“Es importante mantener la memoria para saber quienes somos”
Tuve un profesor de filosofía, el señor Azagra, que consiguió enseñarme caminos hacia dudas, cuestiones, preguntas, etc. que aún hoy me acompañan y me acompañarán siempre. Consiguió que esa reserva inagotable de preguntas sin respuesta que la filosofía implica esté frecuentemente rondando mi cabeza.
Cuestiones sobre la omnipresente muerte, sobre la felicidad, sobre la religión, sobre la propia vida, sobre su sentido, hacen que me considere una persona que continuamente está confuso, y que rara vez se ve capacitado para hablar con autoridad sobre algo.
Pero ocurre, a veces, que dentro de una cierta estabilidad de esa continua confusión (mi rutina) ocurre algo que aniquila cualquier certeza que tienes sobre el mundo que te rodea. Ocurre, miras al suelo, miras al cielo, intentas encajar piezas, pero éstas se van deshaciendo conforme las intentas colocar. Lo peor de todo es que he llegado tarde a la partida y ya estaba todo patas arriba. Sucesos tan improbables que ni los había podido considerar remotamente.
Hoy me da igual ser maestro en Ansó, en Fuenlabrada, o en Bogotá. Creo que incluso me da igual ser maestro. Una de las cosas que más quería y que deseaba que jamás cambiara se está rompiendo.
En Ansó los niños siguen siendo felices y el final de curso transcurre sin sobresaltos, rodeados de papeluchos y boletines que rellenar.
Perdimos un trozo de nuestras vidas.
Tuve un profesor de filosofía, el señor Azagra, que consiguió enseñarme caminos hacia dudas, cuestiones, preguntas, etc. que aún hoy me acompañan y me acompañarán siempre. Consiguió que esa reserva inagotable de preguntas sin respuesta que la filosofía implica esté frecuentemente rondando mi cabeza.
Cuestiones sobre la omnipresente muerte, sobre la felicidad, sobre la religión, sobre la propia vida, sobre su sentido, hacen que me considere una persona que continuamente está confuso, y que rara vez se ve capacitado para hablar con autoridad sobre algo.
Pero ocurre, a veces, que dentro de una cierta estabilidad de esa continua confusión (mi rutina) ocurre algo que aniquila cualquier certeza que tienes sobre el mundo que te rodea. Ocurre, miras al suelo, miras al cielo, intentas encajar piezas, pero éstas se van deshaciendo conforme las intentas colocar. Lo peor de todo es que he llegado tarde a la partida y ya estaba todo patas arriba. Sucesos tan improbables que ni los había podido considerar remotamente.
Hoy me da igual ser maestro en Ansó, en Fuenlabrada, o en Bogotá. Creo que incluso me da igual ser maestro. Una de las cosas que más quería y que deseaba que jamás cambiara se está rompiendo.
En Ansó los niños siguen siendo felices y el final de curso transcurre sin sobresaltos, rodeados de papeluchos y boletines que rellenar.
Perdimos un trozo de nuestras vidas.