martes, 29 de septiembre de 2009

LO QUE UN LUNES A ÚLTIMA HORA UN ESPÍRITU CONFUSO ACIERTA A DECIR MIENTRAS EL PERRO TASTAVÍN DUERME A SUS PIES.

Todo el verano buscándola y fue ella la que me encontró en medio de la noche


Le acabo de contar a mi nuevo hermano madrileño (mira que hay lugares para pasar la vida…) que estos días se ha hecho público el fruto de varios años de investigación en los que científicos australianos han descubierto casi mil nuevas formas de vida. A mí me parece tan maravilloso como sorprendente, y no puedo comprender que esta noticia pase desapercibida en la esquina de un diario, bajo los grandes titulares y fotos de las tramas políticas o los futbolistas de moda.

La semana pasada tuve la fortuna de asistir a las jornadas de formación sobre educación física y discapacidad celebradas en Sabiñanigo. Al margen de las ideas recogidas, especialmente en torno a la integración (ahora, inclusión) de niños discapacitados en escuelas ordinarias, dos aspectos captaron mi atención intensamente. El primero se refiere a Isín, un pequeño pueblo pirenaico que, como tantos, quedó abandonado hace medio siglo. Hace unos años, unas pocas personas presentaron un proyecto a la fundación Benito Ardid que, tras aprobarse, permitió recuperar las ruinas del lugar y convertirlas en un “pueblo” dedicado a la atención y el tiempo libre de personas con discapacidad. Además, la guinda del pastel, existió la sensibilidad de intentar respetar la arquitectura y costumbres del lugar en la mayor medida, e incluso se cuenta con los antiguos habitantes para algunos actos y celebraciones. En segundo lugar, una idea para la reflexión: una ponente de la Universidad de Barcelona defendió que la verdadera inclusión se alcanzaría cuando no existieran escuelas específicas de educación especial y todos los niños con discapacidad estuvieran integrados en la escuela ordinaria junto con el resto de alumnos. Indicó que, por supuesto, con los recursos materiales y humanos necesarios. Pensé en intervenir, pero tuve un poco de vergüenza y me guardé mis dudas. Realmente no sé si estoy de acuerdo. Nunca había pensado en esa idea, pero probablemente estoy más en contra que a favor. Pienso en algunos niños con discapacidades severas, en la atención excelente que reciben en un centro de educación especial, en el ambiente general de alegría con que viven los alumnos en mi centro de educación especial, …, y no tengo claro si estarían mejor integrados en un centro ordinario. En todo caso, contemplo esa situación inviable a medio plazo por la cantidad de recursos que exigiría y, especialmente, por la revolución organizativa de los centros que implicaría. Más aún, por el cambio de mentalidad social necesario. De todos modos, los grandes cambios suelen resultar imprevisibles para los poco visionarios. Aún así, ¿cómo sería la organización de la clase bajo esta percepción?, ¿pasaría el alumno cada curso junto a sus compañeros o repetiría indefinidamente?, ¿compartiría intereses, vida, con sus compañeros?, ¿qué ocurriría cuando llegara el momento de pasar a secundaria?, ¿permanecerían indefinidamente en primaria (donde casi nada es aún importante ni tiene el toque solemne de la secundaria)? Y tantas otras interrogantes.

Las jornadas acabaron con un buen paseo por el paraíso, con la luz hechizante del atardecer, el canto hipnótico del cárabo, la carrera majestuosa y altiva de un enorme ciervo, y la tan buscada víbora que, por fin, se escurrió entre mis manos y me mostró su veneno.

Por cierto, en Ansó quedará una plaza libre. Si alguien se anima, que avise.

lunes, 21 de septiembre de 2009

INOCENTES ATAJOS DEL LENGUAJE Y OTRAS ZARANDAJAS.

Cada uno encuentra la belleza donde puede. ¿Hay algo más bonito que este lagarto?

