Les contaré por qué dicen que este oficio es a veces muy complicado. Una de las razones que yo conozco, al menos:
Contexto: clase de educación física con uno de los grupos de la escuela de mayor nivel. Totalmente autónomos y con una dinámica de trabajo muy buena durante el curso. Son seis alumnos. Comenzamos un nuevo contenido porque el trabajado hasta la fecha no ha evolucionado como esperaba. También hoy está con nosotros una alumna en prácticas recién iniciadas.
Les recojo en clase, les pregunto por la semana y por su vida, acudimos a la sala donde recogemos el material y de allí a nuestro rincón de recreo. Nada más salir, sin haber dado aún diez pasos, un alumno se cae y yo salgo corriendo como un rayo. Es la primera crisis epiléptica que me toca gestionar. Las enfermeras estaban muy cerca, así que la actuación ha sido rápida y eficaz. El alumno se va dormido en camilla y el resto vuelven de donde les había mandado a dar un paseo durante el percance. Uno de ellos llega con un enfado importante por un asunto aparentemente nimio, por lo que su comportamiento durante el resto de clase será ya difícil de gobernar. Dos alumnos menos. Además, otro alumno se dejará llevar por el anterior, así que tampoco trabajará demasiado y su comportamiento será malo. Tres alumnos menos. Quedan tres alumnos para una actividad pensada para seis. Los tres que faltan son precisamente quienes debían marcar el ritmo de la actividad y arrastrar a los otros. Además, el ambiente está muy alterado por la combinación entre hormonas ya adolescentes y la joven alumna de prácticas, lo que añade mayor complejidad en el manejo de los comportamientos desajustados. Así, la actividad languidece, introduzco algunas modificaciones que no resuelven nada, y se da otro problema de índole personal que acaba colocando la guinda final al pastel (observo cada día magníficos ejemplos de gestión donde trabajan bien incluso los que no quieren, pero yo no sé conseguirlo). Intento apurar varias opciones pero la sesión acaba en caos ridículo sin sentido que me da vergüenza observar.
Acabamos en la sala, tumbados y esperando que pasen diez minutos horrorosos, con la sensación de haber realizado la peor clase de los cientos de ellas que ya habré dado, con vergüenza de que se asocie una palabra tan bonita como maestro a una sesión tenebrosa como esta.
Por cierto, permítanme decir que los toros no lo sé, pero los loros sí que sufren en las corridas de toros, sí que tienen sentimientos, sienten dolor a pesar de su indigna condición de animal no humano, y si se sienten un poco queridos… pues mejor. Como todos.