Sin embargo, esta vez no habrá foto.
Ya es de noche y estoy en un pequeño rincón oscuro del recreo de un colegio en un extremo de la ciudad. Frente a mí se muestra un gigante urbano de luz y ruido, arriba aparece una magnífica luna creciente inmersa en sus ocupaciones cósmicas. Desde mi cobijo puedo contemplar a un grupo de diez músicos que ensayan con instrumentos de percusión; su sonido es contundente y agradable. En una de las pausas les dedico unos aplausos y saludo a uno de ellos. Es un alumno de la escuela que tenía ilusión por que fuera a verle. De lunes a viernes vive en la residencia del centro, está apuntado a esa actividad fuera del colegio y cada miércoles acude a ensayar con sus compañeros. Mientras le observaba y la Luna nos miraba de reojo, ha surgido una sonrisa impropia de este lugar. Ha sido una sonrisa rural, así que he marchado contento a casa.
La otra se refiere a un momento vivido unas horas antes. Al acabar la clase de la tarde, el alumno Potter, Harry de nombre, ha entrado a su clase para recoger los bártulos y ha exclamado con su acento maño: “¡madre, qué bien me lo he pasao hoy!. He considerado que ya tenía Otra Razón Para Ser Maestro, me he quedado pensativo y ya en casa he recordado otro asunto relacionado. Estos días estoy teniendo reuniones con cada una de las tutoras de cada clase para exponerles los objetivos individuales planteados con cada alumno este curso. Para una de las clases estimé la opción de plantear con algunos niños un objetivo tan sorprendente como “conseguir que alcancen la mayor felicidad posible durante las sesiones”. Lo consulté con la tutora y le pareció totalmente oportuno. Algunas discapacidades motoras o cognitivas implican consecuencias muy negativas en la vida de los niños (dolores, deformaciones, visitas frecuentes a médicos y hospitales, escasez de juegos y experiencias agradables “típicas de niños”, etc.), por lo que teniendo en mi mano la opción, pensé que una hora de sonrisas y alegrías semanales tenía sentido incluso planteado y programado formalmente. A menudo se considera la educación física una asignatura sin valor, vacía, débil. Yo os lo muestro al revés: ¿no os parece una herramienta formidable aquella que permite ofrecer, además de otros elementos pedagógicos, ese tiempo de felicidad?, ¿no es acaso lo más importante de lo que puedo plantear en mis objetivos anuales?. ¿Por qué esto no es transferible a la escuela ordinaria, donde mis compañeros probablemente se reirían si les mostrará un objetivo de tal naturaleza?. La educación física incide sobre una parcela personal hoy en día descuidada y maltratada, pero que sigue provocando alegría, motivación, y satisfacción en los niños, y ese es quizá uno de sus valores principales. Por eso siento gran satisfacción de poder utilizar en educación especial esta cualidad magnífica que cobra pleno sentido cuando la mayor parte de los niños esperan que llegue el momento en el que nos encontraremos en la sala … y comenzaremos a sonreír.
Creo haber aprendido que en educación especial suele prestarse atención a lo esencial.
Seguimos.
Ya es de noche y estoy en un pequeño rincón oscuro del recreo de un colegio en un extremo de la ciudad. Frente a mí se muestra un gigante urbano de luz y ruido, arriba aparece una magnífica luna creciente inmersa en sus ocupaciones cósmicas. Desde mi cobijo puedo contemplar a un grupo de diez músicos que ensayan con instrumentos de percusión; su sonido es contundente y agradable. En una de las pausas les dedico unos aplausos y saludo a uno de ellos. Es un alumno de la escuela que tenía ilusión por que fuera a verle. De lunes a viernes vive en la residencia del centro, está apuntado a esa actividad fuera del colegio y cada miércoles acude a ensayar con sus compañeros. Mientras le observaba y la Luna nos miraba de reojo, ha surgido una sonrisa impropia de este lugar. Ha sido una sonrisa rural, así que he marchado contento a casa.
La otra se refiere a un momento vivido unas horas antes. Al acabar la clase de la tarde, el alumno Potter, Harry de nombre, ha entrado a su clase para recoger los bártulos y ha exclamado con su acento maño: “¡madre, qué bien me lo he pasao hoy!. He considerado que ya tenía Otra Razón Para Ser Maestro, me he quedado pensativo y ya en casa he recordado otro asunto relacionado. Estos días estoy teniendo reuniones con cada una de las tutoras de cada clase para exponerles los objetivos individuales planteados con cada alumno este curso. Para una de las clases estimé la opción de plantear con algunos niños un objetivo tan sorprendente como “conseguir que alcancen la mayor felicidad posible durante las sesiones”. Lo consulté con la tutora y le pareció totalmente oportuno. Algunas discapacidades motoras o cognitivas implican consecuencias muy negativas en la vida de los niños (dolores, deformaciones, visitas frecuentes a médicos y hospitales, escasez de juegos y experiencias agradables “típicas de niños”, etc.), por lo que teniendo en mi mano la opción, pensé que una hora de sonrisas y alegrías semanales tenía sentido incluso planteado y programado formalmente. A menudo se considera la educación física una asignatura sin valor, vacía, débil. Yo os lo muestro al revés: ¿no os parece una herramienta formidable aquella que permite ofrecer, además de otros elementos pedagógicos, ese tiempo de felicidad?, ¿no es acaso lo más importante de lo que puedo plantear en mis objetivos anuales?. ¿Por qué esto no es transferible a la escuela ordinaria, donde mis compañeros probablemente se reirían si les mostrará un objetivo de tal naturaleza?. La educación física incide sobre una parcela personal hoy en día descuidada y maltratada, pero que sigue provocando alegría, motivación, y satisfacción en los niños, y ese es quizá uno de sus valores principales. Por eso siento gran satisfacción de poder utilizar en educación especial esta cualidad magnífica que cobra pleno sentido cuando la mayor parte de los niños esperan que llegue el momento en el que nos encontraremos en la sala … y comenzaremos a sonreír.
Creo haber aprendido que en educación especial suele prestarse atención a lo esencial.
Seguimos.