Maldito, acepción uno y tres del DRAE:
- adj. Perverso, de mala intención y dañadas costumbres.
- adj. De mala calidad, ruin, miserable.
En este mismo instante reniego y abandono mi condición de mono humano. La cambio por cualquier otra especie de ser vivo, igual gallina ponedora que termita maderera, o mosca del vinagre.
Telefónica sigue robando (me). Así se lo hice saber al aséptico comercial telefónico, que sorprendido manifestó su pena y enfado ante mi supuestamente equivocada opinión. En julio di de baja mi línea de Peñarroya, pero han seguido cobrándome julio y agosto, y, en breve, también septiembre. Ante mi indignación, la solución pasa por ¡esperar a septiembre para así reclamar todo junto! (“si reclamas ahora, tendrás que hacer lo mismo el mes que viene, porque también te lo vamos a cobrar, así que espera y te evitas un trámite”). Sólo se me ocurren barbaridades para calificar el funcionamiento rastrero e inmoral de esta empresa. ¿Cómo podemos tolerarlos?
La semana pasada me acercaba a San Mateo de Gállego con la bici cuando vi una serpiente avanzando dubitativa en medio de la carretera. Seguramente asustada en su intento de cruzar. Tras superarla me giré para observar al coche que se acercaba, esperando un poco de buena fortuna. A escasos cinco o diez metros el coche se desvió bruscamente para pasar por encima de la serpiente, reventando su abdomen y desparramando sus vísceras por la carretera. El sonido del atropello, del vientre explotando bajo las ruedas infernales, sonó atrozmente en mi cabeza. Maldije al conductor y le deseé un trato similar de sus semejantes. Di la vuelta. La serpiente de escalera se retorcía moribunda y agonizante aún. La maté para intentar poner fin al sufrimiento y marché preguntándome el porqué de ese volantazo con el único objetivo de la muerte. Sólo encuentro respuestas en la maldad y la estupidez.
Las juventudes del par se hacen amiguicas del pepé para luchar contra el indeseable rumor de que en Aragón se habla catalán. Andan constituidos en la plataforma NO HABLAMOS CATALÁN y buscan filólogos que les justifiquen. Digo yo que lo propio sería partir de las tesis de los filólogos y buscar la salida política, y no al revés, formular la tesis política adaptada a las necesidades del partido o de la ideología y posteriormente buscar a la desesperada si algún técnico en la materia puede avalar el asunto. En todo caso, asunto casposo, interesado, y pervertido por excelencia. Por cierto, no sé qué demonios hacen entonces los niños de la Franja aprendiendo catalán en las escuelas; lengua que, además, se parece extrañamente a lo que ellos hablan.
Y lo del CERN. Casi me importa un huevo la consistencia de los argumentos de la denuncia. Leyendo últimamente a Sampedro, o libros sobre ideas filosóficas orientales, no paro de darle vueltas a lo de “Occidente corriendo desbocado a lomos de la tecnología sin saber exactamente hacia dónde se dirige”. La simple duda que plantea dicha denuncia me resulta aterradora, pero no por las consecuencias posibles (ya casi me parece inevitable algo similar), sino por la ceguera humana de, a pesar de todo, avanzar en semejantes direcciones. El Consejo Europeo para la Investigación Nuclear dice que tranquilo todo el mundo, que el nuevo colisionador de partículas (LCH) “no hace nada que no se produzca de forma natural en el Universo”. No sé… no me parece el argumento más tranquilizador, y me temo que tampoco a ningún astrofísico. Instantáneamente, vienen a la memoria los ensayos nucleares aliados en la Segunda Guerra Mundial, cuando, instantes previos a una de las primeras pruebas (creo que en territorio francés), los científicos se preguntaban si la energía resultante podría resquebrajar la corteza terrestre. Y, a pesar de todo, apretaron el botón.
No entiendo. No entiendo. No entiendo.
Me despido con una frase de Martin Luther King citada por J. L. Sampedro en Escribir es Vivir (Inma, La Ciencia y la Vida me parece un debate de una altura tal que ilumina), y de la que manifiesta estar muy impresionado: “Cuando reflexionemos sobre nuestro siglo XX, no nos parecerán lo más grave las fechorías de los malvados, sino el escandaloso silencio de las buenas personas”. “Eso es terrible”, añade Sampedro.