martes, 17 de abril de 2007

UN BESO.

Por fin la lluvia nos regala un trocico de tiempo (al final debe ser sólo eso, un trozo de nosequé) y hemos podido realizar la primera excursión campestre primaveral.

Chovas, buitres, prismáticos, cabras, olores, cuervos, cornejas, enebros, pinos, huellas, sabinas, carreras, sonrisas, fotos, alegrías, enfados, silencios, brisa, sol, entre otras cosas, componen la recolección educativa de la tarde. Una buena tarde, como las de Simeón Omella en Plasencia del Monte (en mi humilde y personal versión, claro).

Al llegar al punto más distante de la excursión sí que he impuesto una necesaria actividad: cerrar durante treinta segundos los ojos, sentados en un lugar cómodo y tranquilo, y escuchar el silencio, los cantos, la brisa, sentir su suave caricia. Un momento de no escuchar gritos y voces, ruidos, sólo al planeta que sigue, a pesar de todo, su giro eterno. No sé qué edad es la oportuna para aprender esto, pero, por si las moscas, lo intento ya.

Ayer apuraba los últimos segundos de la tarde intentando indicar las tareas para apuntar en la agenda, dando las últimas indicaciones, mareado entre docenas de papeles, …, cuando se acercó, me dio un abrazo, después un beso, dijo adiós, y se fue a casa a merendar. Qué cosas.