegar a diez metros de la orilla, saltar y morir exhausto sin poder enlazar tres brazadas. Los dirigentes, mientras, almuerzan cochinillo y pavo debatiendo el problema de la inmigración, si una valla electrificada o con pinchos. Uno se desabrocha el cinturón, que ya aprieta al final de la reunión. Madre mía, morir a diez metros de la orilla, o salvarse con los compañeros muriendo a tu lado, con el agua a la cintura a cuatro pasos. Morir para ocupar un rinconcico en la página tres del periódico. Ese día la portada la ocupaba, otra vez, la familia real que acudía con la nieta a la guardería. Cómo se porta la niña, cómo estudia y ayuda ya a los compañeros. Los negricos en la página tres. Qué precio tan diferente según el muerto. Ese día no escuché apenas reacciones sociales. ¿Cómo vivimos tan bien en un lugar tan insensible, tan contento con sus comodidades y ajeno a las desgracias de otras personas?. Manifestaciones, exigencia de humanidad, manifiestos de derechos humanos, …¿estoy loco?.
Pronto empezaré con mis clases. Cinco días para pensar un curso (Lamima, ésto es lo que hay) Hoy y mañana son fiestas patronales, y el miércoles y jueves las familias han decidido, igual que el año pasado, no llevar a los niños a clase para que se recuperen de las fiestas. Yo, igual que el año pasado, me quedo perplejo por esta decisión y por formar parte de la escuela que lo asume como normal o aceptable. ¿De qué se han de recuperar los niños de seis, siete, ocho, nueve, diez, once años?, ¿qué comportamiento se les está inculcando de este modo?.
Cuando escribo así recuerdo cada momento mi promesa de mirar de otra manera, con un color más amable. Pero, ¿de verdad crees que es posible?.
José Luis Sampedro: tecnobárbaros. ¿Qué es?. Llegar por la carretera de Castellón al cruce de Mediana a las doce de la noche y encontrarte el ir y venir de mil camiones removiendo tierras y echando cemento bajo la luz creada por treinta focos del tamaño de un elefante. Tener una carretera que une un punto con otro mediante cinco kilómetros con cinco curvas y organizar una escabechina en el pinar para hacer ese tramo en dos kilómetros, con una carretera de anchura infinita y en perfecta línea recta. Montar un complejo mastodóntico de absoluta complejidad tecnológica, bajo un lema absolutamente falso, y con una finalidad …¿existe finalidad?. Resumiendo a Sampedro: occidente ha basado su evolución en un desarrollo tecnológico que ellos mismo observan como la cima del progreso, pero que carece de un sustento racional, de una integración en una forma de vida armónica y que acaba por adueñarse del control del propio proceso (me recuerda la idea filosófica de la alienación que Marx expresó en torno al trabajo y los procesos industriales). Por su parte, parecen existir otras formas de vida donde este desarrollo tecnológico (en su versión occidental) es entendido como un desbarajuste del comportamiento humano, se observa como innecesario (no necesario, al menos) para la vida feliz, y no se comprenden los excesos (…) a los que nos está conduciendo. La humanidad al servicio de la tecnología. Las bombas ya se activan por videoconferencia.
Me parece que este blog, mi parte, y quizá mi vida, se está convirtiendo en un lugar para las causas perdidas. Un lugar para los alfareros, para Cipriano Algor, para los Martinillos que escuchan el sordo crepitar de la madera de un barco perdido. El otro día le veía cortar, atender, unas manos guiadas en cada movimiento por mil años de experiencia, el trabajo repetido del mismo modo desde hace cuarenta años. Los carteles de ofertas con rotulador, sin trajes ni corbata, sin publicidad, sin marketing moderno y agresivo, sin relaciones públicas. Lo he visto así toda la vida, y quizá por ello nunca lo había mirado bien. Los trabajos tradicionales se pierden, se extinguen como las águilas imperiales y los lobos, y por las mismas razones: nuestro ritmo de vida, nuestras crecientes necesidades de comodidad, el horario laboral, la ferocidad de las grandes superficies, …, no dejan espacio a los pequeños comercios, al tendero, al alfarero, al carnicero, …, que dedican mimo y profesionalidad a su labor. Ellos no pueden, ni quieren, trabajar con traje, tampoco pueden trabajar catorce horas (a veces sí), ni abrir los domingos. Para ellos no siempre es primavera, como en el Corte Inglés. Dentro de unos años apenas quedarán, y con ellos se perderá otra porción de la vida en la que yo creo. Por ello la foto (en breve, que el cable se ha perdido), dedicada al trabajo de mi padre y de los que cada día ponen su vida en sus pequeños trabajos, en sus trabajos cada día más alejados de la vida moderna.
Si alguien aún cree en mi pertenencia a este mundo, que se olvide. Si por mí fuera, lo paraba y lo lanzaba a la papelera. La noticia de la muerte de los diez o doce inmigrantes me parece aterradora. Me parece suficiente para casi cualquier cosa. Vida insostenible, hambre, guerra, miedo, no poder atender a hijos ni mayores, los ahorros de una vida, una barquita ridícula frente al mar, un viaje oscuro, compañeros muertos, sed. Llegar a diez metros de la orilla, saltar y morir exhausto sin poder enlazar tres brazadas. Los dirigentes, mientras, almuerzan cochinillo y pavo debatiendo el problema de la inmigración, si una valla electrificada o con pinchos. Uno se desabrocha el cinturón, que ya aprieta al final de la reunión. Madre mía, morir a diez metros de la orilla, o salvarse con los compañeros muriendo a tu lado, con el agua a la cintura a cuatro pasos. Morir para ocupar un rinconcico en la página tres del periódico. Ese día la portada la ocupaba, otra vez, la familia real que acudía con la nieta a la guardería. Cómo se porta la niña, cómo estudia y ayuda ya a los compañeros. Los negricos en la página tres. Qué precio tan diferente según el muerto. Ese día no escuché apenas reacciones sociales. ¿Cómo vivimos tan bien en un lugar tan insensible, tan contento con sus comodidades y ajeno a las desgracias de otras personas?. Manifestaciones, exigencia de humanidad, manifiestos de derechos humanos, …¿estoy loco?.
Pronto empezaré con mis clases. Cinco días para pensar un curso (Lamima, ésto es lo que hay) Hoy y mañana son fiestas patronales, y el miércoles y jueves las familias han decidido, igual que el año pasado, no llevar a los niños a clase para que se recuperen de las fiestas. Yo, igual que el año pasado, me quedo perplejo por esta decisión y por formar parte de la escuela que lo asume como normal o aceptable. ¿De qué se han de recuperar los niños de seis, siete, ocho, nueve, diez, once años?, ¿qué comportamiento se les está inculcando de este modo?.
Cuando escribo así recuerdo cada momento mi promesa de mirar de otra manera, con un color más amable. Pero, ¿de verdad crees que es posible?.