viernes, 16 de noviembre de 2012

AMENAZAS, CASTIGOS, CÓMO CONSEGUIR LA SALVACIÓN DEL ALMA EN LA ESCUELA.


Un niño en clase, un instante de nuestras vidas.

Del modo en que intento desarrollar las sesiones de Educación Física, son frecuentes las pausas para la reflexión colectiva que nos conducen hacia las nuevas situaciones de trabajo y hacia los aprendizajes de cada contenido. En algunos casos, apuntamos brevemente en el cuaderno algunas de estas reflexiones o algunas reglas de acción para aplicar en las situaciones prácticas posteriores. En concreto, hoy había pedido a un grupo que analizara unas marcas obtenidas en unas carreras. Debían encontrar, en la medida de nuestras posibilidades, algo parecido a la mediana y la moda de cada serie de tiempos. Sobre esos datos construiríamos una parte importante de las sesiones siguientes. Planteé a los alumnos la necesidad de hacerlo en casa en unos minutos para no restar aún más tiempo al exiguo margen de acción que suponen dos o tres horas de clase a la semana.

Hoy, al consultar al grupo sobre la tarea cuando iniciábamos la clase, ha resultado que apenas seis o siete alumnos habían cumplido con el trabajo. Teniendo el tiempo tan limitado, estoy intentando priorizar el tiempo de trabajo específico de la asignatura, y no embarcarme en tratar asuntos variados que surgen en la sesión y que difícilmente puedo abordar adecuadamente desde mi humildísima asignatura. De todos modos, he creído necesario tratar el problema y hemos hablado un buen rato. Algunos indicaban falta de tiempo por exámenes, por extraescolares, por obligaciones varias, otros simplemente no se habían acordado. Por mi parte les he indicado, entre otras cosas, que yo estoy allí para ayudarles, que si les propongo un trabajo en casa es para avanzar más rápido y que una vez acordado dicho trabajo, yo confío en ellos. Parece ser que este argumento suena muy romántico para muchos. ¿Dónde se aprende a mirar la vida? ¿Cómo surgen miradas tan distintas?

Al acabar las clases he acudido a hablar un momento con el tutor del grupo sobre lo sucedido. Mientras he sido tutor los años pasados, siempre he sentido a mi grupo como una gran responsabilidad en lo concerniente a cualquier cosa que les ocurriera; recibir información de cualquier otro compañero era útil, necesario y muy de agradecer. En este caso el tutor no me ha prestado demasiada atención. Pero lo importante ha sido el consejo posterior de “castigarles y amenazarles, pues es lo único que entienden”.

Imagino que he llegado de lugares ideales donde trabajaba en escuelas fabricadas con algodón de azúcar y los niños levitaban con una gran sonrisa cuando un maestro les pedía trabajo y esfuerzo. Vuelvo a mis asuntos recurrentes: todo es filosofía. ¿Qué tipo de niños queremos?, ¿responsables, racionales, honrados, críticos?, ¿podemos favorecer este tipo de niños desde la consideración de la amenaza y el castigo como un buen sistema de motivación para la acción y el trabajo?, ¿es estúpido intentar favorecer una relación de confianza con un grupo numeroso?, ¿es mejor obtener resultados de un grupo coaccionado por el castigo o, al contrario, son preferibles resultados menores conseguidos desde la creencia del alumno en su propio trabajo y desde la confianza del maestro en sus alumnos?, ¿qué poso dejará cada una de estas opciones en la vida de los niños?

Me quedo con mi postura, apenas tengo dudas. No las hay desde el respeto absoluto a los niños y desde la motivación de intentar ayudarles a convertirse en la mejor versión posible de sí mismos. Es complicado convivir a diario con otras posturas tan diferentes. En cualquier caso, ya hay acumulados dos meses de trabajo tras los que me siento afortunado de estar cinco horas diarias con los alumnos, lo cual es raramente alcanzable con castigos y amenazas.