martes, 23 de octubre de 2012

EL INSPECTOR DE EDUCACIÓN Y EL CARNICERO.


Se cuenta que un inspector educativo, gran pedagogo de su época, intentó extender sus métodos a otros oficios y comenzó con un carnicero. Era un gran aficionado a las chuletas a la brasa, por lo que se asoció con su carnicero de confianza y apostó por optimizar las ventas con sus técnicas burocráticas.

Tras una evaluación preliminar, el inspector concluyó que los métodos del carnicero estaban equivocados. Había demasiados aspectos que el carnicero resolvía a su antojo, sin documento de apoyo alguno. Era urgente una objetivización del proceso de venta cárnica en aras de una mayor calidad en la relación cortador de carne-cliente.

Así, el carnicero fue obligado a redactar un proyecto ideológico del negocio, un reglamento de régimen interno para él y los clientes, con la tipificación pertinente de las consecuencias de cada conducta que se pudiera presentar en el espacio de venta, una secuenciación de sus objetivos para cada día de la semana, distribuidos por franjas horarias, una programación de contenidos alimenticios en función de la especie animal que sirviese en cada momento, y unas breves indicaciones sobre la metodología empleada en cada corte. Igualmente, debía prever las posibles adaptaciones para las carnes más duras de cortar y también para los clientes impertinentes, no olvidando a los clientes especialmente educados que también debían recibir una atención individualizada que no obviara sus necesidades y características diferenciales. Cada documento debería revisarse trimestralmente para optimizar su aplicación. En el menor tiempo posible, el carnicero tenía que explicitar e implementar los instrumentos para evaluar cada parámetro del proceso de venta y qué criterios emplearía para definir el grado de cumplimiento de los objetivos definidos en primera instancia.

El carnicero quedó un tanto desorientado, pensando que siempre había atendido a sus clientes del mejor modo posible sin necesidad de tanto tecnicismo ni papeleo, confiado a la simple voluntad de hacer bien su trabajo, para lo que se había formado durante varios años de su juventud. En todo caso, así lo hizo: el inspector educativo era su mejor cliente, solía hablar con palabras de gran profundidad y difícil articulación, por lo que parecía lógico hacerle caso.

No sin problemas, el tiempo fue pasando. Un día el carnicero, ya cansado de los documentos que se repartían por los expositores de su negocio impidiendo prácticamente la presencia de la carne, se permitió ciertas libertades al cortar un solomillo de ternera. Lo hizo bien, llevaba 40 años en el gremio y no cabía duda de su capacidad, pero el inspector le exigió que justificara semejante acto de rebeldía con el solomillo. El pobre carnicero apenas pudo balbucear que lo cortó así “porque mi formación como carnicero me permite discernir entre un buen y un mal corte, un buen servicio y un mal servicio al cliente”. El inspector entró en cólera, pues los más básicos preceptos programáticos habían sido mancillados. “¿Quién es ese miserable para actuar con libertad y por encima de lo indicado en las órdenes oficiales?”, “¡lo justifica con su voluntad de haber buscado siempre una buena formación como carnicero!, como si eso importara al sistema de burocratización que defiendo y represento”, gritaba lleno de rabia y amargura.

Dicen que el carnicero retomó su actividad normal, vendiendo como toda la vida: intentando hacer bien su trabajo como había aprendido en sus inicios e incluso esforzándose por aprender con su ya avanzada edad. El inspector intentó aplicar su sistema de objetivización de la realidad a numerosos gremios: carpinteros, actores de cine erótico, desatascadotes de tuberías, médicos y biólogos especializados en ornitología, pero todos rehusaron sus servicios. Finalmente tuvo que volver a la escuela, pues los maestros eran el único colectivo que asumía con alegría y dicha su presencia. Las malas lenguas cuentan que el inspector acabó sus días manteniendo relaciones deshonestas con muchos de los documentos sin utilidad que había generado a lo largo de su vida, dándoles, por fin, un uso.

