lunes, 7 de agosto de 2006

PIRINEO, ESCUELAS, LIMPIEZA.



Ya he oído a unos cuantos meteorólogos que, si el clima continúa de este modo, quizá en unos años la nieve sea testimonial incluso en zonas montañosas. Por si las moscas, ARAMON sigue su carrera frenética por convertir en campos de golf el Pirineo. Hace pocos días comentaba en otro artículo la expansión prevista para las pistas de Cerler, con hoteles de cinco estrellas, zonas “resort” (esta denominación elitista aplicada al Pirineo me produce dolor de muelas), golf, etc. Pues ya está prevista también otra ampliación más para la misma estación. Por el único hueco verde que aún le quedará a la montaña, supongo. El menú, el mismo: campos de tenis, pádel, nuevas telecabinas, nuevos accesos, más golf, etc.

Alegaciones personales resumidas:
- Este desarrollo no es sostenible.
- Aporta trabajo (primer argumento que esgrimen los promotores) muy estacional a la zona.
- El Pirineo es tan especial por su naturaleza y orografía. Ello ha conferido a los pueblos en el curso de los años unas formas de vida, costumbres, arquitectura, etc. muy distintivas y valoradas. Con acciones del tipo “campo de golf”, creo que se va dañando sin freno todo ese carácter especial: la naturaleza se va al garete (música en las pistas, talas de árboles, carreteras que aíslan e incomunican especies, etc.), y los pueblos se ven frecuentados por personas que poco valoran su tradición e historia (à ver pistas en el deshielo, cuando afloran en la hierba cigarrillos, latas, bolsas, y un “etc” muy largo).
- Estas iniciativas no valoran la riqueza etnográfica del lugar, sus tradiciones, lengua, artesanos, …, sino que de modo indirecto hacen que sean asuntos que se van extinguiendo poco a poco, dado lo alejados que están de los valores y cuestiones fomentadas: deporte, consumo, elitismo.
- En definitiva, creo, aunque esto es muy personal y arriesgado de decir, que estas medidas están haciendo que los pueblos pirenaicos implicados pierdan completamente su identidad, que se conviertan de la noche a la mañana en algo diferente a lo que han sido los últimos 1000 años. Y no creo que esto se pueda justificar con la palabra progreso. Me temo que cuando deje de nevar, o cuando la nieve deje de estar de moda, o cuando ya hayan acabado con todo árbol viviente, o cuando los pueblos sean grandes letreros luminosos que ya no recuerden lo que fueron, alguien se echará las manos a la cabeza y se dará cuenta del disparate. O no; igual se enciende un puro, se monta en su Audi, aparca en la puerta, y juega unos hoyos.

Siento la recurrencia en el tema, pero me duele demasiado.

Como ya pensé en la visita que hicimos con el CRIET de Calamocha hace dos meses, este fin de semana he vuelto por Albarracín y sus alrededores.

Todo sigue siendo tan bonito, pero un poco más transitado y menos tranquilo. En pueblos como Bronchales u Orihuela del Tremedal, pregunté a varios niños si eran del pueblo, y todos me respondieron lo mismo. Hay que ver lo complicado que es en estas fechas encontrar un muchacho autóctono.

En cada pueblo intentaba acercarme a observar su escuela, como si de ese modo pudiera escuchar, ver, sentir, captar de alguna manera, la algarabía de sentimientos, palabras, gestos, preocupaciones, que durante el curso se viven dentro de un edificio que ahora aguarda adormecido el nuevo curso escolar.

Especialmente bonitos me parecieron los de Orihuela y Daroca. El primero construido hace escasos tres años. Sus grandes cristaleras me hacían pensar en un maestro dando clase en una mañana fría de invierno (casi 1600 metros de altura del pueblo) mientras por allí entraba generosamente el sol que calentaba a los aún somnolientos alumnos. La lástima, el patio: cristales rotos en el suelo, papeles, ventanas rotas, botellas de bebida, etc. Así celebramos ahora las fiestas de la localidad. En Daroca, un edificio de estilo renacentista según mi novia, la escuela estaba abierta. Sonaba un violín, y supusimos que se emplearía como escuela de música para el verano. En todo caso, era muy bonito, con la luz del atardecer, escuchar una melodía tan dulce saliendo por las ventanas de una escuela que ahora descansa.