Hoy trataba un asunto con dos compañeros de trabajo cuando he indicado varias veces seguidas que la realidad de nuestro centro era la de aulas con muchas "sillas". Esta última palabra se utiliza frecuentemente para designar a los niños que van en silla de ruedas. En un momento dado, un compañero me ha interrumpido y me ha indicado que no había muchas "sillas", sino que había muchos "niños con silla". Llevo un rato pensando si lo que estaba empleando era un simple atajo del lenguaje, o si realmente era una muestra de falta de respeto (sin intención, claro) camuflada bajo inocente apariencia de abreviatura hacia el discapacitado que va encima. Sobran ejemplos en los que el lenguaje representa los pasos que aún quedan por dar hacia el respeto y la consideración de estas personas. En todo caso, para evitar la interpretación, intentaré referirme a los niños y no al objeto a partir de este instante.

A partir del jueves se celebran en Sabiñanigo las vigésimo segundas jornadas provinciales de educación física. Este año tratan, curiosamente, sobre discapacidad. Al desarrollarse en una provincia diferente a la de mi centro de trabajo, el departamento no ha permitido mi asistencia. Ni siquiera ha considerado el paupérrimo respaldo curricular y teórico con que cuenta el maestro de EF en educación especial. Ni siquiera ha considerado que soy sentimentalmente oscense. La administración se rige por las normas, y las normas no tienen corazón. Ni sentido común, en algunos casos.

La niña de la alegría es una niña a la que encantaban los acertijos y demás asuntos del ingenio. Hoy me envía una carta en la que me propone una especie de jeroglífico con mensaje cifrado incluido y un enigmático "sé que ahora estás leyendo la carta". Supongo que veo una parte de mí reflejada en los trazos de su bolígrafo, en trayectos de su pensamiento. Me veo frente a ellos hablando de acertijos y ovejas que iban hacia Villavieja, de retratos con personajes insólitos, de osos blancos que no eran necesariamente blancos. Emociones atropelladas.

Por circunstancias varias, esta semana representaré de nuevo el papel de tutor. Aún no sé bien qué haré en nueve horas, pero sé que acabaré la mañana con una sonrisa.

lunes, 14 de septiembre de 2009

MÚSICAS Y TELÉFONOS.


Mientras caminaba en busca de la consulta en la que iban a reorganizar algunos de mis dientes destartalados en acto de servicio, una alegre melodía comenzó a sonar. En unos instantes, un señor me dio un papel donde ponía unas cosas muy interesantes sobre la sed y los modos de mitigarla, con especial mención a su versión espiritual, y, al doblar la esquina, sobre un escenario aparecieron los productores de la melodía, que brincaban sobre una gran pancarta que decía “Zaragoza, Jesucristo te ama”. Me alegré por Zaragoza, siempre está bien que te quieran, e imaginé que a cosas de estas se refiere la gente cuando me dice que en la GranCiudadDesarrollada uno tiene todo lo que necesita. También, a cuarenta kilómetros de la GranCiudadDesarrollada, cuando uno llega de un pequeño pueblo oscuro y silencioso, ya puede sentir su inabarcable mancha luminosa y su crepitar metálico. Fabricar lo que uno necesita hace demasiado ruido.



Quizá debiera contar el privilegio de tres semanas sin dar mi asignatura, pasando por cada clase para conocer a los grupos, a los tutores, los sistemas de comunicación empleados, los modos de acercarme, …, pero no, solamente contaré que la semana pasada tuve la suerte de observar a un niño que llamaba por teléfono a quien había sido su maestro, el cual, después de unos minutos de charla, dijo que había sido uno de los momentos más bonitos de su trayectoria profesional.

jueves, 3 de septiembre de 2009

DE UN RECREO HORROROSO Y UNOS NIÑOS CON LENGUAJE MODERNO Y PENSAMIENTO MEDIEVAL.

