lunes, 13 de diciembre de 2010

DOLOR CORPORAL E INCOMPETENCIA PARA ASUMIR EL MUNDO QUE ME RODEA.



Les indicaré antes de que se decidan a continuar que hoy es un muy mal día y que este es un escrito con intención claramente liberadora y catártica.


Nunca he tenido muy claro hasta dónde debe llegar la implicación de un maestro. Nadie explica esto nunca. Más aún, nunca he tenido claro hasta dónde debe llegar la implicación de una persona. Tampoco nadie explica esto nunca. Bien comprenderán que en la convivencia con mil niños y mil familias surgen mil situaciones complicadísimas de abordar que pueden suponer mucho esfuerzo, una exigencia emocional extenuante, y que fácilmente, al intentar mejorarlas, pueden generar problemas tan importantes como los hipotéticos beneficios. Hay personas, afortunadamente muchas a mi alrededor, que tienen muy claro su compromiso a la hora de luchar por distintas causas y trabajan por ellas ajenos a todos los contratiempos y dificultades. Y este no es mi caso. Cada vez que trabajo con esfuerzo e ilusión por algo que considero necesario y beneficioso para los niños o para otras personas y encuentro incomprensión, zancadillas, comentarios negativos subterráneos y gratuitos, e incluso alguna burla, no tengo la fortaleza para asumirlo y mantenerme ajeno. Al contrario, siento la terrible desolación actual, la desilusión más absoluta, y estaría dispuesto a cambiar de trabajo en este mismo instante en el que escribo esta letra, de ir a vivir a una cueva e incluso a la mismísima ciudad. No tener espíritu para liderar algunos cambios, para cambiar dinámicas prehistóricas, chocar cada día con pensamientos cerrados, es difícilmente asumible para el escritor de estas líneas, y supongo para cualquier maestro, cuando el entorno te enfrenta a diario a este tipo de situaciones.


A menudo escucho a otros maestros, a padres, a personas variadas, comentar sobre el trabajo aséptico del maestro que no se debe implicar en faenas ajenas a lo específicamente curricular, pues tal parcela concierne estrictamente a las familias. Por otra parte, cada día se bombardea a los maestros con información sobre la necesidad de trabajo en la escuela en torno a habilidades sociales, hábitos, aspectos emocionales, hábitos de trabajo extraescolar, …, y se ofrecen variadas posibilidades de formación al respecto. La idea inicial de este párrafo apunta hacia la ausencia total de implicación personal y la parte final exige una implicación del maestro hasta en las últimas células de su alma. ¿Y qué? ¿qué maestro tengo que ser? ¿qué demonios tengo que mejorar? ¿hasta dónde pelear por normas estúpidas, por inercias que se mantienen porque “yo lo encontré ya así”, por avances que apenas valoran y entienden dos o tres, por personas violentas e irrespetuosas que te hacen llegar a casa con ganas de echarte a llorar e ir a dormir?


Sólo sé, y mal, hacer de maestro, pero si encuentro a alguien que me necesite para alguna faena mecánica y relajada no dejaré de pensarlo.


Que comiencen bien la semana.