Ya estoy seguro que mi oficio es el segundo mejor y más bello del mundo.
El oleaje continuado que sufre un maestro es buena prueba para comprobar su tenacidad y resistencia. Mis resultados no son excesivamente positivos, siendo mecido con facilidad por los altibajos de la marea. Compañeros, niños, familias, …, van acercándose y alejándose, rozando, acariciando o desgastando, y soy especialmente vulnerable a las últimas. Me desconcierta cómo un mismo hecho puede ser, a la vez, soberbio y detestable según los ojos que lo observen, o cómo algunos esfuerzos entregadísimos pueden suscitar la más absoluta de las indiferencias. “Hay gente para todo”, o “cada uno ve y construye su propio mundo” son dos de las frases con que algunos amigos mejor me han ayudado a interpretar las relaciones humanas.
Después de cenar repaso el periódico. Busco noticias para los niños, atractivas y que les acerquen a nuevas situaciones, a nuevos pensamientos y reflexiones. Parece que me he equivocado de medio de información, una vez más: un novio que descuartiza a su novia y se la come en varios días, tras freírla; Paris Hilton que viaja a Ruanda para dejar “huella en el mundo”; una pareja en crisis que entabla sendas relaciones cibernéticas con la que acaba siendo su pareja en la vida real, tras lo cual se separan definitivamente (no me digan que no es genial, un argumento atribuible al planetizado J. J. Millás); guerras variadas por el planeta, con inocentes colaterales; los eeuu que lanzan un misil de 5 metros por error, cae en una granja y piden perdón; y bla bla bla.
Leo también que dos series de supermoda acapararon no sé qué noche once millones de espectadores. España narcotizada ahí, frente al cacharro. Ayer exponía a Jaime mi teoría sobre la televisión rota. Leí hace unas semanas una extraña teoría económica o social (no recuerdo), según la cual una ventana rota en un edificio de un barrio podía acabar conduciendo a ese barrio a la ruina. Mi teoría plantea qué ocurriría si todas las cajas parlantes del país se rompieran durante todo un año. Imaginen…: un año durante el cual las conversaciones sobre el tomate (¿aún funciona?), el triángulo de las bermudas, las uñas y caries de los futbolistas, etc., deberían sustituirse, sin remedio, por otras. ¿De qué hablaría la gente?. Dos hipótesis: o las personas se consumirían lentamente hasta desintegrarse, como un pez fuera del agua, o las personas comenzarían a hablar y darse cuenta de la sinrazón de los campos de golf, de la caradura de muchos gobernantes, de la falta de conciencia e implicación ante los problemas del mundo, de la necesidad de recursos para las escuelas, de la miseria en África, etc. Es en este caso cuando creo que habría una revolución y quizá la vida sería mejor.
Otro dato: si el mundo (léase África), mantuviese un ritmo de vida (léase consumo) similar al de eeuu, harían falta cuatro (4, four) planetas tierra enteros para abastecerlo. ¿Quién se ha de creer entonces los planes y programas de los países ricos para ayudar al tercer mundo?.
Aún se salvarán para la escuela las noticias sobre un nuevo esfuerzo, uno más, del colegio de educación especial Gloria Fuertes de Andorra, el champiñón gigante de doce kilos encontrado en Orihuela del Tremedal, la panorámica impresionante de la pared helada en la Patagonia (la tierra de nuestro amigo escolar Hugo), o la denuncia desesperada y desesperante de un pobre hombre ante la miseria humana, tras recoger, junto a otros miembros de la federación de pesca y del club de pescadores, más de 500 kilos de basura en las inmediaciones del pantano de Arguis.
El oleaje continuado que sufre un maestro es buena prueba para comprobar su tenacidad y resistencia. Mis resultados no son excesivamente positivos, siendo mecido con facilidad por los altibajos de la marea. Compañeros, niños, familias, …, van acercándose y alejándose, rozando, acariciando o desgastando, y soy especialmente vulnerable a las últimas. Me desconcierta cómo un mismo hecho puede ser, a la vez, soberbio y detestable según los ojos que lo observen, o cómo algunos esfuerzos entregadísimos pueden suscitar la más absoluta de las indiferencias. “Hay gente para todo”, o “cada uno ve y construye su propio mundo” son dos de las frases con que algunos amigos mejor me han ayudado a interpretar las relaciones humanas.
Después de cenar repaso el periódico. Busco noticias para los niños, atractivas y que les acerquen a nuevas situaciones, a nuevos pensamientos y reflexiones. Parece que me he equivocado de medio de información, una vez más: un novio que descuartiza a su novia y se la come en varios días, tras freírla; Paris Hilton que viaja a Ruanda para dejar “huella en el mundo”; una pareja en crisis que entabla sendas relaciones cibernéticas con la que acaba siendo su pareja en la vida real, tras lo cual se separan definitivamente (no me digan que no es genial, un argumento atribuible al planetizado J. J. Millás); guerras variadas por el planeta, con inocentes colaterales; los eeuu que lanzan un misil de 5 metros por error, cae en una granja y piden perdón; y bla bla bla.
Leo también que dos series de supermoda acapararon no sé qué noche once millones de espectadores. España narcotizada ahí, frente al cacharro. Ayer exponía a Jaime mi teoría sobre la televisión rota. Leí hace unas semanas una extraña teoría económica o social (no recuerdo), según la cual una ventana rota en un edificio de un barrio podía acabar conduciendo a ese barrio a la ruina. Mi teoría plantea qué ocurriría si todas las cajas parlantes del país se rompieran durante todo un año. Imaginen…: un año durante el cual las conversaciones sobre el tomate (¿aún funciona?), el triángulo de las bermudas, las uñas y caries de los futbolistas, etc., deberían sustituirse, sin remedio, por otras. ¿De qué hablaría la gente?. Dos hipótesis: o las personas se consumirían lentamente hasta desintegrarse, como un pez fuera del agua, o las personas comenzarían a hablar y darse cuenta de la sinrazón de los campos de golf, de la caradura de muchos gobernantes, de la falta de conciencia e implicación ante los problemas del mundo, de la necesidad de recursos para las escuelas, de la miseria en África, etc. Es en este caso cuando creo que habría una revolución y quizá la vida sería mejor.
Otro dato: si el mundo (léase África), mantuviese un ritmo de vida (léase consumo) similar al de eeuu, harían falta cuatro (4, four) planetas tierra enteros para abastecerlo. ¿Quién se ha de creer entonces los planes y programas de los países ricos para ayudar al tercer mundo?.
Aún se salvarán para la escuela las noticias sobre un nuevo esfuerzo, uno más, del colegio de educación especial Gloria Fuertes de Andorra, el champiñón gigante de doce kilos encontrado en Orihuela del Tremedal, la panorámica impresionante de la pared helada en la Patagonia (la tierra de nuestro amigo escolar Hugo), o la denuncia desesperada y desesperante de un pobre hombre ante la miseria humana, tras recoger, junto a otros miembros de la federación de pesca y del club de pescadores, más de 500 kilos de basura en las inmediaciones del pantano de Arguis.