Lugar desconcertante, como tantos otros.
Ya. Una parte de mi ausencia tiene que ver con no saber qué escribir. Estoy casi seguro de estar viviendo el proceso de atrofia de mi cerebro, lo que me deja cada semana un pensamiento un poco más endeble y aletargado. Sin ir más lejos, la semana pasado fui timado por un muchacho del movimiento Hare Krishna, aunque no les daré detalles para no ahondar en mi vergüenza.
El comienzo de curso no ha sido especialmente brillante. Para empezar, quedé profundamente desorientado cuando el trabajo de los niños durante el verano ha sido cero o justamente el contrario al que sugerí. Sólo en un caso fueron consideradas mis recomendaciones. Así, algunos alumnos trajeron ejercicios mecánicos, repetitivos, descontextualizados, sin valor alguno, que eran justamente los que pretendía evitar cuando en junio mantuve una reunión con cada niño y su familia para despedir el curso y entregué distintas opciones de trabajo veraniegas (diario, listado de lecturas para elegir, correspondencia, colecciones,…) Este hecho me genera grandes dudas, y es que no sé si transmití bien a las familias la información sobre el valor de las actividades o es que estas creen en otro tipo de trabajo. Por otra parte, aunque quizá el daño sea más emocional que real, es el verano que menos cartas me han escrito mis alumnos. Apenas dos siguieron la sugerencia. Ni siquiera con la motivación añadida de responder una postal recibida desde un lugar bien lejano.
Por otra parte, el proyecto escolar del huerto también ha hecho aguas. Por distintas razones el mantenimiento veraniego al que se comprometieron varias familias no fue como se esperaba y, como gran guinda del pastel, sufrimos algunas incursiones de los adolescentes borrachos que confunden el disfrutar de la vida con joder al prójimo ignorando su esfuerzo e ilusión. Tomateras arrancadas, tomates estampados en la pared, mangueras robadas o rotas, cebollas rotas por el suelo, fueron algunas de sus obras. Me niego a creer que esto es lo normal. Me niego a creer en una diversión alcoholizada que no respeta ni el más elemental derecho del vecino, del amigo, del familiar o de la escuela de su pueblo. No creo que la solución esté en candados o muros más grandes. Creo que todo se reduce a educación y respeto, aunque creo también que esa lucha está medio perdida. Cada verano me entristece comprobar cómo las escuelas de los pueblos son utilizadas como lugar de vandalismo, y a su alrededor es fácil encontrar pintadas, litros de bebida desparramada por el suelo o aún en sus vasos de plástico, ventanas rotas, cientos de cristales rotos adornando el conjunto. Ahora llegan las fiestas locales con sus vaquillas y sus verbenas y, supongo, la escuela volverá a sufrir a los que no entendieron demasiado cuando pasaron por ella.
Me despediré contándoles que hace cuatro días corrí por un sendero maravilloso durante un largo rato. Al acabar fui al río y me tiré sin apenas quitarme las zapatillas. El día era deslumbrante y me quedé flotando con la mirada en el cielo y pensando que era difícil alcanzar mayor plenitud. Parecía que todo bajo el cielo funcionaba con belleza y armonía. Incluso en ese instante pensé que debía contar tal sensación en el blog. La pena es que hay situaciones contrarias de la misma intensidad. Y la contradicción es terrible.
Que tengan buen martes.