Autorretrato
De igual modo que en anteriores ocasiones, un periodo de enfermedad se ha convertido en un periodo
cultural excelente. Semana cultural de la
gripe y el catarro, podría decirse. El no poder hacer apenas nada que
implique cierto esfuerzo físico me abre de par en par las puertas de libros y
películas que llevan esperando su momento largo tiempo.
Los libros no me han
provocado la conmoción que esperaba. Quizá me faltaba poner de mi parte un poco
de fiebre para alimentar las calderas de la ensoñación. En cualquier caso, sí
he quedado profundamente afectado por el documental Human planet. Supe de él hace bastantes meses gracias a un blog
amigo; la mera visión del trailer y la firma de la BBC eran buenas garantías. El
trabajo, de unos tres años de duración, realiza un recorrido a través del
planeta buscando los exponentes más espectaculares de la compleja y rica relación
del hombre con el ecosistema en el que vive, dando lugar a ocho capítulos que consideran
distintos entornos: mar, praderas, montañas, desiertos, etc. Hace mucho que no hago
ninguna recomendación en el blog, por lo que está obra representa una
inmejorable razón para romper la costumbre.
Como en los libros, es usual
que veamos aquello que estamos preparados para ver, o más aún: aquello que
deseamos ver. Por ello el dicho de que la obra, el libro o lo que sea, la
concluye el consumidor final. En cualquier caso, el documental muestra una
riqueza desbordante de vida y diversidad que se contraponen en el último capítulo
a la vida urbana y homogeneizadora de la cultura globalizada occidental. Quizá
muchos espectadores hayan tenido el pensamiento mientras lo veían de algo
similar a “¿qué estoy haciendo con mi horario de oficina diario y mis compras
semanales en el centro comercial?”. Recuerdo ahora tres momentos: el primero en
el que unos niños de siete u ocho años salen de la escuela y acuden con
absoluta normalidad a buscar enormes arañas para la merienda de ese día,
finalizando entre risas mientras tuestan sus capturas en una hoguera; el segundo
es el de dos niños nepalís que se enfrentan junto su padre a un viaje de
ochenta kilómetros siguiendo un enorme cauce en pleno deshielo para comenzar el
trimestre escolar. Y el tercero es el de uno de los cámaras que, tras concluir el
trabajo de campo en una de las localizaciones y después de haber convivido con
unas personas alucinantes, se plantea el sentido de su vida y medita sobre el
hecho de vivir veinte o treinta años menos si tu vida es plena en cada uno de
los instantes que la componen.
Ya puestos a recomendar, en
tres o cuatro meses estará a la venta el libro de Jean Béliveau, el canadiense
que respondió a la pregunta de hace doce líneas con un viaje de once años andando
alrededor del mundo. Andar y andar siempre es un buen remedio.