El dorado atardecer del alcaraván, el sisón, y el mochuelo.
Hace unas noches, en esos instantes en los que el sueño se apodera de la conciencia (puede que sean el equivalente onírico de mi preciada luz mágica del atardecer), pero ésta aún mantiene un ápice de claridad, me levanté sobresaltado con un par de ideas que llegaban confusas y apresuradas. Corriendo encendí la luz, busqué en la mesilla lápiz y la libreta de apuntar la vida y, tras tirar varios despertadores y cacharros, transcribí fielmente lo pensado. Después pedí perdón por el ruido, la luz, y lo tirado.
Llevaba un tiempo leyendo sobre las erróneos conceptos astronómicos a lo largo de la historia como consecuencia de falsas percepciones (por ejemplo, concebir plana La Tierra, o considerar que es el Sol quien gira). Es un asunto muy interesante, recurrente en la filosofía, puesto que nos enfrenta a la ambigüedad siempre presente en nuestras percepciones, tanto individuales como colectivas. El asunto es que esa noche, de repente, me arrancó de mis ensoñaciones la posible analogía entre lo anterior y la percepción de nuestra conciencia. Acabé concluyendo que difícilmente podemos analizar la conciencia desde nuestra propia conciencia (de otro modo es imposible, ¿no?), y que probablemente la concepción que tenemos de ella no distará mucho de la que tenían los antiguos de los conceptos astronómicos descritos. ¿Cómo juzgar la veracidad de nuestra conciencia si no hemos tenido jamás experiencia de otra cosa distinta a ella, sea lo que sea ella?. Lo que realmente me sorprende es que sabiendo tan poco de nosotros, de qué somos, de por qué somos, …, nos lancemos cada día a ese torbellino de actividades, de prisas, de nervios, de alcanzar metas que sólo nos llevan a otras metas.
También apunté un par de cosas de la muerte y la vida, pero apenas entiendo qué quise expresar.
En fin, Pablo, estudia bien el examen. Quizá dentro de unos años te despiertes igualmente sobresaltado y comprendas el por qué de Zaratustra, de Hegel, o del imperativo categórico. O quizá no, y duermas plácidamente.
Hace unas noches, en esos instantes en los que el sueño se apodera de la conciencia (puede que sean el equivalente onírico de mi preciada luz mágica del atardecer), pero ésta aún mantiene un ápice de claridad, me levanté sobresaltado con un par de ideas que llegaban confusas y apresuradas. Corriendo encendí la luz, busqué en la mesilla lápiz y la libreta de apuntar la vida y, tras tirar varios despertadores y cacharros, transcribí fielmente lo pensado. Después pedí perdón por el ruido, la luz, y lo tirado.
Llevaba un tiempo leyendo sobre las erróneos conceptos astronómicos a lo largo de la historia como consecuencia de falsas percepciones (por ejemplo, concebir plana La Tierra, o considerar que es el Sol quien gira). Es un asunto muy interesante, recurrente en la filosofía, puesto que nos enfrenta a la ambigüedad siempre presente en nuestras percepciones, tanto individuales como colectivas. El asunto es que esa noche, de repente, me arrancó de mis ensoñaciones la posible analogía entre lo anterior y la percepción de nuestra conciencia. Acabé concluyendo que difícilmente podemos analizar la conciencia desde nuestra propia conciencia (de otro modo es imposible, ¿no?), y que probablemente la concepción que tenemos de ella no distará mucho de la que tenían los antiguos de los conceptos astronómicos descritos. ¿Cómo juzgar la veracidad de nuestra conciencia si no hemos tenido jamás experiencia de otra cosa distinta a ella, sea lo que sea ella?. Lo que realmente me sorprende es que sabiendo tan poco de nosotros, de qué somos, de por qué somos, …, nos lancemos cada día a ese torbellino de actividades, de prisas, de nervios, de alcanzar metas que sólo nos llevan a otras metas.
También apunté un par de cosas de la muerte y la vida, pero apenas entiendo qué quise expresar.
En fin, Pablo, estudia bien el examen. Quizá dentro de unos años te despiertes igualmente sobresaltado y comprendas el por qué de Zaratustra, de Hegel, o del imperativo categórico. O quizá no, y duermas plácidamente.