Este documento de dudosa procedencia está dedicado a todos aquellos que sufren al comprobar que el oficio de maestro es el único que tiene que rendir cuentas constantemente sobre cada una de las decisiones que se toman en el aula y que está supeditado a documentos oficiales que desprecian por completo la labor y la formación del docente. También a aquellos que están convencidos de que, afortunadamente, la realidad no se puede objetivizar, que la vida es complejísima, milagrosa, imprevisible, maravillosa, y que todos los que inventan procedimientos y palabras tan feas deberían estar bien lejos de las escuelas.

domingo, 21 de octubre de 2012

NOCHE DE SÁBADO FRENTE AL FUEGO.

En estos siete u ocho años de escritura he realizado de vez en cuando descripciones de algunos alumnos con los que he tenido una relación especial. Me acuerdo de algunos a quienes me referí con los apodos de Sonrisas, Saltarina, Martinillo. Estas semanas atrás, releyendo lo escrito en este tiempo, encontraba especial alegría y nostalgia al pasar por los escritos dedicados a estos niños.

Este curso estoy descubriendo un nuevo placer: el de conocer de golpe a más de doscientos alumnos. Si otros años apenas compartía la semana con una par de docenas de alumnos, ahora comparto cada día con más de cien niños. Y esto implica que tengo acceso a un ilimitado número de formas de ser, de formas de mirar, de acercarse, de dar las gracias, de enfadarse, de hablar, de escribir… mil y un matices que me encanta conocer y que me dan la oportunidad de aprender y de esforzarme por hacer mejor cada clase a base de atender a cada uno de ellos de la mejor manera posible.

Igualmente, también estoy conociendo a algunos tipos de niños que no había conocido otros cursos en centros rurales pequeños. Silvestre llegó hace pocas semanas a la escuela. Traía con él una fama poco favorable y unas condiciones de vida muy difíciles. A mí me gusta encontrarme con niños con problemas de comportamiento. Suelo llevarme bien con ellos y ayudarles siempre supone un reto y una motivación. Hace unos días salía de la escuela al mediodía y el niño Silvestre estaba con otras personas dentro de un contenedor de basura buscando algo aprovechable. Le saludé, no había venido ese día a la escuela. Me sorprendió que con una rápida respuesta me indicara que se les había caído un estuche al contenedor y lo estaban buscando. Me entristeció comprobar como, además de la tragedia de buscar en los contenedores de basura, se añadiera la carga moral de la humillación al ser observado por un conocido y tener que buscar la primera excusa que pudiera explicar su situación.

Cada día recibimos miles de niños en las escuelas. Algunos han hecho la tarde anterior equitación y otros han rebuscado entre las basuras. Algunos se han dormido entre susurros y lecturas con la voz materna y otros se han dormido viendo una serie de la MTV. Quizá constatar estas diferencias parezca demasiado obvio, pero ser muy consciente de ello me ayuda cuando intento valorar en su justa medida muchos de los sucesos que ocurren en clase cada día para actuar de un modo adecuado. Si no lo tengo muy presente es muy fácil malinterpretar o no comprender algunos comportamientos de los niños. Especialmente en el caso de los niños con grandes problemas de comportamiento, conocer sus circunstancias vitales ayuda a establecer empatía con ellos, a comprender mejor los porqués, y a enfocar la intervención de una forma diferente. 

sábado, 13 de octubre de 2012

VIAJES INTERIORES.


Autorretrato

De igual modo que en anteriores ocasiones, un periodo de enfermedad se ha convertido en un periodo cultural excelente. Semana cultural de la gripe y el catarro, podría decirse. El no poder hacer apenas nada que implique cierto esfuerzo físico me abre de par en par las puertas de libros y películas que llevan esperando su momento largo tiempo.

Los libros no me han provocado la conmoción que esperaba. Quizá me faltaba poner de mi parte un poco de fiebre para alimentar las calderas de la ensoñación. En cualquier caso, sí he quedado profundamente afectado por el documental Human planet. Supe de él hace bastantes meses gracias a un blog amigo; la mera visión del trailer y la firma de la BBC eran buenas garantías. El trabajo, de unos tres años de duración, realiza un recorrido a través del planeta buscando los exponentes más espectaculares de la compleja y rica relación del hombre con el ecosistema en el que vive, dando lugar a ocho capítulos que consideran distintos entornos: mar, praderas, montañas, desiertos, etc. Hace mucho que no hago ninguna recomendación en el blog, por lo que está obra representa una inmejorable razón para romper la costumbre.