Las hadas de Ansó veranean en Vitosha

Tastavín muerde con frenesí en este instante una pelota de goma. De vez en cuando también me muerde los tobillos y los dedos de los pies. A ella le muerde el culo, supongo que por pura inteligencia. Muchos dicen que un perro no puede vivir en la Gran Ciudad Desarrollada. Allí no se puede cagar con tranquilidad por la calle y el olor a perro está muy mal visto. Él, el perro, dice que sí puede, que un tiempo prudente considera posible aguantar; que no le parece la mejor opción, pero que aguanta, y que, en todo caso, no se siente de ese lugar. Dice que es de Mirambel, que pasó por ese pueblo de joven con la bici, le gustó mucho, y se hizo de allí. Él no tiene concurso de traslados, así que está a la expectativa.


Hace dos días salía del lugar donde intentan cambiar mi conducta (ahora se pueden adquirir algunas estupendas) y pasé por el centro donde estudié EGB, BUP, y COU. Qué complejidad de siglas. Como estaba animado y veía la vida con entusiasmo, fruto de la nueva conducta ya adquirida, entré, saludé al director del centro y me asomé al recreo. Qué sensación. Un espacio en el que estuve cada mañana durante dos lustros visto con los ojos de los casi treinta años. Todo estaba igual, pero era diferente. Era un lugar visto con ojos que habían reído y llorado abundantemente desde la anterior mirada, así que todo se mostraba distinto. Observé por primera vez que era un recreo horrendo, feísimo, encementado y rodeado de edificios y tráfico gris. Quizá por culpa de ese recreo ahora debo cambiar mi conducta por otra mejor, más moderna y provechosa.


Otra aventura de esas interesantes para contar en esta cosa sin sentido aparente llamada blog ocurrió el lunes por la tarde. Bajábamos el perro Tastavín y yo a dar una vuelta por el barrio, a olisquear algún trasero y a realizar meditaciones profundas sobre la vida, cuando tres jóvenes de unos doce años pasaban por la puerta del centro en el que trabajo. Creo que ya les dije que en este centro trabajan algunos de los maestros más luminosos de este brazo de la galaxia. El caso es que los jóvenes iban diciendo cosas como “mira, un colegio de subnormales”, “eh, mira, soy mongolo, jojojo”, y otros enunciados similares mientras reían y hacían aspavientos variados. Los mozos tenían un aspecto sano, limpio, iban bien vestidos y hubieran pasado por buena gente si hubieran permanecida callados. Los llamé y les pedí disculpas por haberles escuchado, siempre se ha dicho que escuchar lo de otros está mal, pero que no me parecían muy apropiadas sus palabras, que los niños que allí estudiaban no habían elegido nacer ciegos, sordos, con piernas que no les obedecen o con cerebros que se van apagando poquito a poco, aún manteniendo risas radiantes y hermosas. Que quizá ellos, sanos y fuertes, lo que debían a esos niños era respeto y ayuda en caso necesario, y dar gracias cada instante por no tener ningún problema como ellos. Me miraron muy atentos y bastante incómodos, pensé que quizá había removido algo en sus cabezas, pero pronto vi que se alejaban haciendo chistes similares y riendo. Quedamos, el perro y yo, contrariados. Pensábamos que algunas mentalidades ya se habían extinguido, o que, al menos, ya no se daban en las generaciones de jóvenes criados al amparo de la TV y los videojuegos. Pensamos qué hubieran sentido sus padres si les hubieran visto por un agujerico, si se habrían avergonzado o no. Tastavín, el perro, que cada día reclama más derecho a expresar sus opiniones (incluso quiere abrirse su propio blog), dice que no entiende cómo aún quedan personas jóvenes que viven tan alejadas de lo que significa la integración y son capaces de referirse a las personas discapacitadas con esa falta de consideración tan desmedida, dolorosa, y terriblemente humillante. Dice que será porque no han tenido nunca la suerte de conocer a Natalia, a Santi, a Ainhoa, a Ana, a Enrique, a Jesús, a Alejandro, a Alex, …, y a sus familias maravillosas.


Buen día y hasta el próximo, si aún seguimos por este mundo.