sábado, 13 de octubre de 2012

VIAJES INTERIORES.


Autorretrato

De igual modo que en anteriores ocasiones, un periodo de enfermedad se ha convertido en un periodo cultural excelente. Semana cultural de la gripe y el catarro, podría decirse. El no poder hacer apenas nada que implique cierto esfuerzo físico me abre de par en par las puertas de libros y películas que llevan esperando su momento largo tiempo.

Los libros no me han provocado la conmoción que esperaba. Quizá me faltaba poner de mi parte un poco de fiebre para alimentar las calderas de la ensoñación. En cualquier caso, sí he quedado profundamente afectado por el documental Human planet. Supe de él hace bastantes meses gracias a un blog amigo; la mera visión del trailer y la firma de la BBC eran buenas garantías. El trabajo, de unos tres años de duración, realiza un recorrido a través del planeta buscando los exponentes más espectaculares de la compleja y rica relación del hombre con el ecosistema en el que vive, dando lugar a ocho capítulos que consideran distintos entornos: mar, praderas, montañas, desiertos, etc. Hace mucho que no hago ninguna recomendación en el blog, por lo que está obra representa una inmejorable razón para romper la costumbre.

Como en los libros, es usual que veamos aquello que estamos preparados para ver, o más aún: aquello que deseamos ver. Por ello el dicho de que la obra, el libro o lo que sea, la concluye el consumidor final. En cualquier caso, el documental muestra una riqueza desbordante de vida y diversidad que se contraponen en el último capítulo a la vida urbana y homogeneizadora de la cultura globalizada occidental. Quizá muchos espectadores hayan tenido el pensamiento mientras lo veían de algo similar a “¿qué estoy haciendo con mi horario de oficina diario y mis compras semanales en el centro comercial?”. Recuerdo ahora tres momentos: el primero en el que unos niños de siete u ocho años salen de la escuela y acuden con absoluta normalidad a buscar enormes arañas para la merienda de ese día, finalizando entre risas mientras tuestan sus capturas en una hoguera; el segundo es el de dos niños nepalís que se enfrentan junto su padre a un viaje de ochenta kilómetros siguiendo un enorme cauce en pleno deshielo para comenzar el trimestre escolar. Y el tercero es el de uno de los cámaras que, tras concluir el trabajo de campo en una de las localizaciones y después de haber convivido con unas personas alucinantes, se plantea el sentido de su vida y medita sobre el hecho de vivir veinte o treinta años menos si tu vida es plena en cada uno de los instantes que la componen.

Ya puestos a recomendar, en tres o cuatro meses estará a la venta el libro de Jean Béliveau, el canadiense que respondió a la pregunta de hace doce líneas con un viaje de once años andando alrededor del mundo. Andar y andar siempre es un buen remedio.