martes, 14 de junio de 2011

DE AVENTURAS, VUELOS Y OTROS DISPARATES.


Escribiré a trompicones. El pensamiento está revuelto y las ideas salen de ese modo.

Es diez de junio (ya catorce y casi quince), al curso le quedan cuatro ratos, y siento la gran alegría de acabar en buena forma pedagógica. Es decir, que el grupo de niños con el que he compartido un pedazo de vida y yo estamos en la mejor sintonía del curso. Ellos trabajan y aprenden felices y yo estoy encantado de estar con ellos.

Así, esperando ya casi el comienzo del próximo curso, echo un vistazo al calendario para el curso aragonés 2011-2012 y rápidamente se me pone mal cuerpo. Los maestros nos incorporaremos al trabajo el día 1 de septiembre, jueves, y las clases empiezan el día 6, martes. Así, existirán tres días, el 1, 2, 5, para organizar el curso. Puede pensarse que para eso está julio, y así puede ser en muchos casos, pero imaginen el maestro que se incorpora a un nuevo centro el día 1 (no conozco el dato, pero estoy seguro que los maestros que cada año empiezan en un nuevo destino representan un buen porcentaje, especialmente en el ámbito rural). Ese maestro tendrá ese día reunión en la sede de su centro, y ese mismo día le dirán a qué pueblo debe ir a trabajar y con qué cursos. En definitiva, el jueves por la tarde emprenderá viaje para tal pueblo con la tarea de, en muchos casos, buscarse alojamiento, conocer a los compañeros, conocer su clase, organizarla, leer informes de sus alumnos, preparar con cierto decoro las asignaturas, …, y el martes, tras dos días de trabajo en ese nuevo destino, unos cuantos niños se pondrán delante para recibir ideas medianamente lúcidas. Ya saben que es una pequeña lucha personal que se reconozcan el valor del trabajo de los distintos docentes en similar medida, y que se abandone la estúpida idea de que el trabajo tiene más valor cuanto mayor es la edad del alumno; al revés, existe la consideración del maestrico de infantil como un pobre desgraciado que con cuatro juegos y dos canciones pasa los días. Hace poco alguien, creo que el bloguero Animal de Fondo, pedía también este reconocimiento y argumentaba que los mayores efectos en los niños tienen lugar precisamente en su infancia. Al contrario, un profesor universitario podía salir airoso del curso con unos cuantos buenos libros de referencia en su materia. En todo caso, la administración va al revés, y lo demuestra constantemente con medidas como la citada, con la relación entre horas lectivas y de preparación de material , con los sueldos, con la formación inicial exigida a unos y a otros. Hasta donde soy capaz de observar, parece una estupenda forma de empezar la casa por el tejado, o, de otro modo, de construir el edificio concediendo el papel irrelevante a los cimientos.

Al margen de asuntos agrios como el anterior, mañana emprendemos una aventura de cierto riesgo y, en buena medida, pionera. Tras la colaboración mantenida durante el curso con la escuela de educación especial Jean Piaget, vamos a realizar un viaje hasta su centro para pasar juntos tres días. El viaje supone una aventura desde el momento que niños de tercero y cuarto pasarán dos noches a doscientos kilómetros de casa. Por otra parte, la agenda está llena de actividades de aula compartidas en las clases del centro zaragozano, una salida a mi querido (y ya medio muerto ante la llegada del turismo de masas) Galacho de Juslibol, una acampada, …, por lo que el trabajo en torno a la comprensión de la discapacidad cobra un protagonismo que difícilmente se puede aumentar. En definitiva, todos, niños y maestros, estamos expectantes e ilusionados ante los próximos tres días especiales. Espero que algunos comprendan el valor que puede tener una mirada, una sonrisa, o una caricia.

Y me despido compartiendo una sensación que ojalá todos ustedes puedan sentir muchas veces: la cabeza feliz por un gran final de curso y todas las otras cosas en las que uno es afortunado (es decir, todas), la bici baja a cuarenta o cincuenta por hora, el atardecer ofrece las últimas luces y atravieso un bosque de montaña que proporciona un entorno colosal. En ese momento, igual que hace cinco o seis años, el cuerpo pide levantar los brazos, notar el olor del viento que acaricia la piel, incluso cerrar los ojos un segundo, sentir algo parecido a volar y…por unos instantes parece que todo tiene sentido.

Que tengan una estupenda segunda parte de semana.