jueves, 13 de septiembre de 2012

MAESTRO EN LA CADENA DE MONTAJE.


Con seguridad, es un maestro de pueblo

Ya han pasado tres días de clase con los niños. Es una fortuna recuperar un tiempo ocupado en su mayoría en hacer clases y estar con los alumnos en detrimento de las reuniones de coordinación y otras zarandajas burocráticas.

He conocido en estos tres días más niños que durante los anteriores siete años en los que he trabajado como maestro. Esto supone, por ejemplo, que probablemente no aprenderé sus nombres hasta dentro de unas largas semanas. Hace un rato he pensado en la evaluación del primer trimestre. Me pregunto qué podré decir de cada niño con un conocimiento tan exiguo de cada uno de ellos. Inevitablemente, el comienzo en un nuevo lugar lleva a establecer comparaciones con el pasado. Así, pienso en el conocimiento profundo que tenía de los niños siendo tutor. Más aún, pienso en que desconocía mucha información sobre ellos incluso pasando tantas horas con ellos. En dos o tres semanas de tutoría compartíamos las mismas horas que este año compartiré con cada grupo en tres meses o cuatro meses. Apenas nos conoceremos.

La rutina del día a día está llena de momentos de impersonalidad. Entre los veinticinco niños de cada aula se esconden alumnos con los que apenas intercambiaré unas palabras de forma directa y personal. Cada jornada trabajo con cinco grupos. Hoy ha sido el primer día en que he dado clase con normalidad y al finalizar la jornada he sentido la impresión de ser un profesor de una cadena de montaje, un profesor industrial. En otros cursos he sido un maestro rural, un maestro novato, un maestro emprendedor, u otras variedades del oficio. Ahora maestro industrial de cadena de montaje. Muchos inspectores y sus secuaces estarían orgullosos. Recojo al grupo, doy la clase intentando aprovechar al límite el escaso tiempo, devuelvo al grupo y vuelta a empezar. Sin tiempo para la relación más cercana y personal que encontraba en el pueblo. Intento acostumbrarme también a las inevitables pérdidas de tiempo que impone el tamaño: decenas de filas, prioridad de unos grupos sobre otros para subir o bajar, tiempos de espera hasta que llega el turno, largos desplazamientos hasta la zona de educación física, largos desplazamientos del material. Un porcentaje notable de las clases se diluye en este tipo de asuntos, lo que constituye un tiempo importantísimo al cabo de los meses.

Intento aprender a cumplir con obligaciones absurdas, hacerlas en el menor tiempo posible y poder volver pronto al lugar donde creo se encuentra la vida real, o una buena aproximación a la misma: en las clases con los niños. Supongo que no es bueno pensar varias veces al día que nuestro oficio es, en muchas ocasiones, una auténtica broma.

Así concluye este pequeño relato descriptivo del inicio de curso de un maestro grisáceo.

martes, 4 de septiembre de 2012

MAESTRO DE PUEBLO ENCUENTRA CIUDAD.

Comenzando por séptima u octava vez. En unos pocos minutos de curso he confirmado un hecho que apenas requería confirmación: soy maestro rural. Desconozco qué haría la administración, esa a la que le ha dado por objetivizar la vida (equiparable a acciones como perseguir la sombra de uno mismo), si descubriera mi naturaleza pueblerina desempeñando el trabajo en un ambiente urbano.

Tan enloquecidamente amante de lo sencillo, quedo perplejo al conocer los tremendos protocolos propios de un centro mastodóntico. Existen trámites laboriosos para asuntos como entregar los niños a las familias al acabar la jornada, para hacer las filas, para salir al recreo o para solicitar una grapadora. Tengo muy recientes imágenes de Ansó donde actuábamos de forma simple y espontánea, donde la vida no se basaba en protocolos de actuación. Una tarde con buen tiempo y cielo esplendoroso en la que dábamos la clase en el campo, o un niño que me llamaba a casa para pedirme que le abriera la escuela para recoger algún material olvidado.

Comenzar en un nuevo centro permite la posibilidad de no caer en algunos errores cometidos en el pasado. Una de las principales enseñanzas que debo recoger de los años precedentes consiste en no luchar en asuntos improductivos e intentar cambiar aspectos que no dependen de mí. Es un aspecto en el que actúo tremendamente mal y que suele concederme la fama de revolucionario y chiflado. Espero que estar en una escuela tan grande me sirva para aprender a pasar totalmente desapercibido y centrarme en lo único importante: las clases con los niños.

Contemplo pasillos inabarcables, multitud de aulas, ventanas que muestran únicamente carreteras y edificios, decenas de personas que aún no conozco y que van de un sitio para otro cargadas de papeles e intenciones. El siguiente aprendizaje consiste en sentirse afortunado y aprovechar lo que la vida depara en cada momento (o conseguir cuatrocientos veintemil euros, aunque es más sencillo lo primero).