lunes, 11 de octubre de 2010

OTOÑO, MELANCOLÍA DORADA DE ENCUENTROS Y DESPEDIDAS.


Hace varios días que llueve. Fina y persistente lluvia que poco a poco va cambiando los colores de la vida hasta llevarlos a la desnudez otoñal. Vivir en la escala rural, la de las cosas pequeñas y naturales, significa sentir muy cerca numerosas sensaciones que los años pasados la inmensidad urbana me había hecho casi olvidar. Desde casa y desde la escuela veo cada noche a Júpiter y varios de sus satélites, escucho el canto de los abundantes cárabos, observo cada día el irremediable caer de las hojas y el cambio incesante en el colorido del paisaje. También el atronador avance del agua del Veral, o el frío en aumento conforme la luz va dejando sitio a la oscuridad cada día un poco antes. No sé muy bien qué mecanismos rigen estas sensaciones, pero siento extraordinaria armonía al vivirlas. Dentro de poco quizá me encomiende a los dioses clásicos, los de las hazañas más prodigiosas, para poder compartir esto de lo que les hablo.


Estas semanas utilizo una buena parte de las tardes para hablar con las familias de los niños de mi clase. Allí intento mostrarles los aspectos fundamentales de lo que será el curso, de lo que considero importante, de los contenidos en los que podemos estar coordinados para obtener mayores beneficios. Estos encuentros no me resultan especialmente agradables, pues me resulta muy difícil manejar la disparidad de ideologías, criterios, circunstancias personales, que cada familia presenta. Cada reunión me genera cierto desasosiego y en muchos casos creo que no son especialmente fructíferas. En la hoja que he preparado para estas reuniones comienzo enumerando los que nombro como contenidos fundamentales del curso: comunicación, autonomía, curiosidad e interés hacia el conocimiento, convivencia. Los dos primeros me quedaron grabados en las reuniones iniciales del Piaget, donde las palabras siempre se dirigían a lo esencial, y los dos siguientes tienen total relación con el modo en que entiendo la escuela y la vida.


Hace unos días una niña me preguntaba indirectamente por el tipo de maestro que era hace cinco años en esta misma escuela, cuando fui por primera vez maestro, y me obligaba a pensar en el maestro que soy ahora, en por qué soy así ahora, en qué seré dentro de otros cinco años.


Siempre enredado con preguntas de respuestas inciertas.

Sigue lloviendo, siguen cayendo las hojas doradas.