Ayer celebré la segunda reunión de padres del curso. Hace unos días se establecieron los disfraces que debían llevar los niños para carnaval (uniformidad, no vaya a ser que una niña de un pueblo del CRA esté más guapa que una de otro pueblo del CRA, y alguien se queje). A mí los disfraces me importan lo mismo que nada, por lo que cité a las familias (madres 100%) para decirles que se encargaran ellas, que no tenía ni ganas, ni tiempo. Así lo dije, y no se sorprendieron excesivamente. Les agradecí la ayuda y les expliqué los motivos de mi petición.
Lo realmente importante fueron los otros puntos tratados. Comentamos cómo marchaba el curso, actividades que funcionaban muy bien (biblioteca, sección de noticias, concurso de escritores, …). Les informé de los temas restantes de conocimiento del medio, solicité ideas para desarrollarlos adecuadamente (posibles visitas, personas que puedan acudir a clase para algunas charlas,…), de un par de excursiones pendientes (una tarde para observar la luna y escuchar un cárabo, y una visita al Mas del Buñol, en Valderrobres, donde veremos a cientos de buitres; los de verdad, los bueno, no los de corbata), y también, señalé nuestra inmersión en el mundo de la filosofía durante el tercer trimestre (partiendo de unos libros, recomendados por un genio sin lámpara, de los que ya escribiré más adelante).
Algunas madres miraban, otras ponían intermitentemente caras de sorpresa, otras bostezaban, y otras no vinieron. Variedad. No encuentro sintonía con las familias; están contentas y esas cosas, pero no hablamos de los mismos asuntos. Ojalá me entendiera con ellas tan bien como con sus hijos.
Esta tarde debo salir a contar rapaces nocturnas; ¿un padre debe decir a su hijo que el profesor les explica mal las sumas?; ¿un maestro debe coger la baja tras romperse el dedo de un pie?.