Como en los libros, es usual que veamos aquello que estamos preparados para ver, o más aún: aquello que deseamos ver. Por ello el dicho de que la obra, el libro o lo que sea, la concluye el consumidor final. En cualquier caso, el documental muestra una riqueza desbordante de vida y diversidad que se contraponen en el último capítulo a la vida urbana y homogeneizadora de la cultura globalizada occidental. Quizá muchos espectadores hayan tenido el pensamiento mientras lo veían de algo similar a “¿qué estoy haciendo con mi horario de oficina diario y mis compras semanales en el centro comercial?”. Recuerdo ahora tres momentos: el primero en el que unos niños de siete u ocho años salen de la escuela y acuden con absoluta normalidad a buscar enormes arañas para la merienda de ese día, finalizando entre risas mientras tuestan sus capturas en una hoguera; el segundo es el de dos niños nepalís que se enfrentan junto su padre a un viaje de ochenta kilómetros siguiendo un enorme cauce en pleno deshielo para comenzar el trimestre escolar. Y el tercero es el de uno de los cámaras que, tras concluir el trabajo de campo en una de las localizaciones y después de haber convivido con unas personas alucinantes, se plantea el sentido de su vida y medita sobre el hecho de vivir veinte o treinta años menos si tu vida es plena en cada uno de los instantes que la componen.

Ya puestos a recomendar, en tres o cuatro meses estará a la venta el libro de Jean Béliveau, el canadiense que respondió a la pregunta de hace doce líneas con un viaje de once años andando alrededor del mundo. Andar y andar siempre es un buen remedio.

jueves, 4 de octubre de 2012

NOTAS DE COLOR ALUMBRAN LA CADENA DE MONTAJE.


El perro Tastavín, ahora perro urbano, junto al inquilino problemático, un inadaptado.

Pasan las semanas sin que ocurra apenas nada interesante en este lado de océano, o del Ebro, que para el caso es lo mismo. Me desarrollo en el papel de maestro industrial que supervisa el cumplimiento de parámetros de calidad educativa, o como quiera que lo llamen. O al menos actúo de ese personaje. Lo mejores momentos ocurren con los niños, cuando puedo ser un poco del maestro de pueblo que disfruta con su trabajo y al que le encanta estar con los alumnos. Buena parte de los buenos momentos suceden mientras incumplimos algunas de las normas propias de un megacentro, y que pueden tener que ver con correr por el pasillo, jugar donde no se puede, hablar de asuntos extraoficiales o estar donde no deberíamos a la hora inapropiada. Ya sé el nombre de los doscientos y pico niños a los que doy clase. Es algo bueno, pues llamar a cada niño por su nombre me parece la primera muestra de respeto e interés hacia ellos.

Como decía, todo transcurre en el ambiente de lo industrial, ajeno a las emociones e intensidad de los años anteriores. Cada día pienso en escribir en el blog, pero me parece que no tengo nada que contar. Hasta hace unos minutos. He pasado la tarde poniendo en orden cajas llenas de libros, poesías, producciones escritas de los niños, noticias, y un sinfín de materiales acumulados en los cursos precedentes. En un momento dado he encontrado un diario del verano de 2011 que sugerí realizar a mis alumnos. Es de una niña que lo realizó con dedicación y cariño. Ella me lo prestó y el diario desapareció hasta hoy. Le he escrito diciéndoselo e indicándole que se lo llevaré si lo quiere conservar, aunque me gustaría quedármelo como ejemplo de trabajo de una gran alumna para poder mostrar a otros maestros. Me ha respondido “bueno, es que me gustaría tenerlo porque ha sido un verano muy importante para mí... pero no sé... si no se podía hacer una fotocopia... no sé”. Lógicamente se lo entregaré. Porque es suyo y especialmente porque en unas pocas líneas ha mostrado lo que, a mi juicio, es la esencia de la escritura y uno de los lugares más felices a los que puede llegar un maestro: “ha sido un verano muy importante, sentí la necesidad de explicarlo con palabras escritas y lo hice del mejor modo que fui capaz”. Creo sin duda que este espíritu es el que ayuda a conseguir que los niños progresen y sean mejores. Y creo también sin duda que estos asuntos sutiles de la educación nunca estarán recogidos en un puñetero formulario. Afortunadamente.