Qué envidia me dais!, ya sé que resulta raro que diga esto pero echo mucho de menos la escuela. Disfrutad mucho del curso que seguro que os lo pasáis genial. De una alumna que no conseguirá olvidarse de este colegio (y que está medio llorando al escribir esto)
Estas tres líneas representan el primer comentario del curso en el blog escolar Ansotanius. Y son tres líneas muy especiales, puesto que han sido escritas por un alumno que este año ha pasado al instituto. En una escuela pequeña donde los niños pasan once años de sus vidas, despedir a un alumno inteligente, trabajador, bueno y sensible constituye un acontecimiento lleno de emociones. Los niños comienzan con tres años, con sus primeros pasos en el mundo aún recientes, y se van con catorce, dispuestos a recorrer los caminos que aparecen frente a ellos. Once años compartidos constituyen un buen pedazo de vida.
He leído el comentario y he pensado durante un tiempo qué ha podido llevar este alumno a tal sentimiento ¿Qué ha ocurrido en once años para que ahora se emocione al hablar de su escuela? He escrito varias veces sobre el director que me sedujo cuando en las primeras palabras del curso indicó que el criterio a seguir en cada decisión debía ser el que supusiera mayor beneficio para los alumnos. Lo demás, secundario. Llevar esta convicción a la práctica es, en muchos casos, revolucionario. En todo caso, creo que significa el mejor modo en que puedo entregarme a mi trabajo. La escuela la componen muchas piezas, desde las administrativas y políticas, hasta las más pequeñas y sencillas: las decisiones de clase de cada día. ¿Cuántas de estas piezas tienen en constante consideración el máximo beneficio para el alumno? (automáticamente me imagino escribiendo objetivos y criterios de noséqué que la administración exige y que nunca serán aplicados en la realidad; serán guardados en el cajón de los papeles oficiales) Por otra parte, resulta evidente que trabajar en busca del máximo beneficio del alumno no genera siempre un sentimiento de agradecimiento y añoranza en el mismo; con frecuencia, al contrario.
La parte política y administrativa dificulta muchas veces el trabajo real con los niños, el importante y prioritario, pero me alegra pensar que cada maestro, yo mismo, conserva aún la capacidad para hacer de esos once años, o de parte de los mismos, un período importante en la vida de las personas que comienzan a vivir frente a nosotros.
Hoy quería escribirles sobre algunas cuestiones filosóficas que me golpean la cabeza cada día, pero ya no hay espacio. Y probablemente es mejor escribir sobre una niña que recuerda con cariño su escuela. Leyendo a Gregori Luri me ha dado miedo escribir “feliz en su escuela”, aunque feliz, trabajo, formación, no son términos opuestos, ¿no? Por otra parte, ¿quién me explica la realidad para la que hay que prepararse?
Estas tres líneas representan el primer comentario del curso en el blog escolar Ansotanius. Y son tres líneas muy especiales, puesto que han sido escritas por un alumno que este año ha pasado al instituto. En una escuela pequeña donde los niños pasan once años de sus vidas, despedir a un alumno inteligente, trabajador, bueno y sensible constituye un acontecimiento lleno de emociones. Los niños comienzan con tres años, con sus primeros pasos en el mundo aún recientes, y se van con catorce, dispuestos a recorrer los caminos que aparecen frente a ellos. Once años compartidos constituyen un buen pedazo de vida.
He leído el comentario y he pensado durante un tiempo qué ha podido llevar este alumno a tal sentimiento ¿Qué ha ocurrido en once años para que ahora se emocione al hablar de su escuela? He escrito varias veces sobre el director que me sedujo cuando en las primeras palabras del curso indicó que el criterio a seguir en cada decisión debía ser el que supusiera mayor beneficio para los alumnos. Lo demás, secundario. Llevar esta convicción a la práctica es, en muchos casos, revolucionario. En todo caso, creo que significa el mejor modo en que puedo entregarme a mi trabajo. La escuela la componen muchas piezas, desde las administrativas y políticas, hasta las más pequeñas y sencillas: las decisiones de clase de cada día. ¿Cuántas de estas piezas tienen en constante consideración el máximo beneficio para el alumno? (automáticamente me imagino escribiendo objetivos y criterios de noséqué que la administración exige y que nunca serán aplicados en la realidad; serán guardados en el cajón de los papeles oficiales) Por otra parte, resulta evidente que trabajar en busca del máximo beneficio del alumno no genera siempre un sentimiento de agradecimiento y añoranza en el mismo; con frecuencia, al contrario.
La parte política y administrativa dificulta muchas veces el trabajo real con los niños, el importante y prioritario, pero me alegra pensar que cada maestro, yo mismo, conserva aún la capacidad para hacer de esos once años, o de parte de los mismos, un período importante en la vida de las personas que comienzan a vivir frente a nosotros.
Hoy quería escribirles sobre algunas cuestiones filosóficas que me golpean la cabeza cada día, pero ya no hay espacio. Y probablemente es mejor escribir sobre una niña que recuerda con cariño su escuela. Leyendo a Gregori Luri me ha dado miedo escribir “feliz en su escuela”, aunque feliz, trabajo, formación, no son términos opuestos, ¿no? Por otra parte, ¿quién me explica la realidad para la que hay que prepararse?