La noche del jueves, en el instante previo a introducirme en el mundo de los sueños, justo en los últimos segundos de consciencia, apareció en la cabeza un tema magnífico sobre el que escribir, un tema importante e interesante del que quedaría un escrito que me dejaría muy satisfecho en mis humildes pretensiones escritoras. Hice un esfuerzo por fijar los límites difusos de la idea, pero no tuve fuerza para coger de la mesilla la Libreta de Apuntar la Vida. Y ahí el gran error, puesto que ya van tres días en los que intento recordarla: esa idea ya escapó y se quedó atrapada para siempre en los sueños y las fantasías de esa noche. Quién sabe qué idea no escrita sería, qué otras ideas habrán no nacido de ella, y qué magníficos libros no escritos se completaron en esa noche de olvidos y de ausencias.
Al dedicarme a la educación, he atravesado varias etapas sobre la consideración de mi profesión que creo pueden generalizarse. A grandes rasgos, puedo decir que la consideración de los estudios de magisterio cuando uno está en la universidad es lamentable, paupérrima. La concepción de los estudiantes de otras carreras e incluso de muchos de la propia se refiere a unos estudios menores, muy asequibles, para personas con no demasiadas expectativas de éxito en la vida. Algo de andar por casa, para esforzarse lo justico, en definitiva.
Poco a poco, uno va estudiando, progresando, formándose, conociendo, leyendo; llega un día en que entra en una escuela, comparte la vida con los niños, con las familias, …, y comienza a pensar que no, que quizá ésto sea más importante de lo que parecía en principio. Luego conoce a algunas personas que dedican SU VIDA a la escuela, a la educación, a los niños, lee a grandes sabios que confían sus esperanzas de un mundo mejor a los maestros y a la escuela, y finalmente se convence de que, como he dicho otras veces, está dedicado a uno de los dos oficios más bellos e importantes que existen.
Hecho este preámbulo, únicamente quiero expresar una petición, y es la de exigir, en la pequeña escala de este blog, respeto máximo y escrupuloso por parte de esas otras profesiones que se creen con el derecho de menospreciarme, juzgarme, y exigirme las responsabilidades que les parecen oportunas. Esta mañana escuchaba “No es un día cualquiera”, en Radio Nacional, cuando han entrevistado al pediatra Ignacio de Arana (
aquí, en torno a la sexta raya de la primera hora). Hablaban sobre obesidad infantil, hábitos saludables, etc. Cuando la periodista le ha indicado si no es suficiente con el ejercicio que hacen en gimnasia en la escuela, el entrevistado ha contestado que “muchas veces en gimnasia se limitan a cubrir el expediente para que los padres queden tranquilos”, entre otras palabras.
Quizá debieran aprender en primer lugar, tanto una como otro, que gimnasia no existe, que supone un desprecio por las connotaciones que arrastra del pasado (ya saben, lo militares, brazos en cruz y esas cosas), y que la denominación desde hace más de quince años es educación física. Además, el segundo podría tener la humildad de no juzgar con semejante desprecio a todo un colectivo en el que hay muchas personas que, como acabo de escribir, dedican SU VIDA a educar niños, a hacerlos mejores, a ayudarles en su descubrimiento del mundo, a acompañarles con dedicación en un tramo fundamental de sus vidas. Y ya en materia, quizá pudiera interesarse por las funciones de la asignatura a la que se refiere con tal ligereza, que poco tiene que ver con ese hacer niños flacos; al contrario, y más que nunca, nuestra preciosa asignatura no tiene otro objeto que el de contribuir a la educación de los niños. Y al que le suene raro, pues que lea o que pregunte y, además, yo le presentaré el ejemplo de unos cuantos maestros (que, en primer lugar, son tremendamente cautos y respetuosos). Quizá sea la obesidad más bien un problema suyo, de la todopoderosa y omnipotente profesión médica que todo lo puede, puesto que entre sus funciones de pediatra entra, creo, la prevención. Y si el problema se le apodera, quizá sea por su complejidad, no por la supuesta irresponsabilidad de otros que poco tienen que ver y menos que hacer.
Es obvio que escribo hastiado y harto del desprecio que frecuentemente manifiestan hacia la educación otros profesionales que se consideran en la cima absoluta del éxito social y personal. Tampoco les culparé en exceso. Seguramente la escuela, la versión a la que yo me refiero (no la del currículum actual inspirado en las leyes europeas que pretenden fabricar trabajadores eficientes y rentables, simples engranajes para que gire y se sostenga el entramado económico; lo dice la propia ley, no yo), simboliza unos valores absolutamente desprestigiados en la sociedad, donde lo que no se puede traducir al lenguaje del euro, simplemente no vale nada.
Para acabar,
Lamima también busca dignidad y respeto.