He abierto la ventana del salón, y me he encontrado una carta. Ya ven que bestias somos aquí: las cartas se lanzan a las ventanas, nada de buzones de correo.
La envían tres zagales de mi clase. Además de la amable inscripción, en su interior incluyen sesenta céntimos de euro, a veinte por cabeza.
Este mes pasaré menos apreturas. Del corazón, claro.