miércoles, 22 de noviembre de 2006

PANES, CASTIGOS, LIBROS.

El buitre ya está cocido y la cabra está ahora con la lejía. Los preparativos para la escuela van por buen camino.

Pregunto al panadero por semejante hermosura de calabazas y me responde que son para asar, mezclar con miel, y preparar las casquetas. Apesadumbrado, dice que es ilegal, que los de sanidad ya le prohibieron hacer pasteles y varios tipos de pastas, y que ahora le exigen cambiar el obrador, la luz, y hasta el pomo de la puerta. También dice que ya han venido varias veces a ofrecerle esas maquinitas que hacen esa especie de sucedáneo de pan, abominable y asqueroso. Por supuesto, les mandó a escaparrar. Para eso, prefiere dedicarse a otra cosa. Piensa en las trabas puestas a un oficio como el suyo (igual que al resto de artesanos y pequeños comercios), y no comprende bien la situación. Ahora se premia al centro gigantesco, a la máquina de las cien barras por minuto, a la distribuidora de tomates insípidos y de manzanas relucientes. Sin sabor, sí, pero brillantes, y con los conservantes, pesticidas y otras zarandangas apropiadas. Fabricados en obrador de oro por empleados con corbata.

Le he pedido 6 casquetas de las ilegales y he marchado a casa. Aseguro que lo único malo que tienen es que si comes doce de tirón te puede doler el estómago.

Hoy varios niños están castigados sin salir a jugar. A la una he ido al ayuntamiento y cuatro alumnos me han acompañado, sin escuchar demasiado lo de avisar a sus padres para que no se preocuparan. Los pobres zagales han llegado cuarenta y cinco minutos tarde a comer. Sus padres han juzgado que con seis años no se debe hacer semejante fechoría, por lo que el peso de la justicia ha caído con gran entusiasmo sobre sus pequeños cuerpos.

Cristian encontró hace poco un artículo muy bonito en una revista y dijo con gran convencimiento: “ves José Luis, lo que tú dices: que en los libros podemos encontrar muchos tesoros”. Matrícula de honor para Cristian.